domingo, 27 de abril de 2008

De nuevo me marcho con la sensación de dejarme mil cosas. De nuevo me dicen que recordaré esto toda mi vida. De nuevo escucho el verbo aprovechar por todos lados, rebotando contra las finas paredes de mi mente.

Yo sólo sé que quiero volver con el alma más ancha, con la sensación de que no pasó nada por dejarme esas mil cosas. Llena de visiones y calores desconocidos. Pero esta vez es distinta, pues noto que me voy a quedar aquí a pesar de los kilómetros a la espalda, que no voy a acabar de salir de mi habitación. Es extraño este sentir amargo, este no saber a qué viene la mirada perdida más allá de las cortinas.

De todas formas, ya se verá. Tengo al sol que me alumbra hasta por la noche, cuando cierre los ojos para estar con él y tocarlo, para fijarnos los dos juntos en el viento del sur, tan pacífico él, o en la noche interminable si no soy capaz de dormir.

jueves, 24 de abril de 2008

Creo que todo lo que estamos haciendo no va a servir de nada. Que nos vamos a quedar igual, es decir, igual de mal que antes. Sonrío a mi pesar, entre estos temblequeos de voz. Ya me disculparéis, pero no puedo evitar que mi garganta se rebele. Quiero que sigamos. Que sigáis. Pero es esta desazón que me incita a abandonarlo todo... ¿Y si es verdad? Si todo lo que estamos haciendo no sirve de nada, ¿qué va a pasar?

Pulsó el botón de stop y dio una larga calada a su cigarrillo. La grabación acababa ahí. No sabía siquiera si ella había seguido hablando, desnudándose desde dentro, pero pensó que no le importaba. Se mintió de nuevo.

La primera vez que escuchó esas palabras se enfureció de una manera sobrehumana. Sintió cómo sus adentros ardían de rabia. Pero lo que más le dolió fue escuchar su propia voz vencida, acuchillada, diciendo que tenía razón. Que ella tenía razón. Jamás habría imaginado en ese momento, mientras los ojos le lloraban odio y confusión, que se arrepentiría tanto de haber decidido encerrarse en casa aquella noche y darle la espalda. Le había dolido tanto eso que dijo que... No quiso verla. Por un lado quería escupirle sus ganas de salir adelante, de sacarlos a todos adelante, pero por otro temía que el miedo a tirar la toalla se hiciera patente delante de sus ojos y abandonara. Él, también, abandonara.

No pudo. No pudo darse cuenta de que había que cambiar de lucha, intentar dar el brazo a torcer. Él no quería. Prometió que dejaría de lado la resignación y que podría con todo. Con todo. Aunque también prometió que ningún beso de los que le regalaba a ella sería el último y que sus manos seguirían descansando, agotadas, sobre su piel.

Más tarde, cuando se enteró de lo ocurrido, se maldijo mil veces. Sus pensamientos se nublaron de golpe. Se dijo que no podía ser posible. Volvió a escuchar la grabación entonces y advirtió nuevos matices en la voz de ella que se le habían escapado. Se la imaginó en penumbra, con el suave resplandor de las lágrimas prófugas sobre sus mejillas, intentando controlarse para que sus palabras tomaran claridad.

Se le resquebrajó el mundo. Sus pulmones le pidieron el alivio de la nicotina a pesar de que estuvieran faltos de oxígeno. Se sintió extraño mientras supo que acababa de morir. Pero, sin embargo, aún cargaba con la maldición de estar viviendo.

Había escuchado esa grabación miles de veces. Una y otra vez, alimentándose de ella mientras su alma desgarraba la noche a gritos hambrientos. Seguía sin poder creérselo. Si hubiera salido esa noche... ¡No! No podía ser capaz de pensar qué hubiera pasado si no se hubiese encerrado en lo superficial de las palabras de ella. Lloró. Lloró entonces y lloraba ahora. De miedo. De miedo a sentirse preso en apenas un minuto de grabación... Cogió aire pero no alcanzó fuerza alguna. No lo comprendió y no quería hacerlo ahora. Tan solo deseó una respuesta. Una sola respuesta.

¿Y ella? ¿Dónde estaba ella?


Apagó el cigarrillo mientras suspiraba largamente y apretaba el botón de play.

[15·o3·08]

miércoles, 23 de abril de 2008

-Entonces, ¿te vienes?
-Bueno, vale.
-Antes cierra los ojos. Y escúchame.

