domingo, 27 de diciembre de 2009

El porqué de tanto frío. Irónico cuando ni siquiera me puedo consumir en ceniza de palabras. Será el frío.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Ante su ausente mente se está desatando una algarabía descomunal. Es increíble que el cuerpo siga aguantando después de la noche anterior. Pero aguanta. Se mueven alegres, divertidos, dando voces, bromeando por aquí y por allá. Es un día familiar.

Sin embargo, él está ausente. Con la mirada medio vidriosa a causa del buceo incesante en los recuerdos. Hay relámpagos, de vez en cuando, de anhelos. Se reflejan en sus ojos también. Piensa en cómo gira el mundo poco a poco, cómo un día estás aquó y otro allí. El efecto mariposa. En cómo una casualidad o un mero paso hacia adelante que te hace chocar con esa persona desconocida te hace cambiar. ¿Es posible? Cuando ya creemos que nos hemos asentado. Que nuestro mundo está completo de alguna manera. ¿El error? Creerlo. Sólo se completará con la misma dama de negro. A los pies de nuestra cama.

Él sigue a su completo rollo. Moviendo entre sus dedos una miga que se ha escapado de la comilona de horas antes. Pensando.

Fundido negro. Aparece ella. Las luces de navidad le iluminan a intervalos el rostro. Su cabeza apoyada en la palma de la mano.

Apura el contenido del vaso de tubo que han besado sus labios en la última hora. Todos los hielos ya se han deshecho. Juegan al bingo y ella tapa sus números con bastante retraso; también su cabeza anda en otra parte. Se ríe en sus adentros del paso de los años y de cómo unos lo tapan. Ella piensa que cualquier momento del pasado puede aflorar inexplicablemente. Y ahí reside su ensimismamiento.

A distancia, pero con el mismo rostro, los mismos ojos soñadores y la misma arruga de preocupación enmarcándoles la cara. Les une, también, el mismo programa cutre en la tele, las voces extasiadas de la familia. Y sus almas, que vuelan.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Yo quiero ser esa chica que asoma las pestañas tímidamente entre tus líneas cuando empiezas a crearla. Hazme el favor y olvidemos que nos conocemos. Sí. Vamos a borrar todos los recuerdos que nos unen y así mañana seremos maravillosamente desconocidos y yo podré ser esa chica.

Estoy segura de que quiero. De que quiero ser ella. Y así vivir las historias que escribes en primera persona y que me tocan un poco el alma porque sigo siendo una romántica, y más aún una lectora romántica. Me desnudo entera y así me tienes, y me guías como quieras cuando construyas esos versos. Aunque recuerda que mañana ya no nos conoceremos, que ya no seremos cercanos para conocernos de nuevo desde lejos y así reinventar todo lo que ya hemos hecho. ¿Te parece? A mí me convence bastante la idea.

Espero que aceptes. Y así mañana, o cuando se crucen nuestras pupilas, nos descubrimos, nos causamos interés, nos observamos un tiempo y vamos rozándonos; por equivocación, a idea, poco a poco... Y construimos un mundo. Cuidaré con el juego porque no quiero que te escapes. Volverás a llevarme al cine y no sé qué pasará esta vez: si perderé de nuevo las entradas y me avergonzaré tanto, tanto, que pensaré otra vez eso de madre mía, apenas me conoce y pierdo las entradas, va a pensar que además de torpe soy idiota. O qué.

Tal vez haya nevado lo suficiente para que desees que me caiga en la nieve, y sea esa chica que se ha dejado las alas de hada del invierno en casa, preciosa entera, que te ayude a levantar cuando seas tú, tan loco como siempre, quien te caigas en la gran alfombra de nieve.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Es tan sencillo como desplegar el mantel para poner la mesa de todos los días, y de repente un relámpago en la mente.
Ay, pero si hoy como sola...

Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.

Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.

Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?

Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Me siento tan desastre que giraría y tiraría la llave bien lejos. Por no creerme palabras que yo misma digo, por ingenua, por exigente y dura como la piedra. Creo que tendré que llevar un cartel de que yo también siento. Y bastante, como todos los seres humanos que tienen aprecio por la vida, y por todos sus elementos. Aunque a veces duelan y duela yo misma.

lunes, 14 de diciembre de 2009

(Nadie sonríe. Absolutamente nadie sonríe. La pelirroja solloza en silencio sentada justo en la silla de la esquina, donde la sombra es más pronunciada porque la luz llega oblicuamente desde las dos paredes que la forman, pero nadie la mira. Uno de ellos está en la barra pidiendo otra jarra de cerveza, los tres hombres restantes miran al suelo).

-Pero si ni me llamabas, joder. (Una de ellas rompe el silencio. La morena).
-Uy, cierto. Pero, ya ves, después de que intentaras ligarte a mi novio me daba por el saco llamarte. Completamente. (Sorpresa en la mesa. Agitación general, como cuando te haces partícipe de una verdad incómoda que tú ya sabías. No obstante, un respingo llama más la atención. El chico de la barra. El antiguo novio).
-Oye... (La pelirroja intenta calmar los ánimos, por si no están suficientemente caldeados).
-No empieces con lo mismo. ¿Qué pasa? No era yo la única que calentaba. Tu novio también rondaba, eh. Pero yo quería seguir siendo tu amiga, ¿no te das cuenta? Es que por querer hacer las cosas bien al final me vi metida en un lío del quince.
(Todos miran a la morena. Parece triste: en sus adentros se libera la tormenta interna del recuerdo).
-¿Las cosas bien? (El antiguo novio habla).
-Sí. Bien.
-Yo me voy. Os juro que no quiero seguir viéndoos las caras. ¡Estamos hechos de mentiras! No decimos otra cosa. Mentiras, mentiras, mentiras. Así que mejor me voy.
(Hace ademán de irse, dejando su jarra de cerveza pagada aún sobre la barra).
-Espera, Andrés. Por favor. (Uno de los otros chicos interviene) En teoría, estamos aquí para arreglar lo nuestro, ¿no? Nos han juntado una serie de situaciones extrañas, pero...
-¿Extrañas? (La morena sigue enfadada). Pero si no sabemos quién ha podido ser, por Dios.
-Sí que lo sabemos. El mismo que firmó la nota. (La pelirroja, con lágrimas todavía en las mejillas, parece firme pese a su debilidad aparente).
-Ah, no. Eso no lo volvemos a discutir. No vayamos a volvernos locos; cuando no puede ser, no puede ser.
-¿Pero por qué no? ¡Chicos! (Solloza). Debemos creer en él. Tal vez ya lo sabía, puede que... no sé. Buf. Que él ya lo supiera, ¿no? Y por eso nos escribió a cada uno de nosotros, para... reencontrarnos.
-Nos íbamos a encontrar de todas formas. (Uno de los chicos musita, la morena lo mira).
(La pelirroja continúa sin haber oído nada).
-O también quizá... no sé, existe la posibilidad de que él mismo... De que él mismo lo provocara.
-¿Qué? (Vuelve a hablar el mismo chico. La chica morena cierra los ojos, cansada, infitamente cansada. El rostro del chico está desencajado). ¿Qué cojones estás insinuando? ¡Eso ni en broma! Ni en broma, joder, Ángela. Deja ya de decir gilipolleces. La nota era innecesaria porque ya nos íbamos a encontrar si todavía nos quedaba un poco de vergüenza.
-Cómo... (La pelirroja, Ángela, vuelve a llorar).
-¿Que cómo? ¿Me estás diciendo que sin la dichosa nota, que no pudo escribir él, no habríamos acudido a su entierro? A ver, Ángela. Él no pudo enviarla, sencillamente porque no sabía que iba a morir.

(Andrés ha vuelto a la mesa después de su amago; bebe de su jarra con tranquilidad. La otra chica lo mira de soslayo. El que acaba de hablar y de decir lo que ninguno quería oír, Marcos, sostiene la mirada de la morena. La pelirroja sigue llorando, ya callada. Otro juega con el cenicero. Hay un ambiente extremedamante incómodo. Y, por supuesto, absolutamente nadie sonríe).

martes, 1 de diciembre de 2009

Digamos que tú y yo nos llevamos bien. Porque nos llevamos bien, ¿verdad? Nos llevamos mejor en otros tiempos, pero eso todavía no ha pasado. ¿No crees? Sonríes, no sonrías, que hablo en serio. ¿No te parecería que podríamos pasarlo bien, tú y yo, un ratito? Como en los viejos tiempos... ¿Te acuerdas? Nada más que un rato de piel y de calor del que nos hace falta. Porque a ti te hace falta, ¿no? Por qué sonríes... Me gusta tu sonrisa, porque sonríes sin impedir que se te noten las arrugas. Aunque la mejor sonrisa era la que ponías por las mayores tonterías. ¿Aún las pones? Como cuando atrapabas con la cuchara la bolsita de té y la dejabas escapar de golpe, y el agua se teñía de color pardo. Sonreías entonces. Pero a lo que iba... ¿No nos lo pasamos bien? Hablando, haciéndonos rabiar y eso. Nos llevamos bien. Podríamos emplearlo, y ya que nuestros cuerpos se conocen dialogar otra vez. Una vez más. Es que me parece divertido. ¿No? Ay, como cuando te tropezabas con el bajo del edredón. Sí, claro, sin sentimientos. Diversión, ya te lo he dicho. Bueno, uno sí que habría, ya me perdonarás. La mentira. Mentir porque aún te quiero y me muero por contemplarte desnuda. Como cuando...

domingo, 29 de noviembre de 2009

-¿Qué te pasa? Antes apenas has probado la cena. Te puedo preparar otra cosa si todavía tienes hambre. ¿Quieres? ¿Eh, pequeña?
Se quedó un momento más pensativa, y temió que a él le molestaran las nubes en sus ojos de nuevo. Pero sonrió, sonrió por el desastre que tenía delante.
-Un vaso de leche estaría bien.
Él le devolvió la sonrisa.
-Ahora mismo voy-. Hizo ademán de levantarse del sofá, pero ella se lo impidió.
-Pero… Ve luego. Por favor, quédate conmigo. Quédate. Por favor.
Paró su reincorporación en el sofá, y se pegó un poco más a ella. Calmó sus nervios, para que no se reflejaran en su voz.
-Como quieras. Estoy aquí, no te preocupes... Me quedo aquí.
-Sabes... ¿Sabes ese dolor en el pecho que te invade muy pocas veces? Muy pocas en tu vida. ¿Que sientes como un millón de dolores en uno solo, y te duele al respirar, y piensas que algo parecido tiene que ser el apocalipsis?
-¿Te duele otra vez? ¿Nos vamos a urgencias?
-No. No es eso. Es el dolor de la pérdida -sonrió-, de cuando sabes que alguien no va a volver jamás. Y te duele, te duele mucho, pero ya ni siquiera tienes ganas de decirle que pare. Porque lo has perdido. ¿Sabes cuál?
La mano de él iba y venía por sus hombros de manera mecánica. Estaba pensativo. Le estaba haciendo pensar.
-Claro. Ahora te entiendo. Como aquella vez que pensé que te perdía.
-Como aquella vez que pensábamos que nos perdíamos.

