martes, 31 de marzo de 2009

-Me llamaste, ¿verdad? Me atrevo a pensar que nunca has pensado en que una de las veces podría escucharte, y elegir tu voz entre todas las voces, y acudir a ti. Ah, mis pequeños. No te asustes, estoy atendiendo a tu plegaria, que se ha elevado como un canto hasta llegar a mis oídos. Soy alguien ocupado, creo que eso lo sabes, pero aquí me tienes, mi pequeño, mi dulce pequeño, ahora soy tuya. Sí, tuya en el breve instante en que conecten nuestras mentes y se apague una de las dos. Será breve, te lo prometo, pues en tu rostro no veo marcada ninguna situación que me obligue a alargarlo. Así es, mi asustado pequeño, a veces juego con ello. Todo lo que dicen de mí es cierto, pero al mismo tiempo se resume todo en una gran mentira. ¿Sorprendido? Oh, no llores... ¿A ella? La verás, claro que la verás, pero condenado a no poder tocarla ni besarla, mi niño. Pasará el tiempo y la verás con otros tras tu cárcel de cristal. ¿Que no es justo? Por qué. ¿Quién me ha llamado? ¿Por qué me has nombrado, por qué has mezclado en tu saliva nuestros nombres, si de verdad no lo deseabas? Las palabras cortan, pueden herir, sobre todo si están relacionadas conmigo. Pero basta ya. Ven conmigo, no puedes huir, ya me estás sintiendo, cierra los ojos, déjate ir, oh, mi ingenuo amor, ven a mí...



Temblando. Se quedó temblando cuando les comunicaron la noticia en el aula al día siguiente. Lo que más le dolió fue la indiferencia inhumana en algunos, mientras su labio inferior empezaba a temblar descontroladamente. Un escalofrío le recorrió siniestramente cuando pensó en el día anterior, en un día duro, una clase de Física demasiado cruel. Y del tono burlón de la primera frase, y de la triste despreocupación en su contestación.

-Oh, venga, muérete ya.
-Por mí, mañana mismo...

domingo, 29 de marzo de 2009

Me gusta. Me gusta infinitamente que las canciones me hablen de ti. Enfadarme mil veces mientras suelto improperios pero a la vez estar rota de risa, mientras mis mecanismos internos se reparan a un ritmo constante que se acelera cuando estás cerca.

Sé que no es bueno, no obstante, acostumbrarme a este bálsamo, a verte sonreír a dos centímetros de mis ojos, relampagueando tu luz en mis pupilas. Pero no puedo evitarlo, porque me calmas y me elevas, me enseñas en silencio tratados prohibidos, es divertido mentir, engañar, gritar, si estoy contigo. Si no es cierto, si todo son fantásticas travesías al borde del peligro.

Y a la vez aprender tanto, con un simple gesto, leer lo que piensas, una mirada fugaz a aquel hombre de rodillas ante el supermercado, esas monedas que te dijeron algo al verlas encima de la mesa, que más tarde te introdujeron en la construcción de un deseo, una cicatriz más en el alma, y mis ojos llenándose. Porque nunca te había visto brillar tanto.

No puedo, yo sola no. Y sonrío acaloradamente cuando me preguntan si me ha dado el sol, que vengo tan roja. Sonrío porque después de tanto sigues siendo tú el causante, sólo tú, y tus manos de realidades mágicas. Me gusta, y así lo digo, me gusta pensarlo y recrearme en ello, en sentirme tan completa, tan soleada a pesar de las nubes. Y, sobre todo, me gusta decirlo en domingo. Porque ya no acuchillan; desde hace mucho han cobrado un significado totalmente distinto.

martes, 24 de marzo de 2009

Supongo que hoy sería buen momento. Supongo también que ninguno va a ser buen momento ni nada que se le pueda parecer. Pero sé que debo romper este silencio absurdo, como de rabieta infantil, en el que intento resguardarme.

Pero tampoco puedo engañarme de esta manera irrespetuosa hacia mi persona. No, porque de silencio nada. Y es que a menudo me quedo sola y en aparente calma y te escucho trastear en la cocina, buscando algo dulce que darme. Ah, mis peligrosas escapatorias a las malvadas dietas de cuando era más niña.

¿Qué puedo pensar entonces? Si te escucho, un poco alejada, si te estoy notando aquí mismo, si no entiendo por qué se me anuda la garganta así. Por eso pienso que es silencio. Pero no. No es más que las palabras que jamás te dije, que ahora pesan y pesarán como una losa, que se revisten de agua y sal y quieren salir a ver si ellas te encuentran por sí solas. Sin mí. Mezcladas con el viento.

