miércoles, 29 de abril de 2009

La esperaba a la salida. Todos los días. Y ella bajaba la cabeza al verlo y ya no sabía cómo decirle que no podía más, que se habían acabado los días que pertenecían a los dos de un modo similar. Un día se enfadó conmigo porque tuve que mentirle y le cité dos horas más tarde para que ella disfrutara del momento. Ella será joven, pero tiene una mente totalmente amueblada para decidir; su madurez a veces se refleja en sus ojos y se vuelve tan fría que asusta. Necesita dejarse querer. Y él quiere quererla, pero no entiende que no se quiere a una persona porque quieras poseerla constantemente y una vez que la tienes te olvides de cuidarla, de hacer que cada día brille un poquito.

Me producen una aprensión extraña porque ella es muy cerrada con sus temas pero no puede esconder esto. Porque él siempre está ahí, esperándola, presentándose en cualquier lugar, haciendo que estudia solamente para estar en la misma sala que ella. Yo no puedo hacer nada, pero me carcome algo por dentro si la veo tan triste, tan apagada su pasión, la pasión que refleja en su voz y en su acento.

Porque hoy estaba ahí, llegando tarde, porque yo le cité dos horas más tarde, y se ha enfadado de verdad, pero lo único que me ha importado ha sido la mirada fugaz de agradecimiento de ella. ¿Que por qué? Porque al menos no era triste, y apagada, como pidiendo a gritos que alguien la quiera.

domingo, 26 de abril de 2009

Al fin y al cabo lo último que nos queda somos nosotros mismos. Dueños absolutos de todo lo que nos concierne, jamás va a conocernos nadie tan bien como nos conocemos nosotros, pese a que veces nos resultemos completos desconocidos. Sé que siempre insisto en el tema, pero es que me parece profundamente fascinante: nosotros, nuestro yo y nosotros mismos, condenados a vivir el uno con el otro para siempre. Es lo único que considero eterno dentro de este tiempo limitado que nos ofrece la vida. Porque, después, ya se verá.

Por eso mismo, no seríamos nosotros sin nuestras cosas. No sería yo sin mis olvidos o mi masoquismo consentido respecto al hecho de darle mil vueltas a las cosas. No sería yo sin mis arrebatos de egoísmo que odio, y que odian, y tampoco sin mi mala hostia momentánea, que a veces brota de repente y otras va escalando mi espalda hasta que enciende mi lengua con su calor envenenado. ¿Qué me queda, entonces, sin todo lo que me define? Sin todo lo que me rodea y que es sólo mío.

Tampoco sería mi persona, o sea, yo, si no estuviera metida en esto que me parece un agujero del que quiero salir pero en el que sólo consigo hundirme más y más. Porque, como sabemos, el tiempo se agota, y más el tiempo de esta etapa que me está conduciendo a un final inminente, y que me pide a gritos una decisión. No sería yo sin mis dudas ni mis equivocaciones, sin este miedo que siempre crece cuando me quedo demasiado en este rincón de mis pensamientos. Qué voy a hacer, qué me va a servir, qué me va a gustar, cómo puedo saberlo.

No sé. Pero sí sé que de ninguna de las maneras sería yo sin el estremecimiento de desesperanza que siento cuando el arte me llama, me llaman las tablas de ese escenario y las frases subrayadas en amarillo, y oigo de nuevo que eso es algo secundario, que lo primero es lo primero y que con el teatro no se va a ningún sitio. ¿Y si no tengo claro qué es exactamente lo primero? ¿Y si me duele que me duelan sus palabras? Porque esto empieza a ser un lastre demasiado pesado para mis pasos.

Por eso me enciende tanto que decidan por mí, que sientan por mí, que hablen por mí, que actúen por mí. Que escuchen mis oídos palabras que describen lo que me pasa adentro, y yo tenga que guardar silencio, sin estar sentada en ningún diván ni haber aflojado el dinero para escuchar eso, cosa que me parece absurdo si me permitís el apunte. No puedo soportarlo. Porque soy la única dueña de mis tormentas y mis calmas, y no hay más. Nadie escarba en mis adentros porque no puede, al igual que yo no puedo escarbar en los de otro. Si acaso siento a alguien que se mueve dentro, pero que si está ahí es precisamente porque mi cuerpo, mi ser, se lo permite. Y sé que no hablará por mí si no lo ve necesario.

