miércoles, 28 de julio de 2010

Y eso duele y otra vez y luego otra vez más. Porque a veces odio saber contar sólo porque así soy capaz de contar los minutos. Cuando no importan, te apena que pasen. Cuando sí que importan, las agujas son dos armas letales que llenan de cricatrices la garganta. Justo donde se juntan las lágrimas para atacar tus pupilas desde adentro. Estamos pasando más minutos discutiendo que viéndonos las caras. Porque vernos las caras no cuenta si están demasiado ocupadas nuestras lenguas desconociéndose para escupir palabras y no llegar a nada. A nada. A más batallas perdidas con el núcleo de mi garganta. A tardes que pasan enteras, tonterías o no, sin que estemos juntos. A que yo me voy en un mes, y aun así tiramos las horas a la basura. Porque aunque ahora podría ir a tu casa y despertarte mientras rompo tu timbre, mi corazón me pide que me quede. Que me quede y no vaya. Y son las ganas, que se atrofian justo donde se atrofiaron las tardes sin tener que pensar qué hacer. Porque siguen pasando los minutos y yo los cuento, sin poder evitarlo. Sólo puedo ver que es un minuto más sin ti y un minuto menos para marcharme. Y que luego, si te veo, estoy perdida. Como si ya no nos conociéramos. Por eso no quiero ir ahora a tu casa, porque estoy perdida. Y porque las tortitas las he tirado todas; ni siquiera he llegado a juntar los ingredientes.

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