Ella se movió para mirarlo a los ojos un instante. Lo que duran un montón de recuerdos dolorosos que se arremolinan en el pecho. Lo que dura espantarlos para meterse en sus ojos y no salir de ahí en lo que quedaba de noche.

-Ahora soy consciente. Ahora... -se le quebró la voz.
-Tranquila, ¿vale? No va a pasar nada porque no queremos que pase. Piensa que somos más fuertes que todo esto. No te asustes por cosas innecesarias.
-¿Innecesarias?
-Sí. Nos necesitamos. Nada más. Todo lo demás no tiene lugar aquí. ¿De acuerdo? Sé que algo parecido a esto tuvo que ser el génesis.
Silencio de nuevo.
-Si no lo controlo me duele el pecho todos los días. Y no es por la mierda esta que me invade. No puedo perderte.
-No vas a hacerlo.
-Me estoy muriendo...
-Y yo no voy a dejar que lo hagas.

martes, 24 de noviembre de 2009

No sé qué extraño bicho otoñal me ha picado hoy me ha hecho necesitar un cambio. Ah, será el aire francés que tengo desde las dos horas en las que he tenido que pensar de manera franca. C'est la vie qui me dit qu'elle veut me troubler. Siempre he pensado que lo de la primavera es una mentira porque a mí el que me altera la sangre es el otoño. ¡Bombeándola a mil por hora! À mille par heure!

Pero volvamos al cambio. A crear. A crear cosas preciosas como las que veo visitando blogs y pequeños álmbumes de fotos de gente que de veras sabe capturar momentos. Créer. Me siento anclada en los quince años que tenía cuando creé este rincón, pero al mismo tiempo me da miedo abrir el grifo y empujar todos mis recuerdos por el desagüe.

Sí. No puedo evitarlo. Otoño me trouble mais aussi me hace recordar. Una nostalgia en tonos tostados que, de momento, me encanta. J'adore ça. Es como una locura gigantesca que a veces me pone furiosa y otras no. Cuando entro aquí y acabo pensando que necesito un cambio sustancial.

Pero no puede ser sustancial. Acabaría siendo un accidente más que sazona un poco la rutina, pero seguiría permaneciendo yo. De todas las maneras posibles. La misma sustancia, la même rêveuse. Parce que j'aime arriver ici et me sentir comme le petite rêveuse d'il y a quelques années. No obstante, cependant, de alguna manera me sonrojo a veces orgullosa cuando me sigo sintiendo yo. Aussi petite. Tan pequeña. Es agradable. Saborear el tiempo. En goûtant tous les instants que je garde.

Volverme loca. Totalement folle. Divagar. Unos minutos, los suficientes, para descargar el dolor de espalda del día... Et vogayer par mon monde de souvenirs et rêves. Tout mélangé, que diría mi profesora de francés.




¡Hoy me apetece sonreír en francés!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Estaba en el parque, y no hay ninguna luz -dice-. Y yo pienso que es verdad, que me había sorprendido de ello horas antes. Cuando he empezado a recorrerlo era ya noche cerrada, todo lo cerrada que se cierra en noviembre la noche, y he pensado que si no me daba temor. La oscuridad total en el camino. Y por qué no. Me ha contestado una vocecita diciéndome que no había motivo para temer un asalto, que seguramente espantaría a cualquier ladrón o violador con una mirada brillante.

Así que he seguido andando hasta acabar delante de la valla de donde paso gran parte de mis días, mientras la vista se nublaba y también los pensamientos. Ya sentada he asustado a alguien en bici al sollozar. Me ha parecido curioso, su mirada temerosa. Como si yo fuera un ladrón o un violador que pretendía asaltarle.

Seguía con la mente espesa ante el café solo pero con leche. Sentada en la barra con la camarera lanzándome miradas furtivas y revolviendo la espuma tan rica que dejan encima del líquido caliente. Como con flaqueza de alma y en huelga de pensamiento. Sintiéndome en una película con banda sonora melancólica, deseando muchas cosas. Y, de repente, un bipbip y una frase en el mensaje.

"Desear es añorar el pasado"

Me quedo pensando. En las casualidades o en el destino escrito, en lo que sea que conecta una cosa con otra. En el mensaje y en que era viernes. Y apurar el café, porque me estaban llamando, apretar el botón de encendido... Y echar a andar. De nuevo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Me ha inspirado él, aquel que tantas veces nombrabas sin ponerle nombre provocándome muecas de fastidio, de nuevo, con uno de sus textos. Con un recuerdo enlatado en hojas de papel, gritando hacia más allá del cielo, o donde os escondéis todos. Después de dejarnos.

Me encuentro asustada. Supongo que ya sabrás por qué, porque de alguna manera sé que cuando hablo para mí estoy hablando contigo. Porque así lo quiero, y si de verdad existe la fe esta es la mía. Saber que me escuchas. No sé qué haré, lo digo totalmente en serio. Sé lo que deberé hacer, pero me da tantísimo miedo romper esta estabilidad tan frágil pero que se mantiene de alguna manera... No quiero ver la decepción en sus ojos porque me dolería más que nada. Sentirme fracasada si ellos se sienten así. Brilla en mí un pequeño rayo de luz, pero me hundo tan a menudo en las profundidades del pesimismo... Que no puedo vivir así. Necesito saberlo de una vez.

Asustada y de exámenes. Ya sabes. Lo pienso a menudo, lo de ir a verte. Siempre se me pasan los días y ahora me encierro para no perder ni un minuto (aunque sea falso; los gasto soñando). Cuando acabe sé que iré. Me avergüenzo de no saber encontrarte pero me armaré de valor y preguntaré, descubriendo mi plan. Qué importa. Quiero ir y compartir un silencio contigo, o los que sean. Y devolverte los últimos dieciséis euros que me diste, que me dieron en tu nombre, y que no he gastado desde el 17 de marzo.

Necesitaba escribirte. Gritarte a ti mis preocupaciones y mis ganas de llorar este desequilibrio. Y sé que me escuchas, de alguna manera, en blanco y negro como siempre te recuerdo. Dándome un poco de paz y haciéndome sentir desdichada por ser huérfana de esta manera, pero hablándote a cada instante. No sabes cómo te abrazaría si tuviera la oportunidad ahora.

martes, 10 de noviembre de 2009

-Oye, perdón. No me mires así... Es que te he visto delante del fregadero ahí dándole a las probetas para que no quedara nada de lo que hemos usado en la práctica esta de mierda y, no sé por qué, y no te asustes, por favor, te he imaginado delante del fregadero de mi casa. Sí, el de mi casa. En la misma posición, con la mano izquierda sujetando el recipiente y la derecha llena de jabón, y esa mueca de concentración... Te he imaginado de pie y descalza, vestida con una camisa, con mi camisa, por ejemplo, la que me habías quitado horas antes, o días antes. Qué más da. Aburrida, tal vez, porque yo aún dormía y tú ya no tenías sueño y te levantabas de mi cama, cubrías ligeramente tu cuerpo y decidías limpiar lo de la cena anterior... por hacer algo, por hacer tiempo hasta que me despertara. Pero lo hacía antes de que tú te dieras cuenta y te observaba de espaldas a mí, desde el quicio de la puerta. ¿No te parece extraño? Me ha explotado todo de repente, al verte. No te asustes, que es una tontería, pero me ha parecido tan real... Que tenía que decírtelo.


La observó un minuto más. Sólo uno. El minuto que tardó en terminar de fregar, cerrar el grifo y sonreírle para indicar que ya podía empezar él.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Debería escribir. Algo fresco, soñador, un elogio al desenfreno. Cometer algún error de vez en cuando para luego arrepentirme. Bailar como si nadie me mirara. Tengo ganas de bailar, increíblemente. Aun con estos riñones palpitando al rojo vivo pidiéndome ¡cama!, siendo engañados constantemente porque la única respuesta que reciben es la de cama con quién. Escribir algo que me arranque una sonrisa mal disimulada dentro de un otoño, allá donde esté y allá donde se acomoden mis palabras. Sus palabras. De las que me apropio de manera visceral, sin poseerlas, simplemente acariciándome suavemente cuando sueño. Dormida y despierta. Mis dos grandes Ds. Enfermizamente comparar primaveras y lo que venga, y compararme a mí, a mi mente perversa e inocente cuando prefiere ser así.

