martes, 6 de mayo de 2008

Las luces recién nacidas del amanecer se van reflejando en cada una de las lágrimas que encharcan los momentos pasados, los adioses fugaces y entre abrazos que se colaron en aquel rincón blanco y sin nombre, hogar postizo y sentido durante pocos días.

Y es entonces, como si el sol quisiera lamer las ausencias que se han marchado para coger un tren y llegar lejos de nosotros, cuando me doy cuenta de que es el primer amanecer que recuerdo, en un momento así, en un día así. Poco a poco van luciendo las olas, propulsoras de ese sonido que me calma y me hace anhelarlas aquí y ahora, escondida, queriendo esconderme de todo y de todos, volver allí, con la arena fría, el alma solitaria y llena, conmigo. Se escuchan los sollozos ahogados que darán paso a las risas sin sentido y a los comentarios nostálgicos de imágenes grises.

La velocidad de mis pensamientos en estos momentos es casi nula, ya que se han parado para que -ellos también, añorando- se queden mirando a esos recuerdos que siguen allí, debajo de mi almohada y entre los pliegues de mi ropa. Casi siento el amanecer fulgurando breve, efímero, único, ahora, en esta noche que es como tantas otras, tan amarga y tan poco dulce en estos minutos que ahora malgasto. Veo el sol luciendo, chocar contra el mar y alumbrarnos sentados en esos viejos bancos verdes, oliendo a sal y a despedida. Lo noto como si fuera ahora, y no entonces, el nacimiento hermoso y naranja del astro rey.

Sin embargo, no entiendo por qué esta oscuridad tan cerrada que sí me deja ver, por qué las palabras no me saben bien, por qué sigo buscando ese sol que me abría los ojos perezosamente días atrás. Amanece en mis recuerdos, sólo en mis recuerdos; aquí todo es noche perpetua.

2 comentarios:

Rubbens dijo...

¿Está vacante el puesto de Sol? Yo me ofrezco, modestamente, pero me propongo voluntario.

^^

Anónimo dijo...

Este texto me ha recordado la voz de una amiga advirtiéndome, que el tiempo pasa, y vale más un recuerdo real, que el recuerdo de haber dejado que no pasara nada más que la marcha de un quizá que nunca fue un hecho.

Uno de mis tópicos favoritos de la literatura no es el famoso Carpe Diem, sino aquel que ya lo lleva en sí mismo, pero al mismo tiempo, avisa de lo peligroso que puede ser, el lógico: Tempus Fugit.

He imaginado tu noche perpetua como un manto púrpura, no sé por qué, quizás porque la Luna tenía un color especial.

No hay noche sin luna, sin Nikolai Gógol.

Un saludo.