Y le dijo que iba a cogerlo de la mano y, juntos, contarían todas las estrellas que parpadearan a su paso. Le contó también que no quedaría rincón sin recorrer, tierra que no probaran las suelas de sus desgastados zapatos. Le prometió mil mares, mil amaneceres distintos naciendo de la espuma de las olas. Y ellos, allí, saborearían cada rayo de sol naciente, compartiéndolo finalmente a través de sus bocas, comprobando así si el sabor era similar al de la muerte inminente y rosada del atardecer. Le susurró con voz suave y leve, para que las nubes no se pusieran celosas, que pondrían sus nombres a todas las aceras y que las gotas de lluvia llevarían sus rostros de un lado a otro del mundo. Le aseguró que no quedaría pedazo de universo sin su presencia, y que le otorgaría al brillo de sus ojos luces de todos los colores, paisajes vírgenes esperando a ser descubiertos, primaveras infinitas ribeteadas de tiempo de tranquilidad. Terminó diciéndole, sin dudarlo, que saldrían ahora mismo.

-Ya. Ábrelos.

Él la miró a los ojos y sintió una sacudida, lenta y ácida, en el estómago. Algo le hizo cosquillas en las comisuras de los labios. Comprendió que ya habían llegado a su destino.

lunes, 21 de abril de 2008

Miró el hueco vacío preguntándose qué habría pasado esta vez. El cierre totalmente hermético del ausente no ayudaba para nada a esclarecer las dudas que, rebeldes, trepaban por las paredes del alma. Saboreaba poco a poco la comida, intentando que no todo le supiera a incertidumbre. En vano, no obstante. Cerraba los ojos y tragaba, directo el bolo alimenticio y plagado de interrogantes al estómago, ahí, a anudarse, a hacer bulto con todos los demás nervios que bailaban ajenos a todo. Observaba que no se nota tanto que las palabras carezcan de sentido con el sonido de la televisión de fondo. Y así, masticando automáticamente, bebiendo agua de vez en cuando y procurando no derramar ninguna gota, pasaron los minutos, y el informe metereológico, y los parpadeos, y el vello erizado si se escuchaba movimiento en el pasillo.

La cena ya había acabado, seguía el asiento vacío, la comida intacta. Seguía la tensión presidiendo la mesa, enseñando los dientes impolutos, sin probar bocado.

jueves, 17 de abril de 2008

He tejido en mi mente una melodía suave, hermana del silencio. Ha empezado a sonar como magia llenándome desde dentro, saliendo al exterior a través de mis dedos, los cuales tamborileaban lentamente en la dura superficie de tonos verdes de la mesa. Era preciosa. Sobre todo porque al sonido lo iba acompañando una imagen que tiraba de las comisuras de mis labios, rompiendo la monotonía constante del murmullo del profesor, las risas ahogadas, la mano- invisible- levantada.

Me he visto. A mí. Me estaba viendo a mí, en los pensamientos que estaban danzando en el aire, en una cabeza tan cinematográfica como la mía, día sí, día también. Y bailaba al son de aquella melodía... Tenía cerrados los ojos, y sonreía. Una de las sonrisas más despreocupadas que he podido ver. Una de esas que dicen que el mundo puede pararse, que ella va a seguir allí, apaciguándome el ánimo. Pero no estaba sola, pues la sonrisa rozaba la perfección precisamente porque se encontraba apoyada, entre respiraciones y brumas, en un pecho que acompañaba las notas de la canción con sus latidos. Y la música seguía, en mi cabeza, en mis ojos, en nosotros dos, mientras la pista de baile en penumbra se iba difuminando poco a poco dejándonos en el medio, dueños inequívocos de ese momento. Y, de todo lo demás, también, por qué no.

Bailábamos. He sabido que la melodía emanaba de ti, que tú eras el que la motivaba, mientras me balanceaba en tus brazos. En continuo movimiento, sonriendo constantemente porque no me hacía falta nada más. Ahora no sabría decir qué música era, ponerle nombre a sus acordes. Sólo me saldría el tuyo. Pero tengo la imagen, el recuerdo de tus brazos haciéndome bailar, volar, mientras todo lo demás se apagaba. La vista era preciosa y las nubes... Nunca las había visto tan de cerca.

martes, 15 de abril de 2008

De nuevo se preparó la batalla. Una vez más, la diferencia de ideas los había llevado a saldarla con la lucha. Cada uno empeñándose en defender lo suyo, lo que veía apropiado. El silencio danzaba cadencioso con la inquietud de siempre, esa que se aloja justo debajo del pecho, martilleando los nervios con barra de acero. No obstante, la seguridad también estaba ahí. La seguridad de saberse capacitado y libre de demostrarlo, de conseguir que el miedo echara a volar a cada estocada, a cada golpe envuelto en sudor. Estaban preparados, todos, no había ninguno que renqueara.

