martes, 30 de diciembre de 2008

En lugar de ahogarme en mis suspiros, exorcizo las palabras que quería escribir y las hago luciérnagas que pueblan mi habitación y me alumbran cuando más lo necesito. Uso de portal la mordedura licántropa que tengo en la mano derecha y me escabullo de este mundo porque no quiero verlo más desteñido. Allá donde voy encuentro luz, con mis luciérnagas, que no eran otra cosa que palabras doloridas, y me lleno de paz.

Paso el pulgar por la marca de esos dientes y le voy cogiendo el gusto a esto de la magia. Ahora camino sobre la nostalgia del mar y su brisa salada pegada a la piel que me ha recorrido antes, y veo atardecer sentada en la arena y me sigue pareciendo algo sobrenatural. Esa gran bola naranja me sonríe, y le devuelvo la sonrisa. Las estrellas se me unen en este maravilloso estupor y me llevan de paseo sin demora. Me visten con sus ropas brillantes y me veo preciosa. No hay espejos, pero así me siento.

Soy capaz de cualquier cosa en esta calma que ha venido después de la tempestad. Porque me alegro de haber decidido dejar de salpicarme -y salpicaros- con palabras que arden y vencerme a la más pura fantasía, al escapismo que me enseñaron los románticos, a las tierras exóticas y las florituras literarias que me van sanando este dolor que carcome.

Me noto entera, y me tengo a mí y a este mordisco cuyo veneno me resulta peligroso. Normal, clavado debajo de la piel tanto tiempo y sigue expandiéndose, emborrachándome de deseos y visiones futuristas. En realidad, soy también una romántica y me encanta. Miro el reloj y veo que ya es día 30. Que todos duermen, o lo intentan. Que tengo ganas de ver qué me depara el día de mañana, y estaré agradecida si puedo disfrutar de lo que tengo hoy. Me puede esta sensibilidad de mujer que navega y no suele encontrar puerto, pero hace que me sienta viva, que en una madrugada como esta y ya lejos de ese atardecer marino, siempre se agradece. Lo dice Coldplay, Viva la vida.

domingo, 28 de diciembre de 2008

De vez en cuando me veo enloquecida por lo absurdo que albergo yo misma dentro. Y todo se reduce a mi colcha azul, mis piernas cruzadas y el portátil sobre ellas mientras apoyo mal la espalda en la pared. Me veo capaz de deshacer mi alma en minúsculos pedazos que se eleven y se marchen de aquí.

Echo de menos lo que no he tenido nunca. Son como ideas, cuando estoy disfrutando del placer de quedarme dormida, y no sé si vivo o estoy muriendo o amo o pienso o qué, pero estoy ahí, y mil palabras me surcan la mente. Intento tejerlas y me parece maravilloso lo que consigo. Al día siguiente no son más que polvo y me abruma la calidad de mi sinsentido.

Desnuda y con frío avanzo, dolorida e inerme, como a trompicones, venciendo barreras invencibles que estrujan mis pensamientos, que me sacan brillo a pesar del miedo a tener miedo; suspirando cuando me doy cuenta de que en realidad soy yo en pijama, delante de mi espejo, recién levantada. Me creo mundos que no soy capaz de sostener. Que acaban siendo motitas que se mueven dentro del rayo de luz, lentamente, sin levantar sospechas.

Me veo enloquecida al releerme, pero pienso que si temo es que de alguna manera sigo cuerda, porque dicen que miedo es lo que no tienen los locos. Antes disfrutaba, me reinventaba a mí misma, escribiendo. Ahora si temo es por la creatividad que me recorría no hace mucho, por que no vuelva nunca más.

Ahora si escribo acabo por pensar que no escribo, sino que junto palabras que forman frases, pero nada más. No veo ni chispa ni magia ni polvo de estrellas en mis líneas. Y lo curioso es que no siento dolor por esta dejadez austera a la que me abandono cada vez con más frecuencia.

Es como una idea... Que no ha estado nunca ahí, ni la he sentido jamás, ni siquiera la he soñado ni la he hecho resbalar entre mis dedos cuando no sé si vivo o estoy muriendo o qué, pero que de algún modo existe sin que yo lo sepa, y eso provoca que la eche de menos a pesar de que jamás la he tenido.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El chico no siguió, se quedó callado, pensativo... rememoraba aquel tiempo que pasó con ella, aquellos besos y aquella nueva forma de vivir la vida que ella le había enseñado. Ahora, la tenía delante de sus ojos...tan cerca, pero tan lejos.
-Aquí tiene señor, si no desea nada mas...- dijo la chica dejándole la comida en una mesa. Pero cuando ya estaba desapareciendo el chico gritó:
-¡¿Por qué ya no me miras a los ojos?! ¿Por qué me haces sentir de esta manera?- dijo echando todo lo que llevaba dentro y le martilleaba la mente día y noche desde que sus labios dejaron de rozar los de la chica-¿Acaso por desprecio? ¿Por reproche, quizá?
La chica volvió la cara y lo miró, sus ojos se tocaron y hablaron entre ellos impidiendo a los dueños comprender lo que se decían. Unas finas lágrimas empañaron la mirada de la chica, y estas mismas lágrimas le hicieron decir esto:
-¡NO! ¡Por dios, no! ¡Por temor! ¡Por miedo! ¡Por miedo a ver en tus ojos la indiferencia que me demuestre que tú no me amas como yo te amo a ti!
Las mejillas de la chica tomaron un tono mas rosa de lo habitual, y el chico quedó sin palabras... era lo que quería escuchar pero no sabía que hacer. Cuando empezaban a acercarse la puerta se abrió y apareció Fulano.
-Señor, tenemos noticias del Rey-le dijo Fulano.
-Tiene trabajo- le dijo la chica y el recuerdo de que ella estaba por debajo de todo ese mundo le hizo tragarse las ganas y desapareció por el umbral de la puerta.
El chico atendió a Fulano pero al segundo sus instintos vencieron a su conciencia y fue tras la chica, a la cual encontró en el patio central. Ella estaba tendiendo ropa y él la observaba medio escondido detrás de un muro observándola y se dio cuenta de que su momento ya había pasado, que solo le quedaba amarla en silencio… aunque demostrarle su amor fuese lo que él más quería. El chico siguió observándola un rato más, hasta que lo llamaron para seguir con sus obligaciones, cada uno por su lado. Eso sería lo adecuado, no lo que él quería ni lo mejor, pero sí lo adecuado. El chico volvió a su trabajo y siguió observándola todo el tiempo que podía. Pero lo que el chico no sabía es que la chica había pensado y sentido lo mismo que él cuando estaba escondido tras el muro, y luchaba con todas sus fuerzas para que, día tras día, su voluntad no flaqueara y pudiese seguir aguantando sin su amor…

