miércoles, 19 de marzo de 2008

El atardecer va adquiriendo protagonismo mientras las calles se vacían de frenesí y se van plagando de caminantes que adoptan un paso más pausado. Los comercios van cerrando y eso se hace notar en el ambiente. En una esquina, la soledad del envejecido muro de la avenida se ve mermada por una presencia. No obstante, pocos parecen verla.

Se encoge sobre sí misma dejando sus labios a escasos centímetros del suelo. De repente, se pone erguida y observa a su alrededor sin ver nada que le saque de su apuro. Cierra los ojos brevemente y decide continuar en esa posición. Lleva rato manteniendo silencio, pero nadie se ha percatado de ello o está ahí para incitarla a romperlo. Lo que sí se oyen son los lamentos que lanza su ser, en silencio de nuevo, hambriento de algo que está por llegar y parece no llegar nunca.

La gente pasa a su lado sin dedicarle un minuto a llenar sus ojos con los propios. Con los cuellos tiesos, miran al frente creyéndose poseedores de un mundo que en realidad no pertenece a nadie. Sin embargo, ellos son felices en su universo paralelo. En su placenta de mentiras y falsos sueños. La presencia agacha la cabeza tras el nuevo escalofrío. Tanto frío le va a volver loca. Se abraza para darse calor, pero es en vano. Sus brazos no le sirven.

Algunos le miran con desprecio y le dedican palabras poco rumiadas, salidas directamente de la espontaniedad para poner de manifiesto el gran vacío que deja la falta de inteligencia. Se sienten afortunados por lo que tienen y, en efecto, sin conocerlos, la presencia los envidia. Envidia su soltura al caminar. Su seguridad aparente. Deja que pasen de largo y sigue agazapada en su esquina, esperando que alguien se apiade de una vez por todas y le haga amar este atardecer que se consume.

Y sigue allí. Vestida con jirones de recuerdos y de los pocos que le lamen las heridas y le susurran que no está sola. Dispuesta a recibir lo que pide, entre cartones donde están escritos a mano los días que tiene que acudir a esa esquina. Con los labios agrietados y sucios del humo gélido de la ciudad y las manos temblorosas con las palmas hacia arriba para que no se le escape nada. La presencia sigue allí. Mendigando palabras de aliento.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has dejado sin palabras en serio, compadeciendo a aquella presencia que a la vez es alguien que no conozco y otras soy yo mismo...

Un saludo muy fuerte!

saudade dijo...

¿Sabes lo difícil que es erizar el alma de alguien?
Pues lo has hecho... De punta.

Un beso fuerte

Anónimo dijo...

si tu me das las gracias por pasarme, yo te las doy por escribir en este pedazo de blog :P

Que pasa caundo se acciona los frenos... que para, x supuesto xD

Un besiko!

c-austral dijo...

QUE TREMENDO ESCRITO ME HA ENCANTADO LLEGAR HASTA TU SITIO ESPERO NO PERDER LA RUTA TE CUIDAS