Podría pensar más en algo que escribir que me guste. Que me guste a mí, porque aunque guío mis dedos para llenar otros ojos mi intención no es gustarles. A todos. Ni escribir con alguna pretensión. Digan lo que digan, quien se quiera quedar es bienvenido y me hará sonreír si así lo quiere. El sombrío, el que se va, tiene mi más sincero respeto. (Aunque no me suene cierto)

En lugar de ponerme a ello prefiero arrancarme el cansancio y las preocupaciones y juntarlos en un cóctel molotov que vaya a parar a tu ventana. Enfadarte, si puede ser. Para que acudas al estruendo y, al verme como la culpable, vuelques tu pasión sobre mí.

miércoles, 28 de octubre de 2009

¿Cuánto dura un viaje en ascensor? Depende de los pisos robados al aire, claro. Pero, ¿cuánto puede durar? Lo que dure un orgasmo, o las ganas de él.

Si nos descuidamos acabamos saliendo despedidos de los raíles del elevador que nos va acercando al ansia palpable de descamisarnos para que se hable la piel nada más. Y los dientes, y las marcas posteriores, y las miradas tan cercanas que se chocan. Pulsemos el botón que pulsemos creo que acabaríamos en el mismo sitio, en contarle las pecas a tu espalda con los iris agarrados a mis uñas.

Cuando el tiempo persigue puede ser que sea cierto que se aprovecha mejor cada respiración, por eso intento compartirla y verterla en tu boca a ver si así le arranca un suspiro a tus pulmones, donde puedas volcar la locura angustiosa que a veces se arremolina en el puente de nariz -porque lo sé, que reside ahí- y que ya no vuelva. Que deje sola a la que convive con tu sangre en una armonía caótica, haciéndote a ti, desde la partícula más esencial que pueda encontrar en cualquiera de mis incursiones cuando duermes. O cuando disimulas que sí has escuchado el chasquido de la cámara.

Y en el último instante fijarme en tu sol, en el sol que reposa en tu pecho ejerciendo una odiosa competencia con mi pelo cuando osa desparramarse por el mismo lugar.

Aunque no sepa cuánto dura, a pesar de que mi cabeza se monte sus historias de soñar despierta en cada momento y me puedan parecer escuetos segundos empujándote contra la pared. Le reservo al tiempo otros ratos de protagonismo; no es amigo del egoísmo pero estoy segura de que no va a parar sus pasos para detenerme, para detenernos. En uno de nuestros bailes de lujuria.

viernes, 23 de octubre de 2009

Todo es un caos. Ni siquiera encuentro armonía alguna en la línea perfecta que separa mi alma en dos partes que crecen y decrecen a su antojo. Ni el golpeteo musical y casi irónico del dolor en cada latido. Seguramente no merezca la pena pero no puedo evitarlo. Es duro aceptar que las cosas cambian y que no seré una niña eternamente. Al menos no para el mundo.

Pero está en mi naturaleza soñadora pedirme lo contrario. No obstante, a veces no es posible. Y es cuando sobreviene el caos sobre mi mente. Hasta que se queda a vivir en mis ojos y extiende su grito por mis mejillas.

sábado, 17 de octubre de 2009

Súbete conmigo ahora mismo porque me marcho. Es ahora o nunca. Sé que es precipitado y que probablemente no te va a dar tiempo de traerte nada contigo, pero no te angusties, ni tengas ese miedo en los ojos: yo tampoco llevo nada. Bueno, sí, te llevo a ti.

Resultará un pelín sorprendente pero he decidido irme de este cúmulo de sentimientos que me envenenan. Sí, como tú me dijiste, me están envenenando. Puedes llamarlo huir. Pero huyo de las tormentas que se pegan a mi cuerpo y salen al exterior desde las pupilas, las que me empañan el mirar y me hacen verlo todo de este gris nostalgia que tan poco me gusta ahora. Es tan prometedora la promesa del sol eterno que me voy. Pero puedes venirte conmigo. Es más, espero que aceptes, porque he hecho este viaje para que vengas conmigo.

Así podremos visitar los lugares más oscuros del universo y siempre tendremos luz. Yo al menos sí, si sigue palpitando así en el centro de tu pecho, y si tú no las tienes todas contigo te la puedo prestar porque es tan mía como tuya. Te aseguro que no me importará no poder llorar a oscuras.

De esta manera, aunque en nuestra travesía encontremos los huracanes más intensos y mi alma vuelva a desparramarse por el suelo al verme enloquecer, estarás tú para traerme calma otra vez con sólo una sonrisa y cambiarme de tema, verte sentado a mi lado, dormido o susurrándole a mis latidos qué les ofreces para que se suavicen. Un mundo para los dos te ofrezco yo, pero decídete ya. ¿Nos marchamos ahora?

martes, 13 de octubre de 2009

No suelo llamar la atención a la primera. Seguramente, tampoco a la segunda y en casos extremos a la tercera tampoco pasa nada. Obviamente, para muchos soy como uno de esos entes que resbalan entre la gente a toda prisa, con los que intercambiamos pupilas desconfiadas durante unos segundos... y seguimos caminando. A menudo me gusta pensar qué pasaría si el intercambio se prolongara, cuántas historias surgirían. Sería una locura. De mundos que chocan.

Los sentimientos se intensifican cuando queremos que algo ocurra al límite. Es buena señal, ya que es lo que perseguimos; pero no contamos con el abanico de sentires diversos que están atrapados debajo de la piel y también quieren salir. Llevando a cabo peligrosas piruetas, bailan la felicidad y la decepción, locura y tristeza, diversión y seriedad. Se intensifican ellos, en nuestro pecho, y se intensifican todas las personas con las que nos cruzamos, con las que me cruzo estos días. Se afilan las miradas; todo parece una espiral de seducción.

Mis ojos también observan y le traen imágenes con las que nutrir la mente de fantasmas y preocupaciones. Es curioso, de vez en cuando, encontrarte con la mirada de alguien durante un segundo, incluso sonríen si son valientes, pero ahí se queda la cosa. Para muchos empieza el juego, otros simplemente son meros espectadores.

Me gusta observar ahora porque sé que nunca llamo la atención a la primera. Mi baza, tal vez, sea que exista gente con la que se puede conversar antes de nada. O tal vez no, no lo sé, tengo la impresión con el sol de esta mañana de que he crecido tan rápido que me he perdido algunas cosas. Por ello, por la confusión momentánea entre los litros de alcohol que desfilan por mis ojos y el humo de miles de almas, me limito a observar. A observar. Mientras pienso que nunca nadie me ha dicho que beso bien. Aunque conozca la razón de sobras.

lunes, 12 de octubre de 2009

Como una broma demasiado macabra. Los hilos de la consciencia que se agitan tan deprisa con el viento que nos trae la fiesta. La fiesta, la fiesta que acaba en desventura completa. La fiesta, esa fiesta que tanto ansiamos y que tanto nos molesta al día siguiente, con la mirada perdida en el váter o la cabeza en otra parte: qué fue lo que hice anoche, por qué no lo recuerdo. Ay, las ganas de comernos el mundo.

El incierto modo de tratar la diversión como un cúmulo de sustancias y dinero gastado. Las risas en el bar de siempre no se venden en ningún supermercado. Tampoco encuentro en estanterías que se ofrecen al público el aprender a ser precavido con las bofetadas que nos trae el amanecer de vez en cuando. Es pensarlo y me estremezco.

miércoles, 7 de octubre de 2009

-Pero poco, ¿verdad?
-Sí. Bueno, sí. De vez en cuando, es que si sangrara mucho no seguiría viva. Pero no remite, es constante este río de atardecer refulgente.

Silencio. La sonrisa de ella, la más mayor, una sonrisa gris pero tranquilizadora. Como de fotografía antigua. Ella, ahora más joven, más en paz... más dueña de sí misma. Descorazonadoramente irónico. Y luego estaba la pequeña. Preocupada, nerviosa, nostálgica, con el brillo en los ojos de una fuga próxima de agua y sal.

-Aunque tampoco me importa mucho que me sangre. Me preocuparía que no lo hiciera. Me entiendes, ¿verdad? Dime que sí, dime que sí, por favor...
-No te preocupes. Si sangra o no es irrelevante. ¿De veras crees que me olvidarías si el dolor se cura? ¿En qué lugar me deja eso, señorita?

La pequeña sonrió. Le gustaban esas charlas nocturnas, de repente, con un poco de miedo al principio; pero luego la conocía como no la había conocido antes, y parecía que se le aplanaban un poquito las arrugas del alma. Pero era engañoso: cuando se marchaba, volvían a crearse para que tropezaran con ellas sus lágrimas cuando recordara su nueva marcha.

No se preocupaba en comprender por qué ocurría y por qué venía unas noches sí y otras no. Por el día la sentía en el viento de otoño y recordaba el invierno que se la llevó. A escasos días de estrenar el verde enamoradizo de la primavera, el invierno firmó la sentencia en silencio, con un fondo de luz artificial y el constante sonido de la respiración antinatural. A pesar de las visitas, rememoraba a menudo el último día y cómo se durmió sin apenas darse cuenta. Cómo se marchó la otra, la pequeña, de la habitación sin hacer ruido para no molestarla.

-No quiero que te marches. No te marches.
-No seas tonta. ¿Cómo podría quedarme? Sería una auténtica locura. Ya no tengo hueco aquí, me fui y... No te angusties. Sé que lloras más que por ti por ellos. También los vigilo, no te preocupes, los vigilo y ansío tocarlos, sobre todo cuando los veo llorar en silencio. Quiero que les hagas ver a través de ti y que puedan sentirme, ¿está bien? ¿Lo harás?
-Claro. Si puedo, sí. Si... si sé.
-Claro que podrás.

Miraron un instante la ausencia de la luna en el cielo triste de un primer piso de una zona urbanizada. Deseó volver atrás, hacer lo que sea. Todos menos el final. Lo deseó la pequeña, claro, la otra seguía completamente serena. Como satisfecha y apenada a partes iguales, a sabiendas que debía volver pero teniendo en cuenta que este no dejaría de ser su hogar nunca.

-He de irme. No sufras, no me des trabajo y que tenga que venir a calmarte en sueños. Deja que pueda venir a arroparte sin más. ¿Está bien?
-Vuelve. Cuando puedas, en cuanto puedas.
-Claro.
-Vuelve, abuela.