***

Catorce años recién cumplidos, creo. El comienzo de mi primera historia larga, e incompleta, llena de ilusión. Elisa, Héctor, Zafiro... airf. Luego vinieron Dalia y Carla, Paula, Eloy... Y mi Alberto de ojos grises, el único personaje a cuya historia le di fin. Rebuscando entre todo esto me he dado cuenta de que yo antes creaba. Pero que ahora simplemente no me sale, y sonrío al releer estas historias, la ausencia de tildes en pronombres, la repetición, las erratas. ¿Era ingenua, tal vez? Tal vez. Antes creaba (suspiro).

¿Sabéis una cosa? Me niego a creer que crecer es desengañarse.

martes, 9 de diciembre de 2008

Imagino que es totalmente distinto según la persona y la situación. Hasta aquí, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta. Puedo decir también, y decirlo de verdad, que puede variar de ser un huracán que lo arrasa absolutamente todo para luego convertirse en un mar que apenas se mueve y en el que hundes tu pelo sin llegar a ahogarte.

A veces, sin embargo, se torna agujas afiladas que te recorren el cuerpo y establecen campamento justo en tu pecho, al resguardo de la tormenta que comenzará a gestarse en tu mirada de cristal oscuro. Pero hay otras en las que es una mano de dedos ágiles que acarician tu piel y la libran de los restos de sal que se acumulan en las grietas, ayudan con la magia de sus yemas a que dejen de supurar las heridas que sólo tú ves.

Ahora sí, estoy totalmente segura de que es algo que tiene un toque de fascinación porque es común a todas las personas pero irremplazablemente propio. Lo primero porque nacemos con ello, desde la primera lágrima, y lo segundo porque somos nuestros únicos dueños y de vez en cuando ni siquiera las palabras nos ayudan a darle alas para que los demás nos comprendan. Podría describir miles de ejemplos más, del mío propio, de los días y las noches con él y con su poesía y sus canciones grises.

Lo que me duele en serio es que se juegue con él, que se exagere o se le disfrace con cualquier burdo disfraz que lo torne apático y patéticamente hipócrita. Quiero que todos seamos sinceros con él primeramente, y que no nos construyamos castillos en el aire y luego le echemos la culpa a él, porque si eso es así es que anteriormente lo habíamos convertido en un simple vástago de nuestros deseos.

Está ahí, siempre, con nosotros, pase lo que pase, y debemos dejarlo hacer sin más, que nos vaya arropando poco a poco, o helándonos de frío si hace falta. El sentir nos llama y nos espera, a todas horas, pues nosotros mismos lo llamamos y lo esperamos, sin darnos cuenta de que nunca se va. Permanece, cristalino, como debe ser.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Acaba resumiéndose todo en gritos y en no encontrar ninguno lo que buscan. Si pensaron en que a esto se iba a reducir la puta rutina espero no llegar a desear nunca lo que desearon ellos cuando era antes y no ahora, cuando no estaba ni siquiera yo, cuando tal vez soñaban con una hija que se hiciera trenzas e hiciera exhibiciones de gimnasia rítimica. Cuando estaban locos, a lo mejor, de una manera distinta. No lo sé, lo digo por decir. No quiero que me hagan partícipe de su egoísmo ni que me salpique la sangre cuando se sacan las uñas mutuamente y comienzan a arañarse. Se me hace difícil darme cuenta de lo que digo cuando hace diez años esperaba a que se aliviara la tormenta sentada en el baño con los ojos cerrados.

Pero me quema la visión de los recuerdos distorsionados por burbujas de cerveza y balbuceos que no salían de ahí. Metido entre medio el sonido de la puerta que se cerraba a explicaciones, aislándose del resto de la casa. No me atrevo a adornar esa última frase con adverbios acabados en -mente.

No puedo evitar rendirme a la libertad única y de cada uno. Por supuesto, no puedo más que asistir al espectáculo como espectadora y seguir sacando las conclusiones para mí misma, que ahí se quedan, y no hay más. Pero en serio que no soporto que me salpique su saliva si se gritan, el eco de sus palabras, que llegue a mí, o al que comparte su sangre y mi sangre y ahora es ajeno a todo. Ya no lo quiero soportar, porque poder sí que puedo.

Y me siento yo, yo misma, el ser más egoísta del mundo por estos pensamientos que se quieren disfrazar de determinación. No quiero ser una errante que se crea que le ha sido cortado el camino. No quiero ser más que su hija, en los buenos y en los malos momentos, y por eso me asusta que mis dedos escupan con rabia todo esto. Dejando abierta la puerta al arrepentimiento posterior, al rostro frío, a las preguntas que hacen cola. Sin silencio alguno.