martes, 27 de enero de 2009

Se encontró solitaria su alma. El silencio era más imponente si no había nadie que le ofreciera compañía. Receloso todavía, a pesar de haber llegado firmemente a esa determinación, se sopló en los dedos. Dio un paso. Agarró fuerte el papel, no se le fueran a desparramar los nervios y borraran las palabras.

No quiero arrepentirme jamás de haberte dicho pocas veces lo que sé que ves. Así como tampoco quiero maldecirme mil veces porque mis ojos te negaron lo que querían decirte. No quiero que llegue el día en el que mi voz se apague y no haberte dicho que te quiero lo suficiente. Ni arrepentirme de no disfrutar. De dejarlo para después, de dejarte para después. A veces te conformas con poco y eso me desanima, pero sé que también te gusta escucharme como me gusta a mí. No quiero, de veras, no quiero.

Se le nublan los ojos lentamente, siente cada palabra. Le toca los labios, ligeramente. Están fríos, pero ya no tiemblan.

viernes, 23 de enero de 2009

Me gustan los momentos robados a la tarde programada. Despreocuparme de quitarme la ropa y quedarme inmóvil en la cama mientras el olor dulzón del incienso se apodera de la habitación. Me siento un poquito libre entonces y voy metiéndome poco a poco bajo las sábanas abandonándome a un maravilloso estupor. Tanto es así que me despierto alarmada al rato preguntándome si era viernes y llegaba tarde a clase porque me había quedado dormida o, si por el contrario, era sábado y podía dormir mucho más.

Pero no, sigue siendo jueves, con la tarde relamiéndose porque hoy todavía es joven. Con la forma de los sueños desconocidos todavía dibujada en los labios, bailando en la tranquilidad de mis pupilas. Desafiando a la rutina de la tarde mordiéndola bien con los dientes, a pesar de que parezca una minucia.

Y yo que me he visto nacer mil veces mientras la persiana bajada impedía la entrada al sol y abrazando la almohada me doy cuenta de que por mucha oscuridad que haya hay una luz que siempre viene conmigo. Si quiere, claro está, si está dispuesta a sonreír un instante, el instante suficiente para recargar de energía mi vitalidad perdida.

sábado, 17 de enero de 2009

¿Cómo se cuenta? Esa canción sin letra que me estremece y me inocula una energía desbordante. Ha vuelto a ocurrir. Ha venido a mí de casualidad y me ha hecho ver la fuerza de cada paso, el bramido incansable del alma. No es la primera vez y ahora me pregunto por qué no acudo a ella más a menudo. Y me dejo llevar por esta paz alarmante, estas ganas de gritar que sigo aquí al escucharla.

Es absolutamente imposible explicarlo. Qué me produce, qué me da, qué me ofrece. Así como explicar cómo la amo, o cómo mueve los hilos de mis adentros.

Es como la sensación de tener los dedos volando y creando, que no sé explicarla, pero me llena por dentro. Sonreír espontáneamente al ver a un niño aprendiendo a andar, su padre detrás, los ojos llenos de ilusión. Zambullirme en esas líneas, ser otros, salir de aquí gratuitamente. Sus manos abrazándome, abrazarlo a él, porque sí, y que me pregunte que a qué viene eso. ¿A qué viene eso?

Que no se puede explicar, pero está ahí, haciéndome vibrar los sentidos a través de pequeñas descargas eléctricas. Bombeando sangre, sabiendo que soy capaz de amar, aunque sea un instante, un sueño, un alivio, una vida.


domingo, 11 de enero de 2009

Con un suspiro de resignación se terminó el café con leche y pagó la cuenta. Afuera llovía. Creyó que era la estampa perfecta para su desastre amoroso. Echó a andar mirándose en los escaparates y se regañó por ir dejando ese rastro de autocompasión absurda. En su camino encontró mil jóvenes inquietas que lo miraban con indiferencia. Él veía fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo.

En una de ellas vio algo distinto, pues un halo de hielo lo cubrió de arriba a abajo cuando ella lo miró.

Le arrancó la ropa, le escribió melodías imposibles de interpretar con la tinta de su lengua, contó los puntos de lujuria que surgían en su piel después de adivinarlos debajo de su camisa, los alumbró la luna envidiando la superación de su locura, comieron de sus bocas, se hablaron las manos, conoció los horizontes de sus caderas, se enredó en su pelo, se lanzó y se dejó caer, pensó que tenía que ser un sueño, el mejor de todos los sueños, y sintió el vaivén de las olas de su mar embravecido. Consiguió darle forma al éxtasis, y alcanzarlo justo al fondo de sus pupilas cuando cerró los ojos, entreabrió los labios y los encontró taponados por el placer esquizofrénico de buscar por todas partes. Buscar...

En el repiqueteo de la lluvia en los cristales encontró de nuevo su resbaladiza cordura. Ella seguía allí, y él seguía viendo fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo. Sin pensar que era cierto que podía mover sus pies se acercó. Sintió su frío, y se vio de nuevo al mismo borde de la locura. Cogió aire.

-¿Y qué pasa si te atravieso el alma y te beso?

lunes, 5 de enero de 2009

Sus manos vacías indican que este año no van a realizar ningún viaje. No han sentido la poderosa llamada de la ilusión y las ganas de sentir el agradecimiento bailando en las carnes al son de una melodía majestuosa. Este año no. Se sienten extraños pero tampoco lamentan la prolongación de su estancia vacacional. Se frotan las piernas en la comodidad caliente del hogar y guardan sus túnicas para otra ocasión en la que tengan que realizar tan largo viaje. No obstante, se miran las manos con un puntito de pena quizá; al verlas vacías, sin nada que ofrecer, sin llamamiento esta vez. Este año no las verán llenas de oro, incienso y mirra.

Se acerca el seis de enero más triste que recuerda mi inmaduro e inexperto espíritu. El más triste.