Y tecleó sollozando al día siguiente sus fantasías, volcando la intuición de verla de repente aparecer detrás de una esquina, esquizofrénica visión, y recordando el sonido de su voz para que no lo borre la ceniza del tiempo en su mente. Volviendo a llorar, habiendo roto el dolor que permanece dormido pero que no es maligno. Simplemente está, ahí. Y vuelve.

Te echo de menos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Hablé con el sol al despertar y le pregunté a qué venía el madrugón porque ya no lo recordaba y mis pupilas se agitaban (es su manera de chillar que quieren un poquito más de oscuridad). Me dijo que siguiera adelante y que luego ya sabría a quién preguntar. Me vestí en silencio y notaba los nervios rebotar contra las paredes de mi estómago. Decidí esperar, como me había dicho mi gran núcleo de luz. Raro me pareció que sonreía mucho. Pero no le di importancia.

Más tarde me di cuenta de que tenía razón y, mandando callar a mis remolinos, hablé con su piel en susurros (no quería despertar a nadie). De manera enigmática acabó confesándome que iba a estar orgullosa. Lloró al final porque sentía el sufrimiento debajo de su extensión y eso la ponía triste. Se alegró (la vi) cuando empezó todo y pudo estar tranquila. Ya no había vuelta atrás.

Yo me asusté. Mucho. Los tambores se asentaron en mi corazón al principio, luego calmaron su canción poco a poco, se acomodaron y sólo oía retumbar mis pestañeos.

Conforme pasó el tiempo visité mundos e intercambié emociones con el viento que tímido nos visitó en ese momento. En cada una un rostro, un color de alma, una sonrisa distinta (las mejores son las sinceras).

Cayó la noche y mirando a la luna me di cuenta. Se comunica solamente con silencios, pero me bastó una mirada para entenderlo. Recordé el madrugón y supe por qué. El sol, el sol sonriendo, porque un pecho noble iba a tatuarse su rostro. Con tinta de eternidad, recién hecho, como indefenso; con un brillo peculiar que olía a locura.

jueves, 1 de octubre de 2009

Cuando sobrevienen las catástrofes aflora la solidaridad, la empatía, la amabilidad de cada uno. Pero no solo sirve el corazón encogiéndose ante el telediario, sino que hay cosas más banales y sencillas que también pueden servir de ejemplo.

El alma sufre a menudo pero en muchas ocasiones el dolor es sordo, apenas audible por nuestros pasos cansados, el espíritu siguiéndonos como una sombra. Otro tipo de dolor es el que llega cuando salpica. Salpica, sí. La piel se vuelve transparente y los demás ven latiendo alrededor del órgano esencial una espiral de locura, decepción y pena. Es entonces cuando entra en juego la solidaridad diaria y cercana. Se acercan, arropan, se escapa una risa, sientes el descanso de saber que no eran cosas tuyas, que los demás también lo han notado.

Se me han alegrado las pestañas en varios parpadeos repetidos al sorprenderme por la cercanía de los que siempre están pero nunca cuentan. Cada día nos cruzamos con cientos de personas y apenas nos fijamos en sus rostros o pensamos en su vida, por qué estará triste aquella, por qué sonreirá aquel. Lo mismo pasa con nosotros. Somos uno de esos cientos de rostros sin nombre para nuestros cientos de rostros sin nombre.

A pesar de todo, hay momentos, como esta mañana, en los que el mundo se para de alguna manera para curar el óxido de los tornillos que te anclan al suelo. Pisas fuerte, sonríes, y te haces partícipe de la comprensión común. Un cosquilleo en tus adentros, un agradecimiento en los ojos ya más risueños, menos nostálgicos, en proceso de recuperarse una vez más.




(Esta es mi manera de decir gracias. Por estar ahí)

martes, 22 de septiembre de 2009

Cuando nadie le vea, tal vez, delineará líneas, todas curvas, para escapar del riguroso trabajo y diseñar, diseñar como siempre, pero diseñar mundos imposibles concurridos de ideas, de cuentas matemáticas... de serotonina.

Sé que a pesar de su alma científica y preguntona querrá soñar porque sueña tanto como yo, o más, o menos, no sé, pero sueña. También se entristece, y me pilla un poco con la guardia baja, porque estoy acostumbrada a que sean mis palabras las grises y no las suyas. Pero me agrada sentirme parte de su posible consuelo, cuando dice que quiere que hablemos, como vía de escape, o como una conversación nocturna más, antes de que nos eche mi madre, o su hermana, o la somnolencia de que mañana nos espera un día más.

No sé por qué llevo unos días pensando en regalarte un par de palabras. O algunas más. Porque me gusta verlo por aquí y que insista en que escriba, porque percibo que intuye por qué hace tanto que no escribo. Escribo para mí, para muchas personas, pero también para dicho delineante soñador que me insiste y me saca los colores.


Por esos pequeños detalles. Para un arquitecto. O un proyecto de. Me debes muchas almendras, que te quede claro.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Se acerca un momento importante, que puede marcar una muesca muy profunda en mi mapa de la vida. Es complicado aceptar que a los sueños se los agarra de los pelos para que no escapen, y convencerlos a susurros que no te dejen escapar a ti aunque ahora te parezca una locura. Puedes acabar suplicándoselo, de eso estoy segura.

Es fácil decir que lo importante es perseguirlos, coger ese tren, pero la complicación viene cuando el billete te lleva demasiado lejos, tan lejos que su perspectiva en parte duele y aviva más la llama del qué debo hacer. ¿Qué debo hacer? Lo tengo claro, y me siento feliz por haberme decidido al fin, pero hay más preguntas cuya respuesta me desagrada. Dónde, en qué circunstancias, durante cuánto... con quién. Me angustia que esta ciudad no vote por las artes de ningún tipo, que cualquier joven que quiera explotar su lado colorido tenga que volar del nido, más por obligación que por devoción. Preguntadle a artistas de cualquier tipo: amantes de la pintura, empedernidos títeres de un escenario, soñadores, como aquí servidora, que sueñan con una vida entre cámaras y estrés infinito, bullir de emociones, historias en los dedos que hagan vibrar a la gente.

Y ahora que sé qué es lo que quiero me da miedo. No temo a un inesperado cambio de opinión, pues sé que si ocurre será sincero y estaré a su merced; pero, llanamente, no quiero marcharme. No a la ciudad del agobio y el metro colapsado de caras somnolientas. Quiero salir de aquí, quiero experimentar en otros sitios, pero no lejos de mi hogar. Este hogar que han construido las personas que acuden a mi mente durante el día, con los que discuto, converso, hago locuras, estudio, observo... A los que quiero, ante todo, y me han hecho echar raíces allá donde vayan. Allá donde vaya.

Mis sueños han estado conmigo toda mi vida, cambiando de forma, y por ello les llevan ventaja. Pero me apena tanto tener que dejar mi pequeño imperio, mi mundo repleto de más, como siempre, de más mundos. Nunca he podido odiar al tiempo tanto como ahora. No es por tedio ni la angustia de la espera, sino por encaminarse hacia mí afilando los dientes y agitando en sus manos un gran lazo. Quiere atraparme, para llevarme con él. A cumplir parte de mis sueños, pero a pesar de ello siempre pensé que sonaría muchísimo mejor hacerlo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

No esperemos sin más. Un año más llega mi otoño y me trae razones que purifican los cansancios sudorosos del verano que nos abandona con garantías de volver en cuanto la primavera le deje. No esperemos porque esperar me quema y mata el tiempo, hagamos lo que sea menos esperar.

De momento puedo conformarme con esperar que no quebrantes mi libertad sino que sigas masajeando mis alas con tus dedos firmes y si, es posible, volar juntos algún día en el que no duela nada. O, si duele, que nos curemos las heridas el uno al otro. Me nutro ahora se sentir la magia de intuir que has escrito y comprobar que es cierto, de bucear en tu interior con o sin permiso para acabar conociéndote mejor y sonreír cuando me sorprenda.

El misterio que mata la rutina, que a veces espera temblando demasiado escondido pero resurge tarde o temprano. Por el momento me conformo con ello, con sentirme mejor compartiendo contigo todo lo que me atormenta aunque en ocasiones el dolor se siente con nosotros en nuestra conversación.

Con eso me quedo. Con eso y con que sencillamente acabamos siendo dos niños que juegan con la ilusión y la pasión y se enfrentan también al miedo. Dos criaturas que aprenden, que sienten, que temen, que aman.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Qué difícil era la copa vacía y el carmín etéreo flotando muy lejos de ella. Ir danzando con los platos en la mano como siempre, esquivando momentáneamente un asiento, una ausencia, un vacío infinito, un recuerdo. El tiempo corría despacio porque ya no venía la que siempre llegaba primero. Se sentaba, pausadamente, quejándose de su corazón y sus piernas las últimas veces, llenándonos de dolor con sus gritos ahogados, su no puedo más, y nuestro y nosotros qué.

Las velas extinguidas y las lágrimas escondidas en las habitaciones en penumbra, la infancia que anhelo muchas veces recorriendo el pasillo, una felicidad extraña, un parche que flaqueaba en las pieles de nuestra alma.


Hoy llueve en las pupilas por el dolor sordo de dolores pasados, del pecho subiendo y bajando, porque echar de menos no es suficiente en la única pregunta sin respuesta que nos asalta cuando nos dejan. Para no volver. Algún poeta puede cantarles indirectamente preguntándose que y adónde van, pero eso es todo. Por la picadura, también, fugaz o quizá no, de otro tipo de ausencias, más difíciles de tratar, porque son salvables. Pero igualmente duelen.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Como dos criaturas indefensas pero eternas. Eternas, esa es la palabra. En parcial quietud, aspirando lentamente el aire y sintiéndose vivos. Temblando de vez en cuando por algún deseo inconexo del alma. Después de la tormenta viene el pensar en cuándo se desatará de nuevo, alimentarte de la otra criatura, pedir que el momento no acabe nunca. Durará siempre, no obstante, en el recuerdo.