Cuando se inciara la lucha lo darían todo, se enfrentarían unos a otros con fiereza y determinación, saboreando el sabor dulce de un éxito que verían próximo, justo en los ojos del enemigo, en forma de chispa que los retara a cortar el último acto de rebeldía que el otro cometiera en vida. Seguían preparados. Una voz de alarma, el vello erizado, los párpados paralizados, congelada la respiración. Y la batalla comenzó a librarse, entre estupores y gritos ahogados. Lucharon.



Horas después, el campo que había albergado el encuentro estaba sembrado de cadáveres. Nadie había sobrevivido. Ni siquiera el más valiente, o el más cobarde. Los cuerpos de todos cubrían el paisaje yermo. La sangre seguía corriendo, única superviviente llena de vida. En el interior de cada cráneo inservible, se hubiera podido ver, si así se hubiese querido, un cerebro reseco y gastado que no había sufrido percance alguno. Todos, absolutamente todos, habían perdido. Nadie había sabido defender la confrontación de ideas a golpe de palabra.

miércoles, 9 de abril de 2008

A buen precio. Que me vendas tus ojos a buen precio, a poder ser. Y encontrar un poco de luz para ver el escenario lleno y las ilusiones revoloteando. Para, así, después de que me prestes tus manos, alcanzar alguna y no soltarla. Estoy segura de que con tus dedos será posible; una vez que me haya quitado yo estos dedos cortos y retorcidos, símbolo inequívoco de la torpeza, de la taza rota, las tardes frías a la altura del cuello. Luego, si aún sigues ahí, puedes enseñarme a caminar después de una caída y obligarme a no tocarme las heridas que visten mis rodillas. Espero que puedan sanar enseguida de esta forma. Después podemos dar cortos paseos si me llevas de la mano y aún no te has cansado de los pasos casi a tientas, los vestidos rotos y la mirada perdida de vez en cuando. Aunque eso no pasará si tengo tus ojos.

Puedo darte a cambio muchas cosas, pero no todo lo que pidas. Soy capaz de ofrecerte horas sólo para ti y llenarlas con lo que más te guste, con lo que más ansíen tus sueños. Puedo aprender a hablar si tú me enseñas con el elixir de tus palabras, mientras me curan. Pero dame luz. Dame aliento. Te puedo comprar los ojos si estás dispuesto a vendérmelos.




Y, a cuatro palmos, atardece. Hace un día espléndido. A pesar de que visto desde dentro no cosquillea tanto la tripa como si estuvieras ahí, con el sol y su luz, alimentándote de los rayos que visten tu sonrisa. Con tu sol.

lunes, 7 de abril de 2008

-Olvidar...
-Qué fácil es escribirlo, ¿eh? Y qué difícil hacerlo.
-Imposible. Yo creo que es imposible.



Creo que olvidar no es cosa fácil. Y que, cuando queremos hacerlo, no lo conseguimos. Me parece que todo lo que olvidamos son cosas sin importancia que pasan desapercibidas a la hora de rebuscar entre los recuerdos. Por eso mismo dejan de estar presentes en nosotros, porque somos capaces, sin darnos cuenta, de apartarlos a un lado y no reparar en ellos en mucho tiempo. Y que lo que de verdad queremos olvidar, esos arañazos que siguen supurando melancolía de vez en cuando, permanece allí. En nosotros, permanece en nosotros. Y que con el simple hecho de saber que tenemos que olvidarlo estamos rememorándolo, condenándonos al recuerdo eterno y a medias, a querer deshacernos de algo que nosotros mismos estamos perpetuando.

De todas formas, sí creo firmemente en el bálsamo que ayuda a mantener al olvido lo suficientemente cerca para que los arañazos vayan sanando y apenas tire la piel cuando pensemos en ellos. En que podemos llegar a ser fuertes y capaces de soportar. Y que existen pilares en los que apoyarse si flaqueamos o nos dejamos llevar por la incertidumbre de la negación del olvido a nuestras plegarias.

Sabes que puedo metamorfosearme en pilar para aguantarte si amenazas con caer. También debes tener presente que, para ti, puedo ser cualquier tipo de bálsamo que te ayude a seguir adelante. Soy capaz de respetar tu silencio y tus puntos suspensivos, de guardarme las conjeturas que me invaden cuando escudriño tu rostro e intuyo, casi al instante, lo que te pasa. Sé que a veces te incomoda que sepa leer en tus ojos oscuros, también sé que adivinas cuándo en los míos se refleja una ligera decepción si sigues callada. Pero debes saber que es momentáneo, que estoy dispuesta a decir cualquier disparate si de premio voy a conseguir tu risa y la respiración agitada que te caracteriza en esos momentos.

