domingo, 17 de febrero de 2008

Como el cielo. Con una luna que anda desperezándose, dispuesta, como todas las noches, a acudir al canto de aquellos que la llaman, trayendo de la mano a la noche. Escondida en los pliegues del cielo, como cuando mis manos se esconden en los recovecos de su cuerpo, tentándole a que se decida a encontrarlas.

Es curioso. Sé que el techo que nos alberga a todos estará albergándolo a él ahora mismo en este preciso momento, tal vez mientras el traqueteo del gran monstruo metálico lo va adormeciendo poco a poco. Me atrevo a desear que, si es así, esté soñando conmigo. A la sombra de un cielo que disfruta de su compañía todos los días, que puede verlo, que, si se le antoja, puede mandar que las nubes lo rocen con su aliento de niebla, dándole envidia al mío propio y provocando que mis suspiros se condensen en las ganas de que lleguen a sus oídos. Curioso querer ser la luna de ese cielo y conseguir observarlo mientras duerme como un niño. Como el niño que es. Y alumbrar la ocuridad que lo rodee para enseñarle que sigo sonriendo aparentemente sin motivo, igual que él me ha enseñado a sonreír sólo para los dos.

Pero mi alma también sabe que puede mimetizarse con el cielo tan solo dándole el impulso que mi imaginación necesita, valiéndose de su imagen zumbando en mis recuerdos, y encontrarme con él, dando, si se tercia, un paseo sobre el ejército nuboso del mismo manto que nos cubre. Ese ejército que se tiñe al amanecer y al atardecer del mismo tono que adquieren mis mejillas cuando me reconozco entre sus palabras. Entre su magia.

Voy a ser benévola y no voy a culpar al cielo. Voy a agarrarme a la certeza de que, de la misma manera que él se desplaza, se cubre de colores, se va y vuelve a pesar de que siempre esté allí, pasa largas temporadas a oscuras para retornar con un sol que nos pica en la nuca; regresa. Con luna o sin ella, el cielo regresa aunque esté aquí permanentemente. Voy a agarrarme a la certeza de que él también regresa. Y confío en que lo haga para contarme sus sueños, prestarle su cuerpo a mis manos y encenderme la sonrisa de nuevo. Con un cielo que nos recoja a los dos y no por separado, mientras la luna sigue susurrándome que yo lo echo de menos y ella lo está mirando en este mismo instante.

2 comentarios:

Yonseca dijo...

Nada mal, soñadora. Nada mal ;)
Te sigues superando, de veras

Un abrazo ;D

Rubbens dijo...

Y también te habla a ti, sin que pueda escucharte.