viernes, 8 de junio de 2007

Sus pisadas se perdieron entre la maleza que los rodeaba. Paso tras paso, los pies de ambos obedecían un acuerdo tácito, sin saber adónde los dirigían. Pero no les importaba. Caminaban absortos en la atmósfera que los rodeaba, tan desconocida como inverosímil para ellos. Si no lo hubieran tenido en sus narices, hubieran creído que estaban soñando. El pelo de ella se mezclaba con las motas de pólen que se dejaban ver allá donde la espesura de los árboles era atravesada por viles rayos solares, los únicos que les recordaban que aún era de día. Él, por el contrario, seguía sin confíar en aquel paisaje, salvaje y fantástico hasta un punto inimaginable. Así que, receloso, iba pasando su dedo índice por todo aquello que alcanzara la largura de su brazo, de un color que bien se hubiera podido mimetizar con la negra noche. Las ramas de lo que creyeron árboles, a pesar de su magestuosidad, les arañaban el rostro y los brazos, a la vez que conseguían proferir pequeños desgarros en sus ropas occidentales, que tan fuera de lugar andaba por allí. Desde hacía horas oían el seductor susurro de un arroyo, pero prefirieron no apartarse del tortuoso sendero que sus pies seguían con firmeza. De vez en cuando, se miraban a los ojos. Y se veían reflejados en un ambiente tan maravilloso como temerario. Los sonidos de todo animal que allí habitaba, se filtraban por sus oídos hasta llegar a su cerebro donde, dependiendo del sonido, se traducía en una enigmática sonrisa o un nudo en la garganta que les impedía tragar saliva con normalidad. Sin saber cuántas horas llevaban en aquel paraje, vislumbraron lo que parecía el atisbo de una hoguera. Vacilantes pero decididos en parte, encaminaron sus pasos hacia aquel pálpito, con el corazón escalando por sus gargantas con gran estrépito. Cuando llegaron, se pararon en seco. Quisieron seguir adelante, pero les fue imposible. Sus pies hacía rato que habían iniciado un boicot y ahora, agazapados a la hierba y la tierra que acariciaban, se negaban a continuar. Así que ellos, asustados, se buscaron mutuamente con manos temblorosas, y se refugiaron el uno en el otro, dispuestos a que pasara lo que tuviera que ocurrir...
Habían llegado allí impulsados por una fuerza electrizante que poseía sus cuerpos sin piedad. No lo entendieron, ni lo entendendían en ese momento, pero estaban seguros de que había llegado el momento. La naturaleza los envolvía con garras frías, a pesar de que el calor se hiciera notar en el ambiente. Pero, lo que ellos ignoraban y no podían imaginar, era que la propia Madre Natura iba a hacer su aparición esa noche. Lo único que podían sentir era su enfado, sus lágrimas derramandose una a una por encima de sus cabezas, su aliento entrecortado, su miedo a expirar con tanto por hacer...
Pero, ¿cómo iban a saber ellos que algo tan aparentemente subjetivo podría reprocharles lo que no alcanzaban a comprender?

Ellos no lo sabían, pero pronto lo descubrirían. Aunque, lamentablemente, no estoy segura de que pudieran salir vivos de esa selva de fascinación y temor.
Naturaleza, habían oído que se llamaba. Pero allí no había nadie que pudiera confirmárselo. Todo era tan nuevo para ellos, que lo sentían como agua escapándose entre sus dedos. Pero, aún así, sentían que se les había negado lo que no alcanzarían a entender...

1 comentario:

Anónimo dijo...

PRIMER