Hace años, cuando tenía miedo y era de noche, me tranquilizaba pensando en todas las cosas que me quedaban por hacer. Empezando por el día siguiente, acababa hipotecando todo mi futuro. Solía pensar que tú deberías ver cómo me casaba, tú deberías ver mis logros y mis derrotas adultas.

¿Y ahora qué? Si me encuentro en tierra de nadie implorando a tu recuerdo que deje de serlo. Que no sea recuerdo. Que pueda tocarlo, tocarte. Que toda esta semana haya sido una pesadilla, como las de cuando era niña. ¿Qué hago, si pienso en ti y pienso que todavía estás?

Apenas a unos metros de mí, yo sentada en tu salón mirando el reloj, tú trasteando en la cocina. Es entonces cuando agito la cabeza, aturdida, apenada, porque la puerta del armario se cierra y vuelves con algo que darme. Dolor de cabeza en cada repetición del recuerdo, cada armario que se cierra en mi mente tejedora de delirios, cada lágrima que suelta mi alma en forma de suspiro. A ver si se eleva, a donde sea, y te encuentra.

viernes, 13 de marzo de 2009

-¿Sabes dónde nació?

Como respuesta obtuvo una efímera mirada, ya que los ojos los tenía fijos en la figura que tenían delante.

-En París -le dijo, siguiendo él también la estela de sus pupilas y fijándose en la escultura.

Estaba absorta. En la gracia del movimiento, los cabellos alborotados, los brazos describiendo un arco de libertad absoluta. Una escultura inmóvil, pero ella la notaba bullir de vida. Viento... Él, en cambio, se recreaba mirándola sin más. Contagiándose de sus ganas de permanecer allí para siempre.

Un para siempre eterno, convertidos en frío mármol, o elegante bronce, sin moverse de ojos para fuera. Pero siendo dueños de sí mismos por dentro. Viéndose azotados por la presencia del otro, permanentemente juntos. Con todo el tiempo por delante del mundo para conocer sus aromas, desearse hasta el infino, pues sería estar cerca pero no llegar a tocarse.

Él pegó un respingo, saliendo de sus deseos enfermizos, y sonrió al recordar el hilo de sus pensamientos. Convertirse en esculturas... Ahí, delante de Viento de Rodin, siendo una atracción más para los visitantes. Los mismo que verían, al contemplar sus espaldas, cómo la mano de él intenta asir la de ella. Sin que la joven se entere, solamente entregándose a un anhelo irracional. Intentando aferrarse a un para siempre eterno.

jueves, 12 de marzo de 2009

Qué pasa con el dolor atenuado, la verdad sobre la mesa, el tiempo que se clava porque dice que sintamos su peso ahora que se agota. No voy a saber actuar. Hasta las esperanzas saben rancias porque en el fondo sentimos que no son ciertas. Se nos va a atragantar la luz artificial y la vida, que falta, que falla, que hace pip, que se extiende en tonos rojos por las sábanas blancas... Se nos va a atragantar.

Hasta los sueños veo ahora ridículos, con esta sonrisa amarga y el miedo cortado de golpe. Pensando en el otro lado. Minimizándolo todo... Incluso las ganas, las ganas de compatir nuestras somnolencias. La tristeza infinita, y no sé bien por qué, porque pasará lo que tenga que pasar.

Me gustarían tantas cosas que no llegan. Tanto me gustarían que sé que no van a llegar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Me han venido a la mente las gafas oscuras de mi padre aquel día nublado de principios de marzo. La ilusión fría, porque después de una semana llegué a casa y él ya no estaba. Me quedé sin sus canas un triste 23 de febrero y no me enteré. Fue luego, una semana después, oyendo el llanto de mi hermano, mi tía, mi madre, y mi padre conmigo. ¿Por qué se lo ha llevado, papá? "Porque a veces toca, y toca, hija, eso nunca lo podemos saber..."

El caso es que hoy no tengo siete años ni estaba nublado al amanecer. Y tampoco me ocultan las cosas, claro. Pero ha sido escuchar su descripción y me ha temblado algo dentro... que no sé. He temido a la sangre que expectora ahora, a su tristeza infinita desde hace tres años, el no haber ido a verla este domingo, su aislamiento, sus gritos de dolor cuando la sondaban y que se oían tras el espacio que separaba los dos teléfonos móviles. Sus inexistentes ganas de vivir. ¿Y nosotros qué?

He intentado imaginar cómo es vivir sin una parte de ti. Vives, sí, pero, ¿y ese vacío? A todos nos ocurre, si no esto sería un caos interminable, pero, ¿qué haces con el dolor? Sería una desestructuración brutal de mi vida. De mis domingos. Ella es la única que me queda.

Por eso me he muerto de miedo al ver otra vez las gafas oscuras de mi padre. Porque me niego en rotundo. Porque sé que eso no sirve de nada.