miércoles, 29 de septiembre de 2010

A través del cristal contempló muchas despedidas, pero sólo se fijó especialmente en las que incluían besos en los labios. La había acompañado a la estación, pero, sin saber todavía muy bien por qué, esta vez no se habían besado. Y ahora ya no lo veía. Ya no esperaba en el andén a que el bus se marchara y los dejara con un nudo en la garganta, se había ido antes que ella; en realidad se habían ido los dos hacía mucho tiempo.

Sintió ganas de que a su lado se sentara un desconocido, que la mirara con ojos profundos y se convirtiera de repente en el hombre más misterioso del mundo, en el único que pudiera quitarle esa pena tan agarrada a la piel. Esa ausencia de él. La eterna pregunta de por qué si antes sí, ahora ya no se querían.

Eran una maldición esas estaciones. Llenas de cadenas rotas y de gente que se va, que viene, unos tristes y otros ya sin tristeza. Fantaseó con la idea de no volver nunca más, y cerró los ojos sabiendo que era imposible, mientras seguía esperando a ese desconocido. La sobresaltó un cuerpo a su lado y vio a un niño que se acurrucaba en el asiento de al lado. Contempló a su compañero de viaje y el bus se puso en marcha.

Lo que no llegaba a sospechar es que él sí que la estaba observando. Esperando que el bus se fuera. Como siempre, aunque ya no se besaran en los labios.

lunes, 27 de septiembre de 2010

A mucha gente la ha pillado de sorpresa, en pantalones cortos, sandalias y minifaldas. Yo lo observo en silencio porque siempre lo hago, y aunque su aliento está matando de dolor a mi garganta vuelvo a agradecer su vuelta. No sé qué tipo de esquizofrenia me hace amarlo tanto, pero es notar su tacto frío y sonreír.

Pronto cobrará más fuerza, se repondrá de su letargo, y nos cubrirá con su efecto naranja, haciendo crujir nuestros pies y aumentando las ventas del chocolate caliente. Cuando me preguntan que por qué, que no es ni frío ni calor, sino una ambigüedad injusta y débil, no sé qué responder. Supongo que aprecio más este sol y que ahora que estoy lejos me gusta más su zierzo perezoso, el que nace en estas fechas para desnudarnos a todos en enero.

También será porque abarca noviembre. Por muchas cosas más, por las chaquetas que han dormido dentro del armario, por su cálido abrazo y porque me pasaría protegida detrás del cristal de la ventana los tres meses, mientras lo miro. Porque me recuerda a él, al primer beso, a nuestros primeros meses turbulentos. Porque siempre vuelve. Mi otoño de nuevo.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Debo centrarme en vivir, que es lo que más me gusta. Sin embargo, no puedo evitar pensar en lo difícil que se me está haciendo tener el hogar lejos y no ser capaz de hacerme uno de reserva que le dé de comer a mi alma en los momentos de desazón. La filosofía que aplico en estos momentos es la de la calma, y la de esperar, pacientemente, a que vaya tomándole cariño a ese otro sitio que ahora sólo se me antoja como el causante de la lejanía.

Ha sido un paso de gigante, y mis piernas estaban acostumbradas a caminar a pasitos cortos, sinuosos, sin mucha más trascendencia. Pero ahora es distinto, ahora estoy sola porque así lo he elegido, porque así lo he creído necesario para, por fin, hacer algo que me gusta. A ratos me embarga la esperanza y a otros la más profunda tristeza. Es algo de lo que no me puedo evadir, pero que intento trabajar para no ver los días getafenses tan grises y llenos de cuchillas. Hay momentos para todo, y espero que los buenos sigan creciendo para que no se me haga tan complicada la llegada del gran gigante de hierro que me monta en sus cuatro ruedas para volver a la capital.

A veces me siento asustada, y es entonces cuando el nudo en la garganta se me hace más grueso. No obstante, suspiro y me armo de valor. Me he enfrentado a otras batallas, y todas me han hecho más fuerte. Puedo sobrevivir a una más...

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Se me está comiendo la añoranza. De una manera tal que me da esperanzas la idea de tumbarme en la cama a leer apuntes tapada con tu manta para curarme el frío de las manos y del alma. Me trepa la soledad en determinados momentos y me clava las manos en la espalda porque sabe que estoy vulnerable, que no me voy a quejar, porque hasta entiendo que me visite y se acurruque a mi lado.

No obstante, no puedo ponerme nostálgica porque no pienso en las veces que me has abrazado sino en las veces que me vas a abrazar cuando te vea y cuando el sabor de tus brazos se me mezcle con los de todas esas personas que tanto echo de menos. Me está creciendo el nudo en la garganta por momentos, pero casi me gusta la idea porque así el beso que me des será más largo, y así tu saliva lo disolverá hasta que vuelva a formarse en un ciclo que pienso se repetirá bastante a menudo.

Te echo tanto de menos que me consume el arrepentimiento y, a pesar de saber que esto es lo correcto, se me plantea la duda de si he hecho bien. Porque no dejo de soñar contigo, de revolcarme en la incomprensión de por qué te anhelo tanto si he aguantado más días sin ti. Sin ti. Esas dos palabras se tumban conmigo en la cama hasta que vengas tú las eches, para llenarme de tu esencia, y devolverme la vida que se me escapa entre estas paredes. Y estar contigo.