Alberga una belleza enigmática que sólo advierten las mismas criaturas. Son parte de algo sobrenatural en ese momento, en el momento de después, el momento de "siento mi cuerpo como nunca pero parece que no sea mío". Demasiado inexperta para hablar con claridad de ello, se me ha antojado algo especialmente mágico. Como después de una batalla sin ganadores, aguardando la tregua, disfrutar del otro.

Algo tan sencillo como eso. Ser uno, de alguna manera que escapa al entendimiento común. Refugiarse en un territorio vedado, un territorio por explorar y conocer, que puede ayudarnos a crecer.

Así nos quedamos, en silencio, pensando en a saber qué, después del éxtasis, de tu sonrisa sobre la mía y de la pregunta de siempre, de la pregunta que te agradeceré siempre. ¿Bien? Siendo dos criaturas extrañas pero compenetradas. Buscando la piel en cada exalación. Sin más. Algo tan sencillo como eso...

Me encanta el equilibrio de los cuerpos desnudos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Eran tiempos difíciles y nadie en su sano juicio lo negaba. Ni siquiera nosotros, aunque obviamente también teníamos lo nuestro. Parecía que nunca salía el sol de detrás de las montañas; el hambre era algo que estaba a la orden del día, sobre todo en las ciudades, donde había más estrés y más revolucionarios que no querían más que juerga. Los niños se quedaban huérfanos de bien pequeños solamente porque sus padres eran unos rojos de mierda. Aunque a veces ni eso; simplemente eran unos ignorantes que ayudaban a la persona equivocada en el momento equivocado... Y así acababan. Dejando a un hijo solo, hijo que podría haber disfrutado de la protección de sus padres si éstos hubieran tenido dos dedicos de frente.

Yo en ese tiempo no me podía quejar porque mi padre tenía bastante nombre y quien me tocara los huevos ya sabía lo que pasaba. Hubo gente que se quiso reír de mí y de mi cámara, pero acabó con más de dos hostias bien dadas. Eso sí, ni mi padre ni yo nos manchamos las manos en ningún momento.

Lo más triste era cómo se intentaban meter a escondidillas en nuestro mundo. Las mujeres se creían más listas, como si por ser mujeres no se les iba a ver que eran unas putas, y además republicanas. A veces me hacían gracia. Que si metiéndose de cocineras o niñeras, a mezclarse con los hijos de nuestra sangre; y luego los enanos lo soltaban casi todo. No se daban cuenta, de momento, y ellas acababan en la cárcel hasta que salían los juicios y, bueno, ya se sabe el resto.

Me gustaba hacerles fotos a ellas. El primer día que conseguí afianzarme entre la patrulla de fusilamientos, llegué justo cuando un grupo de mujeres bajaban del vehículo temblando y llorando, muchas gritando o intentado zafarse de los brazos que las agarraban. Sabía, al verlas, que muchas no entendían todavía por qué iban a matarlas. Pobres ilusas. En cuanto las vi escupí al suelo y comencé a hacerles fotos. Sus expresiones vendían más que las de los hombres, y mis fotografías empezaban a hacerse valiosas ahora que la guerra, en teoría, había acabado y ya no había que andarse con tantos remilgos.

A mí me gustaba captar sus caras justo cuando apretaban el gatillo y antes de que la bala llegara a sus cuerpos. Me daba una especie de regusto por dentro que no me daban las mujeres caminando por el parque o desnudas en mi cama. Hubo una una vez que me preguntó a gritos cómo podía ser tan frío y tan hijo de puta. Me reí y le hice una foto. Esa todavía la guardo yo, no dejé que nadie la viera. Me parecía divertido que una hubiera tenido cojones a fijarse en mí y en la repugnancia que le causaba mi presencia. Como si violara su intimidad, no te jode.

No pensaba que esa foto me iba a causar problemas ni nada por el estilo. Total, era una zorra más, una lista que seguro que había gritado que viva la jodida República cuando la apresaron. Y ahora vienes a preguntarme por ella, qué casualidad, ¿no? Sobre esta mujer. Casi sesenta años después... No te puedo decir mucho más de ella, solamente que sería...


No siguió hablando porque un balazo le cortó la voz en la garganta. Se miró la herida sangrando y murió casi al instante. El muchacho que portaba la pistola lo miró con verdadero odio, cogió la foto de su abuela y se marchó pensando que después de tantos años sentía verdadero alivio, y orgullo. Orgullo de ser hijo de uno de esos hijos que se quedaron huérfanos por ser el fruto del amor de esos rojos de mierda.


jueves, 6 de agosto de 2009

-Cuando vengas ya no voy a estar.

Se lo dijo mientras la otra persona revolvía en su chaqueta buscando las llaves. Asintió con la cabeza y sólo cuando al fin las encontró le miró a los ojos y asimiló la frase fríamente.

-Está bien. Tampoco voy a tardar mucho, vamos, lo de siempre.

La que primero había hablado también asintió, pero de una manera más triste, aguantando el tipo y sintiéndose perdedora de la última oportunidad. Pudo notar cómo la herida de su alma se hacía más honda, y supo que se iba a echar a llorar sangre en ese mismo momento si la otra persona no se daba prisa y se marchaba.

Pensó que era curioso el hecho de que siempre deseaba que se quedara en lugar de que se fuera, dejándola sola, cada vez más a menudo. Se mordió los labios mirando al suelo, temblando por dentro mientras se preguntaba si hacía bien en lo que hacía. Le seguía amando, pero, ¿a qué precio? Se negaba a arrastrar su felicidad siempre hacia al mañana; se había dado cuenta que eso sólo era una excusa por no tenerla. Fue fuerte y se armó de valor. No obstante, una pequeña llamita ardía en sus adentros pensando que todavía se entendían. Que la otra persona, en su tono desvalido y trémulo, adivinaría las intenciones reales, y podrían hablarlo, establecer las típicas cláusulas de copas de vino y firmar el acuerdo manchando las sábanas.

Pero no fue así. Él se marchó y dejó el piso en silencio. La persona que se había quedado en la fría estancia fue a su habitación y sacó del armario una maleta. Estaba llena. Cogió un cuadro que le encantaba y con él bajo el brazo se fue. Echó las llaves al buzón, y respiró libertad al tiempo que avanzaba llorando por la calle.

***


Cuando vengas ya no voy a estar.

En su fuero interno sabía, cobardemente, que sí había entendido aquella frase de verdad. Se maldijo. Se sentó en una silla del piso vacío, y sintió la soledad tomar asiento a su lado.

martes, 4 de agosto de 2009

¿Y cómo es posible -te preguntarás- si solamente han pasado horas? Si a veces has estado más tiempo y a menos distancia y no pasaba nada. Si otras habéis estado ausentes y es como si os separaran kilómetros...

Pero es ese anhelar distinto, ¿verdad? El resguardo de su piel y su mano acompañándote a casa mientras recorrías sola con la madrugada desperezándose el tramo hasta tu hogar. Es el mismo daño estúpido de no saber que está cerca, que si quisiera en esta locura finita irías a buscarlo ahora mismo. Es como si en tu nombre faltaran letras, o salieras de casa dejándote el alma durmiendo todavía. Hay algo que no gira en tu mecanismo interno, tus manos se aburren, se te encoge un poquito el corazón y dibujas en tu mente su imagen para no tener frío.

Inmensamente torpe, porque no hay ningún motivo de causa mayor, pero lo echas de menos. Ahora mismo, y en este momento. Contentándote con que os protege el mismo cielo y que el tiempo no es del todo traicionero: siempre gira, para bien o para mal. Se consumirán los días y en su cera creciente estarán las ganas.

Mirándote al espejo, camiseta amarilla larga y pantalón demasiado corto, pensando en lo cerca que te ves y, aun así, la distancia que parece que os separa. Porque en parte te has ido con él, en parte, a llenarte de aromas y renovar recuerdos.

domingo, 26 de julio de 2009

Después de dos años me estremezco de igual manera. Recuerdo las frases, los nervios de cada momento, el miedo y las palabras de aliento que nos dedicábamos porque existía aquello que podemos designar como compañerismo. Se desintegraban entre mis dedos las ganas de más, de más veces, muchas más, pero el fruto era mordido cada vez menos a menudo, después de duros meses de trabajo... La recompensa era ínfimamente inmensa.

Esta noche, entre calores febriles, me han atacado las pesadillas. La primera, la más feroz, como siempre se desarrollaba en un escenario. Era la hora de la representación que está grabada a fuego en mi memoria; era el turno de mi boca y no sabía qué decir. Salía al paso como podía, arrasando conmigo todas las ilusiones de mis compañeros de grupo, los nervios de nuestra directora, un grito ciego para que se abrieran los tablones y me tragaran sin dudarlo. El pavor siempre, o casi siempre, me ataca en el mismo aspecto. Sabe dónde me duele.

No obstante, horas después, durmiendo con el ceño fruncido y en esa misma representación de teatro, un inesperado Jeremy Davies, actor también y no sé a santo de qué, me besaba en los labios y me preguntaba por qué no podía soltarme. En el estupor nocturno, lo reconocía en mi sueño como uno de sus roles más disparatados, sin duda, el nervioso Daniel Faraday de la serie Lost.

