sábado, 16 de agosto de 2008

Enloqueció de tanto pensar que peligraba su cordura. Y sintió una inmensa sensación de alivio al verse libre de esa espiral de angustia y de miedos, de las estancias llenas de espejos que le traían imágenes de tiempos pasados. Y de los mismos errores. Se obsesionó tanto con librarse de sí misma que decidió romper con todo, refugiada como estaba en esa locura dulce que parecía ser su pasaporte para todo. Cambió de look, de compañías, se interesó por otras cosas, dejó de leer y de contar abriles con sabor a otoño. Lo dejó todo. Hasta que se sintió lo suficientemente desnuda como para volver a empezar. Quiso olvidarse y así lo hizo.

Sin embargo, no contó con las noches y la magia negra que guardan. Siguió soñando igual que antes y eso la mantuvo atada. Y en sus sueños, a partir de entonces lentos susurros de agonía incontenible, sólo veía la palabra engaño. Un día despertó y se palpó el rostro con lentitud. Se preguntó dónde estaba y no supo encontrar una respuesta. Se había vuelto cuerda de tanto aferrarse a una locura que en realidad no existía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me resulta familiar lo que cuenta este texto.
Hace un par de años dejé todo un mundo atrás, y ahora, no dejo de preguntarme mil cosas sobre este presente mío.

Lo que hace madurar.


Un saludo.

Anónimo dijo...

A mí me sucedió algo así hace cuatro años...
Pero quizá, por muy lejano o desconocido que te parezca ya todo aquello, jamás puedes deshacerte de ello.


Besazos ^^