lunes, 15 de octubre de 2007

Las palabras revolotean a su antojo por mi mente, mi cuerpo, mis secretos. Quiero transmitirlas pero el miedo de no estar a la altura de mis adentros me atenaza. Sería tan fácil cerrar los ojos y que quedaran impresas en papel, sin necesidad de movimiento de dedos, de bolígrafos o de pestañas.

Tan fácil tal vez como devolverme días atrás y sonreír sin proponérmelo. Rememorar ese par de arrugas acompañantes de una sonrisa maliciosa, naciendo en una nariz que llevo impresa en mi memoria a pesar de que quiera resistirse, para terminar en la comisura de unos labios amigos y mudos que no paraban de hablarme. Quizás entre silencios, pero puedo incluso jurar que me hablaban en ese lenguaje de la fascinación, del deseo, de aventurarse en un territorio que te tienta y te abstrae.

O acercarme de nuevo, sin poder evitarlo, a aquel hombro que me sirvió de refugio mientras mis pesamientos iban fluyendo hasta callar totalmente, hasta que todo el ruido exterior e interior se apagó para darle más amplitud a mis suspiros y a los latidos de ese corazón, que se aceleraban con cada respingo, mientras unas manos que asustan de un modo que me incita otra vez a sonreír se cerraban en torno a las mías, presentes. Estando ahí. En contacto con las propias, con mi piel. Enterrar el rostro en su pecho y que se apaguen las estrellas y me envuelvan sus chispas encendidas y punzantes, pues voy a agradecer el impacto si es que llego a sentirlo.

Cometer el posible error de volver a esos ojos sin licencia. De cerrar los míos y que ahí estén, mirándome desde arriba, tendiéndome una mano insivible que sé que puedo coger cuando quiera, cuando recuerde.
Que mi estómago dé un triple salto mortal cuando mis pies dejaban de sentir el suelo y se elevaban, me elevaba. Rendirse a esos impulsos y que se me descontrolen, como cuando de pequeña se me rompía un collar en mil cuentas que trataba de reunir en vano. Pasar un minuto tras otro con la barbilla apoyada en mi mano izquierda, sintiendo a las palabras revoloteando sin cesar, no estando segura de estar plasmándolas como deseo. Pero poder sentirlo aún, anudado a estas palabras aladas que surgen del momento que me brindó, del que me alimento en este mismo instante.

Un momento que no debo guardar en el desván de mis sueños rotos, puesto que, aunque a veces así me lo siga pareciendo, no lo fue. Correr a mi mesa de noche, abrir el primer cajón, ése que siempre sé que va a estar ahí, y cerrarlo de nuevo girando la llave, sabiendo que está seguro con los demás recuerdos que con la dulzura de una sonrisa me arropan por las noches.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo sigo aquí... Por si te sirve. =)

Yuki Ashura dijo...

Y a sabiendas de que hoy me toca callar, hablaré.

Pero me contendré y seré breve en mi discurso.

Creo que aún no deberías guardar nada.

=*

Manuel Arenas dijo...

Lo de que nadie leyese mi blog intentaba decir que nadie acompañaba al ritmo, llevado por la incertidumbre, de mi corazón.

Gracias por comentar y esas cosas...

Tirar la llave, y que el mundo se pierda con ella. (No sé de dónde lo he sacado, pero no creo que sea mía totalmente)

Saludos que no me atrevo a regalar al aire.

Anónimo dijo...

:)


A veces sueño y realidad no deben confundirse.
Coleccionar recuerdos nos lleva a ello.



Una sonrisa para ti.