Por ello, me he levantado con el sabor agridulce de la noche y el gusanillo de las representaciones y los actores, deseando una vez más entregarme sin pensarlo, persiguiendo ese sueño, siendo valiente por una vez. En el vídeo he introducido una vieja cinta. Con ella he vuelto a sentir que los echo de menos, que los echaré de menos. Que me han cogido de la mano tantas veces y hemos pasado tantas cosas juntos, siendo nosotros mismos o cualquiera de los personajes... Me volvían los escalofríos, pero esta vez no era la fiebre, era verlos, vernos, delante del cartel pintado con la tinta de nuestro esfuerzo. Incompleta sin ellos, me espera un año duro aprendiendo a echar de menos a los últimos, anhelándolos de nuevo juntos. Con la esperanza firme de que volveremos a encontrarnos.

viernes, 10 de julio de 2009

Siento la deliciosa necesidad de escribir. La calma que me he impuesto como objetivo está tejiendo sus horizontes, para que sean los míos, y se ordene un poco este caos. Este caos en el que me encuentro, mis seis últimos años plasmados en hojas de papel, apuntes locos, ansias de libertad y muchas resignaciones. Ah, por eso supongo que estoy nostálgica. Siempre me pasa cuando me zambullo en el recuerdo de ordenar mi habitación.

Una vez, un artista de la palabra me ofreció un relato que hablaba de esto. De la nostalgia de ordenar tus pertenencias, que acaba siempre en bolsas de basura llenas de cosas que no sabes por qué guardaste -o sí lo sabes, y lo escondes-. Su relato desembocaba en un encuentro con su antiguo amor, después de ordenado su piso; hacían el amor, se entregaban casi en silencio, en un halo de tristeza, y a la mañana siguiente el protagonista decide deshacerse de esa parte de su pasada. Como cuando limpia su armario, su ex reposa en bolsas de basura al lado del contenedor. Este brusco final es cosa del señor de la melancolía, es decir, Carlos Castán, y su capacidad de transmitirte nostalgia por cada poro de tu piel... Y leer sus novelas en gris.

A mí ordenar no me da ganas exactamente de romper con mi pasado. Más en concreto, me da ganas de viajar. Observo los maravillosos viajes que llevan a cabo a mi alrededor y pienso que por eso me entristezco, porque al fin y al cabo todo gira en torno a dos cosas en relación a tu capacidad conocedora de mundos: el dinero, cómo me machaca esa palabra, y saber arriesgarte.

No obstante, mantengo la esperanza de que algún día podré hacerlo. Soñaré en otros países y pisaré otras tierras que acabarán mezcladas todas en la suela de mis botas. Cuando me angustio sobre la desembocadura de mi futuro, me tranquiliza saber que, haga lo que haga, lo quiero hacer viajando. Me quiero mover. Conocer, experimentar, sentir. Darle otros olores al alma.

Pero empezaremos por el comienzo, por asir lo que alcanzo, bañarme en naturaleza cercana. Dame la mano, mi amor, y dime cuándo nos vamos.

miércoles, 8 de julio de 2009

No quiero hipotecar mi felicidad. Ni reinventar un sistema de sentimientos que más tarde aplique a mi persona y me den una realidad que no me hace feliz. Suena frío, enfermizo y sobre todo, y es lo que me pesa, demasiado triste. No puedo soportar la idea de autoengañarme, pero es que me duele tanto; me duele tanto haber llegado a este punto de desesperación. Yo no creía en revivir estos recuerdos: creía en los sueños y en los amaneceres inalcanzables.
No puedo. No puedo con este peso en el pecho y este remolino de confusiones varias que se me planta entre los ojos, el cual no se alivia liberándolo. No puedo con mi pesimismo rebuscado ni mi capacidad de dinamitar las cosas y quedarme a un lado, tan ancha, esperando a que vuelvan a salirle flores al jardín.
Conozco el arrepentimiento futuro por entregarme a las letras creyéndome sola. No entiendo demasiadas cosas, y al mismo tiempo tengo ganas de tantas que todo se mezcla en batalla, se calma, y finalmente explota en siempre lo mismo: silencio y pesadumbre. La balanza equilibrada, o el desequilibrio trepando por uno de los extremos, tiñéndolo todo de locura, mientras me hipnotiza la melodía de esta canción.
Take a glorious bite out of the whole world...



martes, 7 de julio de 2009

Se despertó en mitad de la madrugada; el calor era insoportable. Sin embargo, en su fuero interno advertía que no había sido cosa del calor. Era como si sintiera una llamada más allá de lo íntimo o racional. La asustaba la idea misma de responder ante esa llamada, por ello le gustaba creer que lo hacía inconscientemente. Fue hasta la cocina para beber un vaso de agua descalza: el pequeño sentir frío de las baldosas le encantaba, la hacía sentir viva. Cuando cruzó el umbral de la puerta, volvió a la noche anterior. Y a la anterior, y a la anterior...

-¿Por qué?

La conversación solía empezar siempre con esa pregunta, mientras se prolongaba el silencio y le helaba el alma hasta que se escarchaba la tristeza debajo de sus ojos. Se sirvió ese vaso de agua recordando que al principio le daba pavor moverse. Pero ahora ya no.

-No sé si voy a poder seguir mucho tiempo así, ¿me entiendes? Sé que te lo he dicho muchas veces, pero es que no puedo soportar que no me dirijas la palabra. Vienes aquí cada noche, te sientas y esperas a que me despierte. ¿Por qué? ¿Por qué esta condena de mirarte y no conseguir ni una palabra?

Él la miró en la penumbra. De noche, la cocina no parecía una cocina; tal vez sí una habitación de algún maltrecho hospital. Sólo faltaba una luz bizqueando.

-Sé... Sé que si regresas es por algún mecanismo extraño de mi mente. Y no entiendo por qué sigo permitiendo que me rompa en dos al verte. ¿Es que tú no puedes hacer nada? ¿No decías que, si sufría yo, sufrías tú? ¿Por qué seguir sufriendo?

El cansancio era ya abrumador. El cansancio de todas las noches, de la misma rutina diabólica, el silencio que se colaba entre los pliegues de la ropa. Las preguntas de ella, la ausencia de palabras de él y, finalmente, el acercamiento. Siempre seguían el mismo patrón. Así que él se acercó con delicadeza y la abrazó transmitiéndole una fuerza fría pero cálida, que le encendió los recuerdos. Ella contempló una vez más cómo hablaban, paseaban, se amaban y soñaban los dos en tiempos mejores, antes de toda aquella pesadilla que la perseguía. A ella le encantaba que hablaran. De nuevo, lloró. Lloró melancólica aferrándose a la espalda de él para que no se marchara, no la dejara otra vez. Notaba el pecho subir y bajar con violencia, con demasiada violencia. Lloraba con desesperación; esa noche también había tomado una decisión.
Poco a poco, se alejaron y ella lo miró secándose la escarcha de las mejillas. Se sintió inexplicablemente llena de paz y lo besó suavemente en los labios. Él cerró los ojos, sorprendido.

-Hoy es nuestra última noche. Ahora lo sé. Cuídame, mi amor, cuídame de alguna manera...

Y se marchó a su habitación, descalza y sintiendo las baldosas calientes. Su temperatura corporal disminuía al estar con él. Se abrazó a la almohada y lloró lo que quedaba de noche volcando esos recuerdos en las sábanas, jugueteando con ellos, aprendiendo a asentarlos en cada latido sin que hirieran su piel otra vez.

Amaneció y se durmió por fin. Para despertarse en mitad de un rayo de sol y no de la noche, murmurando para sí que todas las noches anteriores habían sido un sueño, y quedándose con el recuerdo que le cerraba los párpados siempre: él, dormido eternamente, en un vehículo de madera de nogal hacia quién sabe dónde.

domingo, 28 de junio de 2009

La noticia de que estaban vivos y que regresaban a su hogar había corrido por el mundo entero como la pólvora. Después de tres horribles meses creyéndolos muertos, insistiendo la compañía aérea y los medios de comunicación en la total desaparición de sus almas, resulta que se equivocaban. Que se equivocaban. Todos, o casi todos, pues hubo gente esperanzada y tachada de ilusa que todavía los esperaba con el corazón en un puño cada vez que veían en la noche parpadear las luces de un avión.

Seguían vivos, en algún lugar mágico y escondido del universo. Pero muchos de ellos habían sobrevivido y ahora volvían a casa.

Ella aguardaba impaciente, volcando su nerviosismo en retorcerse un mechón de cabello o en recitar una y otra vez las letras del abecedario. Lo echaba de menos. Había llorado su ausencia más de noventa noches y ahora por fin iba a poder hacerlo en su hombre. Porque lo maldeciría, por irse, marcharse con su amigo a Australia en ese viaje tan loco, por marcharse de esa manera, sin hacerlo del todo. Lo peor era ver cómo todos estaban matándolos dejándoselos al olvido; ya no el hecho de decir que habían muerto, sino aceptarlo. Ella jamás se aferró a esa idea.

Y ahora por fin iba a tocarlo. Apenas podía creer que todas sus lamentaciones no habían sido en vano; pensó en todos aquellos que siempre decían que del infierno no se volvía.

Empezó a levantarse revuelo y ella se puso en pie. Miró al horizonte y vio llegar el avión en el que regresaban. Desagradablemente irónico después de un accidente. Esperó al borde del desmayo mientras susurraba palabras de calma a sus latidos desbocados. Tan cerca. El avión aterrizó.

No les dejaron entrar en la pista, como es obvio. Tuvieron que esperar pegados al cristal para reconocer a sus familiares entre la muchedumbre de supervivientes: habían llegado noticias de que algunos habían perecido en la isla.

Después de unos segundos en los que se sucedió su vida varias veces, la gente comenzó a entrar. Entre lágrimas, locuras y miradas perdidas, el aeropuerto se convirtió en la copia más desafortunada y equívoca de un velatorio sin silencios. Vio en un súbito instante los ojos del amigo de él y corrió a su encuentro pensando que iban a estar sus brazos también dispuestos. No lo vio, y su amigo negó con la cabeza. A ella se le vino el mundo encima y pensó que todo había sido una broma del destino. Ahora tocaba despertar. Al ver que lloraba, su amigo le susurró algo.

-No ha venido. Lo siento, pero se ha quedado ahí.

