sábado, 18 de octubre de 2008

Lo que me hace falta ahora, después de dos horas entre líneas de palabras alejadas de cualquier tipo de literatura, son los gritos de siempre. No dejo de preguntarme en este mismo momento por qué nos empeñamos tanto en hacernos tanto daño. Qué ansiamos conseguir con este individualismo brutal que me hace ver esta jodida casa como un campo de batalla. No en qué tipo de guerra nos hemos metido, pero sólo sé que el último que se duerme es el coronado más fuerte.

Está el soldado que renquea y decide hacerse a un lado mientras todo lo demás sigue el curso marcado. Y bosteza, incluso, y habla del tiempo que hace y se guarece en la certeza de que dentro de poco saldrá de aquí, de nuevo, para volver en su ciclo de vida y aparentar que las cosas van con calma.

Luego el silencioso, el callado, que va de un lado a otro del campo de batalla y observa, y hace apuntes con la vista y de vez en cuando me da aliento. Pero que se ve tan lejano también, pero tan dispuesto a entregarse a la violencia de la lucha, que me impone una línea de respeto que no cruzo. A pesar de que en mi fuero interno guardo sentimientos hacia él que no voy a gritarle nunca.

Y finalmente el que está siempre a punto con rapidez, el mártir, el que más tarde me reprocha mi quietud a gritos. El mismo del que desecho sus lágrimas porque ya tengo suficientes con las mías. Porque tal vez fuimos amigos antes de todo, pero ahora sólo consigue lanzarme bien lejos, creyéndome a salvo en el camino que no hayan marcado sus pasos.

Por más que lo intento no le encuentro sentido a este instinto de supervivencia. Si lo pienso me sobran demasiadas cosas. Así que después de la irrupción en mi tienda del último soldado descrito, manchado de barro y queriendo más, y su Ya veo cómo estudias, el único deseo que me baila en el ánimo es el de abrir la puerta después de cerrarla de nuevo y encontrarme en otro sitio, otro mundo diferente, sin guerras estúpidas como ésta, en la que nadie habla claro y en la que el dolor se guarda dentro para sintetizarlo en rencor.

Y los mismos versos de siempre, delante de mí.

Todos ustedes parecen felices...
...y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen...
(...)

La próxima vez será mejor dirigir mis pasos a la biblioteca del barrio.

3 comentarios:

Yuki Ashura dijo...

Ve, estar rodeada de nuestros más fieles compañeros nunca daña. Ellos no hablan, pero lo dicen todo.

Ash joder, quiero ir a la biblioteca. El martes me hago un tur artístico, hostia.

No sufras, preciosa, si no merece la pena.

Anónimo dijo...

Hace mucho que no me metía en tu querido blog.
Hace mucho que no leía algo salido de tus propias venas.
Y hoy, al fin he vuelto a leer tus miles de textos con distintios sientimientos.
Y como siempre, me quedaré atónita como siempre no tendré palabras para expresar lo que siento respecto a aquello que escribes.

Y no pensé que echaba de menos tus textos, leer algo tuyo.
Pero hoy me he dado cuenta que sí, que sí que los echaba de menos...



Me imagino que ya sabrás quién soy...¿o no?
xD



=)

Soñadora Empedernida dijo...

Te quiero, Ass.
:)