lunes, 13 de diciembre de 2010

La gente vende sus recuerdos. En cada esquina del rastro de Madrid había una mesa plegable mal puesta llena de pequeños detalles que otros disfrutaron y que ahora ofrecían al resto del mundo. ¿Necesidad? No lo creo. Mi sospecha fue, simplemente, que en lugar de acumularlo en un trastero y habilitarle el hogar a las motas de polvo prefieren dejarlo ir, sin más. Porque al fin y al cabo es lo mejor que podemos hacer, dejarlos ir. No son más que recuerdos, y el balance suele ser negativo cuando nos paramos ante ellos: duelen más que traen alegría.

Por un momento los he envidiado. Por saber desprenderse de todas esas viejas historias, y he recordado un relato del genial Carlos Castán -escritor destrozacorazones donde los haya-, en el que el protagonista narraba cómo cada cierto tiempo debía hacer limpieza de sus cosas antiguas y las metía todas en bolsas de basura negras. Un día, cansado de hacerle el amor a la que no dejaba de ser su exnovia, decidió romper también con ese recuerdo y ella misma acabó en una bolsa de basura negra. Decía que esas bolsas significaban la suciedad de su vida, los resquicios que ya de nada servían.

He pensado en qué pasaría si se rompiera la mía. Si borrara todos mis recuerdos hasta hoy, o no me diera tanto miedo dejarlos marchar. Me he imaginado en el rastro de Madrid, un domingo por la mañana, con mi vida desnuda encima de una mesa plegable.

O al menos una de ellas, porque estoy como perdida. Insegura, hecha un lío entre tanta vida simultánea. Por un momento olvidé Zaragoza y pensé en Carlos Castán, y en toda esa gente que vendía hasta el más mínimo fragmento de su alma este domingo. Porque simplemente querían hallar una nueva.

1 comentario:

Euforia dijo...

A veces es lo mejor, otras, no merece la pena. Me gusta guardar los recuerdos, y no sólo los buenos; algunos recuerdos malos me enseñan a ser mejor.
Me olvidé de responder tu pregunta: Un año y dos mesecitos :) Gracias por tu interés, Soñadora.

Un beso enooooooooorme