Ante la alarma de ella, el joven le hizo un gesto para hacerle entender que hablaban más tarde. Horas después, se encontraron destemplados en una habitación de hotel y el amigo se lo explicó todo. Conforme escuchaba, ella se sentía engañada. Nunca se había sentido menos ella misma. Ni siquiera lloró porque hasta eso le parecía un insulto. Una parte de ella lo entendía, pero el dolor de la ausencia era tal que la rabia comenzaba a brotarle. Sólo la incomprensión la taponaba mientras escuchaba atónita las palabras del muchacho.

-Me dijo que te lo hiciera saber. Que había conseguido un vínculo extraño con la isla; ya sabes cómo es... No es el único. Muchos decidieron quedarse porque decían que aquí ya no tenían nada. Lo de él era distinto, porque estabas tú. A pesar de ello, tenía claro que no iba a volver, que su sitio iba a estar el resto de su vida atado a esa isla. Mira... yo lo siento, no sabes lo difícil que es decírtelo, pero mentirte tampoco me parecía bien. Intenta rehacer las cosas, ¿vale? No te mereces estancarte. Pero, escúchame, no te pongas así. A ver... Él lo dijo claro, y no hay más, su vida ahora está en la isla.

Y la suya, la de ella, en parte también. En parte también...

jueves, 18 de junio de 2009

Triste. Triste porque no quiero acabar engañándome a mí misma. Triste porque estoy triste y no debo sentirme egoísta ni culpable por ello. Triste porque me estoy dando cuenta de que esta canción me anima haciendo que me duela el corazón, por el sentir mismo este sentimiento, porque me está enroscando el alma alrededor de los pulmones más todavía y sin embargo no la rechazo sino que se hace un elemento más.

Triste porque no me permito excusas baratas. Quiero afrontar la realidad, y el miedo, sin anteponer ninguna otra circunstancia que sirva de alivio. Las cosas son como son. Triste porque ahora mismo veo todo totalmente oscuro y necesito que llueva para poder liberarme un instante.

Triste porque me temo que las historias se repiten. Porque echo de menos y eso no es buena señal. Porque me cuesta aceptar los cambios y las transferencias de energía que pasan a alimentar unos sentimietos y dejan hambrientos otros que se supone deberían estar saciados. Triste porque me siento en parte idiota por seguir anhelando estos otros, porque me dicen que lo mejor es dejarlos marchar pero no quiero y acaba siendo todo una puta paradoja, filosófica o no.

Triste porque últimamente los días se desperezan y se acuestan grises sin ningún tipo de excepción. Por no comprenderlo. Por la lluvia que falta, o la que me sobra y pide salir. Por estar triste, sintiendo que desaprovecho momentos de ser feliz. Por pensar que la felicidad no existe.

lunes, 15 de junio de 2009

Haz un descanso y párate a mirar el atardecer permitiéndote ese pequeño lujo sin que tengas que faltar a tus tareas diarias, tu responsabilidad, el alimento de tus codos medio aburridos de no ver más que madera. Puedes dar de comer a tus sueños en el ligero instante que se está escapando siempre entre los dedos; es más, debes hacerlo. Enamórate con locura en un momento, hazlo mil veces en un día, mil veces en un año; consigue que su rostro siempre te parezca nuevo, retador, joven y esperanzador. Discute contigo sobre la eternidad. ¿Que no existe? Pregúntate por qué. Debate la palabra siempre y grábatela letra a letra sobre la piel si tirita: que no se sienta sola.

Planta sonrisas en los ojos de otras personas para que rieguen la tuya y el oxígeno de la vida prevalezca sobre todas las cosas. Pregúntate por qué constantemente, pues sin preguntas no hay ansias de respuestas y sin ese ansia la vida se apelmaza y se acaba enquistando sin más. Limpia tus heridas. Consigue que alguien te ayude a lamer esas cicatrices del alma para que no supuren más dolor; siempre es mejor un tacto amado que te cure que solamente tus manos recorriendo cada punto de sutura. Estudia la anatomía de los secretos ajenos.

Mantente en constante búsqueda de sensaciones. Evita superarte y rétate a ti mismo para hacerlo una y otra vez. Deshoja los segundos sin contemplaciones. Exprime sin dudarlo cada rayo de sol o cada ausencia de luz, que todo te nutra. Hazlo a tu manera.

Y todo en un instante, averiguando la duración de éste. Un descanso robado a la tarde, una mente juvenil que sueña con soñar eternamente. Casi a un millón de kilómetros de tu cuerpo. Busca. No dejes de buscar.

domingo, 14 de junio de 2009

Y el mundo entero se reduce a una inmensa acumulación de absurdos varios goteando rabia. Ni la impotencia aguanta este calor venido directamente desde los mismos infiernos. No es cuestión de echar el tiempo atrás sino de saber aceptarlo. Cuando estamos deseando volver a hacer de otra manera algo que ya hemos hecho, no es más que la afirmación sorda de que nos hemos equivocado.

Sólo puedo extraer la conclusión de que somos humanos, todos y cada uno de nosotros; y ahora mismo cualquier atisbo de humanidad me parece una mierda.

domingo, 7 de junio de 2009

-No puedo creer -me dice con voz desenfadada-, no puedo creer -repite- que lo hayas vuelto a hacer. Es contradictorio porque siempre te pasa con las fórmulas, las teorías y demás historias que están demostradas de manera empírica. Que son así, y punto. No hay más. Siempre acabas pensando en magia en esos momentos. ¿Pero te pretendes escapar? Porque no lo entiendo. Fíjate. Se acaba dulcificando tu gesto de una manera ciertamente masoquista, pues primero te duele y luego sonríes como si acabara de nacer un alma, y sus sollozos desenfrenados trajeran paz porque están gritando que por fin existen.

>> Y es que no sé por qué digo que no lo puedo creer. ¡Si miento! Si yo misma te observo y a veces hasta te insto a que lo hagas. Una tregua nunca viene mal si no se prolonga lo suficiente como para rayar en la vagancia, ¿no crees? El día vuelve a estar semifrío, el frío por el junio a quince grados, el semi por los pájaros en tu ventana que parecen poner su nota de calor.

Así me podría pasar horas. Hablando conmigo misma en estricta sinceridad y calma. Ante el espejo de los recuerdos de cualquier minuto, qué importa si lejano o no, que viene en este momento y se queda no sé por qué. Por qué ése. Y no otro. A eso me refiero con magia, a lo sorprendente e inesperado de uno mismo. Ahora mismo, podría definir la esencia de la vida en la sorpresa: en la pequeña ilusión de vez en cuando de aguardarla y, mientras, seguir andando hacia quién sabe dónde.

Con un libro cerrado y el otro a medio abrir, contemplando el cambio más excitante del día. Y aun así vuelvo a sumergirme en los textos que he leído tantas veces y que no sé por qué releo con tanta enfermedad. Por eso al principio me duele algo adentro, y no sé el qué, pero sé que es lo mismo que me dolió por primera vez al leerlos si son tristes, si hablan de abandono y de nostalgia a pedazos. Tal vez por la inutilidad misma de sentirme inútil. Y querer ayudar, salvarlo de él mismo. Pero eso no tendría sentido.

Ah, si él supiera. Que se llama a sí mismo neófito y no sabe que enseña, que ya se lo dije, y estoy segura de que sigue sin creerme de ninguna de las maneras. Pero al menos me regala estos ratos de autorrecogimiento. Como si sufriera un viaje en el tiempo y volviera a mis andares a tientas de los quince años, a la noche en que lo encontré, y fuéramos completos desconocidos. Amándonos a través de las letras, quizás, o en el deseo de cruzarnos un día por la calle y el temor al terremoto interno de verlo y pensar en la última actualización de su blog. También me refiero a eso con magia. A que me siga poniendo nerviosa cada vez que voy a verle.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Todavía me lo preguntas? Todavía. Y encima me miras con esa cara como si yo estuviese loca o de repente la cuerda fuera yo y todo hubiera cambiado. Cambió hace mucho. Y tú lo sabías, y yo lo sabía, pero intentaba salvarlo, ¿sabes? Aunque no fuera el modo adecuado, aunque me equivocara, aunque siempre digas que me equivoco. Siempre, ¿eh? Sí, siempre. Porque nunca me cansé de esperar que dijeras esa palabra, incrédula perdida; y pensar que no me decías la verdad cuando asegurabas que no la decías porque no creías en ella. Ese fue nuestro principal problema: que dejamos de creernos. El querer estaba en el aire, a veces sí, otras no. Había días en los que hacíamos el amor con amor y otros en los que simplemente hacíamos, o hacías tú, o hacía yo. Pero nada más. Todo vacío.

Y ahora me vienes con estas... Increíble. Este punto infantil me desespera, porque no es que crea que somos unos niños. Ya no, quizás antes sí, pero ahora no lo somos. Nos anulamos la niñez con cada mirada, porque están cargadas de ira y de rencor y eso no lo pueden sentir los niños. Me da miedo sentirme tan adulta contigo. Sobre todo ahora, justo ahora, que no creo lo que oigo, pero es cierto, me lo has preguntado. ¿Que por qué? Porque antes aprendí a esconderme en cada esquina si era para besarte. Y después nos sorprendíamos escondidos en las esquinas dándole vueltas al reloj para que llegara más rápidamente la hora de separar nuestros caminos.

Menuda gilipollez. De la que estoy hecha. Tienes razón en lo que dices, y tienes todo el derecho de preguntar. Pero es que te echaba de menos teniéndote a tres centímetros y me estaba volviendo loca porque era capaz de entenderlo. Por eso lo hice. Y no me arrepiento, porque no me gusta arrepentirme de lo que hago, pero sé que hice mal. Tal vez fue un maquillaje de la realidad, pero no sé. Por eso hice remiendos con las palabras que me dijiste cuando todavía me querías. Por eso miento.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La lluvia me ha puesto triste. No puedo achacar, claro está, mi estado de ánimo a la suave tormenta prolongada que ha tenido lugar durante la tarde-noche. Pero ha sido atravesar las calles mojadas y olerlas desde dentro, y al llegar a casa se me ha venido encima la indignación, el absurdo, el cansancio y, finalmente, la tristeza.