Puedes mirarme, amiga mía. Puedes confiar en que, si es preciso, conseguiré que el olvido tome otro nombre. Siempre y cuando tu sonrisa siga poniéndome nerviosa cuando no quiero que sonrías, cuando me hace falta que lo hagas.

sábado, 5 de abril de 2008

Consiguió calentarse las ganas, esconder ese yo que con su oscura timidez tapaba a todos los demás, y comenzó a hablarle. Le dijo que, si ella quería, la ataba a su cama y la dejaba allí, que no se cortaba nunca más las uñas para que sintiera en carne el dolor que le arañaba a él las entrañas cuando sus caderas abandonaban contoneándose el palacio de sus sábanas; que si se lo pedía se arrancaba los ojos y se los daba en plato de postre, parpadeando sólo cuando la lujuria se tomara un respiro; que conseguiría, si lo deseaba, todos los segundos del mundo para dárselos mientras corría descalzo -y desnudo- entre sus piernas. Con la lengua ya despierta, y orgullosa, le prometió mordiscos que vistieran sus labios de escarlata, pero le dijo que no habría más besos, que evitaría cualquier roce suave de sus labios. Le dijo, ante todo, que el odio que se le enroscaba en el torso asfixiándole no le dolía más que amarla.

El alma en combustión inminente cuando ella sonrió. Cuando se quitó las gafas oscuras, esas que le daban un aire tan de mujer fatal que le encantaban pero le herían, y le dijo con los ojos que eso ya lo sabía, sus defensas flaquearon y se preguntó por qué cojones no podía mandarla a paseo, no sucumbir al hechizo venenoso de sus vestidos largos.

Y a lo que quiso darse cuenta ella se alejaba, detrás de sus gafas, vanagloriándose de su triunfo, sabiendo mejor que él mismo incluso la amplitud de su poder, el campo de influjo que alcanzaba el batir de sus pestañas. Con su aire tan de mujer fatal, con sus experiencias de viuda negra.

Él decidió no volverle a dejar ningún hueco en sus días. Conseguir acallar el llanto incansable de las heridas sin cicatrización a la vista con tantas esperanzas que, sin duda, creería falsas. Pero se dijo que lo conseguiría. Que el jodido sol no iba a tener su rostro nunca más. Evitar encontrarse con ella, porque sabía mejor que nadie que no era capaz de mirarla con desdén y escupirle cuatro palabras que no denotaran desconsuelo. Y las noches… Las noches. Ella no tenía por qué saber qué olor tomarían sus sueños, qué nombre gritaría su dolor.

martes, 1 de abril de 2008

El ambiente se viste de gris. Con lentitud agónica, las nubes se disponen en formación y escupen, desafiantes, las primeras gotas de lluvia. Aquellas que traen el mensaje de la tormenta.

La quietud es excesiva, demasiado obvia, y deja entrever el secreto de ese silencio abrumador, de esa pesadez que lame los sentidos. Las fronteras se preparan sigilosas para aguantar todo lo que sea posible. No es la primera vez que ocurre, y saben perfectamente lo que va a pasar. Están dispuestas a no resquebrajarse esta vez, y confían ciegamente en ellas mismas.

Huele a tristeza. A domingos al anochecer, a periódicos sin leer abiertos encima de la mesa, a escenarios vacíos. Este olor araña, se adueña del ambiente; celebra su triunfo mermando las defensas que se revuelven, molestas. Conseguirá tal vez establecer contacto con estas nubes que se van tiñendo de negro conforme se acerca la hora. Y, juntos, la tempestad será más difícil de soportar, dolerá más.

La oscuridad grisácea susurra que ya está aquí, que no se mueva nadie, que ya ha llegado la dueña de todos los males. Las nubes parecen sonreír, goteando de su espesa sonrisa partes de su ser. Todo aspira la tristeza disuelta en el olor, las fronteras se preparan finalmente. Es fácil, ya hemos soportado esto.

Se desata la tormenta. Con espasmos envenenados, la lluvia va cubriéndolo todo, calando hasta los huesos, vistiendo los sueños de humedad. Viene el primer trueno, el primer temblor, luego la primera luz fantasmagórica, la primera mueca. Sin embargo, ella permanece quieta. Sujetándose el estómago para que a nadie se le ocurra escapar por su ombligo. Esperando a que arrecie, a que huela diferente. Ya conoce la sensación, pero se siente extraña. Extraña, lloviendo como está lloviendo en sus entrañas.