Me dejan destrozada estas reflexiones que no sirven de nada, tan solo de avivar el fuego de mi angustia, mientras me hundo, un poquito más, y observo el sol cada vez más lejos. Tendré que escupirme en las manos, a falta de algo mejor, y tallar la roca si hace falta con mis gritos para ir ascendiendo, poco a poco, hasta sentirme en paz.

domingo, 12 de abril de 2009

No es lo mismo hacerlo alegre porque entonces incluso tienes un puntito de esperanza y te sientes dichoso, aspirando el aire con tranquilidad, devolviéndolo para que dibuje una sola imagen. La sonrisilla a medias pero la consciencia ausente, y un puntito de dolor revitalizante que te insufla fuerzas.

No es lo mismo, por ejemplo, que hacerlo triste. Porque es cuando te vienen las dudas, y el dolor aprovecha para convertirse en un monstruo gigantesco que amenaza con arrasarlo todo a su paso dejando impune tu percepción para que no pierdas detalle. No es lo mismo porque la lluvia se te hace pesada y comprendes entonces el significado de gris plomizo. Es demasiado el peso a tus espaldas. Los suspiros se tornan respiraciones agitadas que se suceden al compás del endiablado reloj y te vuelves loco porque ya no sabes que hacer sabiendo que no puedes hacer nada.

Acordarte, tal vez, de cuando lo hacías alegre, hace tres horas o tres días, y preguntarte qué ha cambiado y por qué. Piensas que tienes derecho, como todo ser humano, pero también recuerdas que el ser humano tiene muchos derechos y deberes que no cumple. Y te sorprendes, a ti mismo, generalizando. Para acallar tu vergüenza o tu dolor absurdo, intentando maquillarlo diciendo que es la vergüenza o el dolor absurdo de muchos. Pero es tan íntimo que sabes que no es cierto. Y cierras los ojos, porque el sonido en la ventana de la lluvia te está matando lentamente.

viernes, 10 de abril de 2009

No supo qué decir o qué hacer. O qué sentir. Después de tantos años temiéndolo y temiendo de alguna manera desearlo, había ocurrido y no sabía cómo reaccionar.

Son traicioneros los recuerdos. Sobre todo si te asaltan cuando bajas las defensas, o la puta lluvia de mierda y el no salir de casa te baja las defensas porque sí. Es increíble cómo se puede amar la lluvia aún viéndola como tu condena. Y eso pensaba ella, que eran traicioneros los recuerdos, porque si pasas años sin reemplazarlos acaban distorsionados y eso repercute en la realidad. Sí, se distorsiona, tu propia realidad, y acabas confundiendo el delirio con el sueño y todo se vuelve un bucle del que te ves incapaz de salir.

Por eso se había pasado tanto tiempo intentando evadirlos, porque le mordían el alma y acababa supurando agua y sal por todas las heridas. Porque su pecho le imploraba parar ese dolor si no encontraba una jodida explicación de una vez. No hay nada que acuchille más que las preguntas sin responder que se suplen con falsas palabras de aliento.

Al principio creyó que no era cierto y los primeros meses fue como ver una película en el cine. Luego pasaron los años y jamás se acostumbró a esa ausencia en espera, a la fe absurda y a los chillidos de sus manos porque se estaba agarrando a un clavo al rojo vivo. Y ahora... ¿ahora qué se supone que debía hacer? ¿Acallar su dolor, echarle un cerrojo a toda su vida, intentar olvidarlo, sentirse satisfecha?

No. No...


-Señora, lo siento, pero tiene que acompañarnos para reconocer el cadaver.
-Cla-claro.

Claro. Su hijo sólo llevaba diecisiete años desaparecido. Claro, podría reconocerlo sin problemas. Sabiendo que vivió y creció y ella no lo vio, y ahora que sus ojos van a reencontrarse los de él estarán apagados, oscuros, sin vida.
Supongo que, aunque sea una tontería, tengo derecho a sentirme así. Como triste, y medio vacía, sintiéndome observar un éxodo majestuoso que se extiende ante mis ojos pero que no me incluye.

Al más puro estilo pesimista, pero de noche y en pijama. Recordando viejos lagos, y dándome cuenta de lo que se siente cuando no eres tú el que te asomas a esas aguas transparentes. Absurdas tribulaciones; hace demasiado frío como para darse un baño ahora.