Quizá sea porque ha sido un día duro pero he querido verlo cubierto por rayos de sol. No digo que esté mal; prefiero mil veces -y más- verlo así que no todo a oscuras. Adónde va a parar. No obstante, ahora me pregunto si lo que he hecho ha sido superar estas pequeñas cosas que han hecho al día duro, o las he escondido debajo de la alfombra. Por eso en mi silla, tras llegar a casa, he recordado una sarta de problemas físicos que han desprestigiado tardes que me podría haber pasado viendo la tele en un sofá ajeno, o pensando y ahogándome, como siempre últimamente, en de qué me iba a servir. De qué me puede servir. Y esconderlo, a su vez, porque no quiero que nadie me diga te lo dije. Prefiero estar yo sola, con mi culpa y mis demonios, enzarzándome con ellos y enseñándoles las uñas aunque flaquee.

Sin embargo, lo que me anuda la garganta ahora que me he lanzado a escribirlo son mis ojos empañados mientras veía la grabación de nuestra última actuación. Y esta vez esta palabra, última, tiene mucho más significado. Y es que mientras que nos veía magníficos, recordaba las voces de mis compañeros de escena diciendo que no iban a seguir. Que esto se acaba, y se acaba ya, aunque no quiera verlo. Tras cinco años la llama se ha consumido, y no me parece injusto; tan solo sé que ha sido maravilloso. Quedaremos unos cuantos, tal vez los más idiotas por agarrarnos al recuerdo o los más arriesgados, pero algo podremos hacer. Si algo tengo claro es que no quiero dejar escondida esta parte de mí.

Así que aquí he llegado. Preguntándome por qué no tengo ilusión por mañana. Tal vez por la reprimenda de la que también vive aquí: mañana actúo, y ella me ha hecho la comida; no se acordaba de que mañana actúo. O porque sé que puede ser la última.

O no sé. Que llueve con fuerza. Por fin. Hoy la tristeza está guerrera.

domingo, 17 de mayo de 2009

No sabía cómo dirigirte a ti, así que iniciaré la epístola con un escueto

Estimada esencia,

Te escribo y te tuteo porque pienso que llevamos tanto tiempo juntas que ya es hora de que pasemos la una de la otra y nos sentemos un instante entre millones para hablar o mirarnos en silencio y así poder reconocernos. Porque creo, ahora mismo, y me parece maravilloso, que podría reconocerme en tus ojos. Y los imagino como cristal líquido y titilante, pero que sin embargo observa sereno, sabio y dispuesto a seguir luchando.

¿Por qué no? En mi mente tomas forma como se me antoje. No es por ser maleducada ni brusca, pero me gusta ser honesta. Durante un tiempo te temí e incluso te rechacé en un par de ocasiones pero estaba todo tan oscuro que no sé. Las cosas que grabadas en mi alma se hacían sólidas a través de mis dedos me asustan todavía hoy cuando las releo. Y no era culpa tuya; si acaso tu culpa residía en que no sabía encontrarte en mis adentros.

Pero me ayudaron, de una manera u otra, su día a día fueron como agua fría para los ojos llenos de legañas de mi rutina. Desperté. Me fui desperezando y pude decir que era feliz y me sentí en calma contigo, pero no del todo, porque durante meses te había negado o te había llamado Soledad cuando en realidad no lo eras. No puedo decir que lo conseguí porque no fue cosa mía. Lo conseguí con ellos, lo conseguimos, o como quieras llamarlo.

Por eso quiero que los cuides. Cuidándolos a ellos me estaré cuidando yo. Necesitamos luz para nuestra superviviencia y si consigues que la suya ni siquiera bizquee... Podré sentirme tranquila, pues mis días seguirán luciendo de una manera u otra, pero sin transcurrir en absoluta oscuridad. Tan solo la oscuridad de todos los errores con los que carga y de los que a veces me alivio pero que están ahí. Diecisiete años de caer y levantarme y aprender a reinventarme a mí misma si era preciso un reseteo inminente. Pero no puedo quejarme, diga lo que diga, no puedo. Los que me faltan sé que los cuidas, donde sea que los cuides después de dejarnos; también los sigo sintiendo iluminándome.

En otro domingo inusual, sentimental este en el que te escribo, inusuales gracias a que lo pusiste aquí de repente y aquí sigue él, sonriendo. Espero que sepas perdonarme, por si alguna vez no te agradezco que me hayas elegido. Porque a saber cuántos esperan. Pacientemente, a saber dónde, aguardando a su momento, y emerger llorando del vientre de su madre, eternas criaturas. Porque ya serán eternas, desde que nacen. Desde que los eliges, Vida, y respiran este aire, como un regalo, aunque a veces nos olvidemos de que lo es.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Yo no sé qué tiene que aun sintiéndola cada día porque no me queda otra salida no sé definir qué es lo que la describe realmente. Y es que pienso en ella y sólo me salen frases enrevesadas como ésta, que podrían ser envidiadas por el propio Góngora si se dejara. Esta adolescencia que nos vuelve locos, locos todos, y nos hace crecer sin preguntarnos y aunque a veces duela. Es inevitable, lo sé, pero sigue doliendo. Tanta incomprensión, confunsión, dudas, tremendismo, tristezas y domingos gastados que se nos hacen eternos paradójicamente.

Pero y qué de lo demás. Qué a que pese a que el viento sople tan fuerte que nos derribe logramos levantarnos poque alguien nos da la mano, o porque hemos aprendido a ser mejores o no nos queda otra que luchar cual hidalgo desengañado y volver a intentarlo. A mí, personalmente, se me están olvidando todos los cumpleaños y antes no se me pasaba ni uno. Dice mi madre que vivo muy deprisa... Pero felicito a los días y la gente me sonríe a su pesar, o dice que no importa, y me siento un poco mejor aunque me sigue dando pena.

Es tan múltiple esta etapa, tan vulgar y compleja, y, en nuestra mano está, tan dispuesta a ser llenada o temerosa de que la dejemos vacía. Vacía. Como pensar en mi futuro con algo que me falte o vacío como el agujero de mis entrañas donde se aloja el miedo cuando no me está desafiando. Vacía, como mi cama todas las noches, que se tiene que conformar con el deseo de que vengas de una vez, y pueda tocarte sin necesidad de soñar. Vacía si no te pienso o me niego a pensarte por alguna niñería.

Vacía de ganas de tenerte, de tus brazos y de tu sonrisa de infante templándome el alma. Vacía porque se han ido a buscarte, mis ganas contigo, a ver si te encuentran.

lunes, 11 de mayo de 2009

Es consciente de que todos tenemos secretos propios, que sólo conocemos nosotros, y nadie más. Pero no conocía la angustia extraña de mantener uno entre las costillas y no poder dejarlo escapar porque las circunstancias no son propicias, porque alguien se lo pidió. Siente las palabras trepando lentamente e incluso las ensaya y las dice en voz baja pero sabe que no van a salir porque quiere seguir manteniendo la honestidad que se otorga y que no quiere perder.

Pero es tan difícil. Tan violento este círculo de explicaciones que no venían al caso pero que vinieron y que de pronto le abrieron una luz porque el entendimiento se vio saciado pero la confusión volvió a oscurecerlo y ahora no sabe cómo debe actuar exactamente.

Sabe qué son los secretos, sabe también que son secretos porque no se comparten, pero también tiene aprendido que depositados en confianza siempre ayudan. Porque anhela unos brazos que digan "te comprendo", o unas palabras cuerdas que planten la tranquilidad en el agujero que se está formando en su alma. Laberinto de indecisiones en cuyo centro se aloja el por qué a él. Y no a otro.

Por eso ahora está sentado en lo más alto del edificio contemplando la ciudad que se va durmiendo poco a poco; hace una noche maravillosa. Y en sus párpados, inmóviles y atentos, siente un cosquilleo que no remite y que no le resulta agradable. Siente desde su pecho, incansable, el aleteo incesante de los secretos.

martes, 5 de mayo de 2009

No me puedo concentrar en las líneas porque no. Porque ahora no, me está llamando y ahora no, más tarde, o mañana, o cuando ya sea demasiado tarde. Pero es que me está llamando y añoro. Añoro las palabras tristes y las nunca dichas, las que siguen durmiendo todavía en algún ático que ignoramos o queremos ignorar. Áticos. Parajes inconclusos de la fiebre adolescente, los suspiros que se pierden, el estar sin estar.

Añoro morirme; de frío, de pasión que estalla, de soledad profunda. Morirme o que me hagan morir de cualquier manera, ahora, ¡justo ahora!, pues me está llamando y añoro tanto que me rindo al destino y soy suya.

Añoro los parajes que todavía no he visitado porque me siento libre y capaz de verlos si así lo quiero, añoro mi París soñado, cada rincón del mundo, cada lugar mágico que un día, tal vez no mis pies, pero sí recorrerán mis ojos. Añoro llegar hasta ellos porque quiero, porque así lo deseo. Como también deseo dejar de añorar tu olor entre mis sábanas, mis propias sábanas, entre paredes naranjas, pues todavía no hemos conseguido materializarnos mientras soñamos y nos vemos a escondidas, con la noche eterna y el alma joven. Aun así no añoro tus brazos, porque en parte los siento, locura infinita, o hambre desgarradora.

Añoro mañana, el estremecimiento de ser otra, la duda de si gustaré, de si lo conseguiré, de si mi piel volará por fin porque ya no seré yo sino aquella que marcaban las frases subrayadas. Añoro gritar por dentro porque soy feliz así y lo sería el resto de mi vida.

Ah, me llama y me hace añorar equívocamente porque no puedo añorar si no lo he sentido. Pero es engaño, nada más, porque a quien de verdad añoro es a ella, que sin saber por qué se aleja, se me va, se escurre entre mis pensamientos. Aunque todavía vuelve, muy de vez en cuando, y no me escucha, no me atiende cuando le digo no te marches, Inspiración.