miércoles, 28 de julio de 2010

-Te llevo en las entrañas- me dice.

-Y yo en la boca, para llamarte puta. Pero sólo cuando estoy muy borracho o te echo demasiado en falta.
Y eso duele y otra vez y luego otra vez más. Porque a veces odio saber contar sólo porque así soy capaz de contar los minutos. Cuando no importan, te apena que pasen. Cuando sí que importan, las agujas son dos armas letales que llenan de cricatrices la garganta. Justo donde se juntan las lágrimas para atacar tus pupilas desde adentro. Estamos pasando más minutos discutiendo que viéndonos las caras. Porque vernos las caras no cuenta si están demasiado ocupadas nuestras lenguas desconociéndose para escupir palabras y no llegar a nada. A nada. A más batallas perdidas con el núcleo de mi garganta. A tardes que pasan enteras, tonterías o no, sin que estemos juntos. A que yo me voy en un mes, y aun así tiramos las horas a la basura. Porque aunque ahora podría ir a tu casa y despertarte mientras rompo tu timbre, mi corazón me pide que me quede. Que me quede y no vaya. Y son las ganas, que se atrofian justo donde se atrofiaron las tardes sin tener que pensar qué hacer. Porque siguen pasando los minutos y yo los cuento, sin poder evitarlo. Sólo puedo ver que es un minuto más sin ti y un minuto menos para marcharme. Y que luego, si te veo, estoy perdida. Como si ya no nos conociéramos. Por eso no quiero ir ahora a tu casa, porque estoy perdida. Y porque las tortitas las he tirado todas; ni siquiera he llegado a juntar los ingredientes.

martes, 27 de julio de 2010

Después de soñar contigo, por fin voy a ir a visitarte. Aunque no sirva de mucho esa visión a ciegas. No... Él no viene, esta vez tampoco. Sí, ella sí, porque ella sigue siendo poesía.

Gracias.

lunes, 26 de julio de 2010

Nos volvimos todos hacia ella, como siempre que sonaba un teléfono móvil en la biblioteca; resultado de la monotonía y el tedio del estudio: a cualquier sonido, nuestras cabezas se despegaban del libro de texto para buscar un resquicio de aventura que nos salvara de esa tarde tan igual a tantas otras. Por eso la miramos, y ella se disculpó en todas las direcciones por no haberlo puesto en silencio. No obstante, parecía nerviosa, como si esperara de verdad esa llamada. Colgó del susto, pero al minuto se levantó y salió de la sala para atender la llamada.

Me llamó la atención su ropa colorida: verde y rojo combinados en formas extrañas, con figuras que se extendían por su camiseta. Cuando se fue dejó ver su parte de la mesa, llena de apuntes desordenados y la carpeta a medio cerrar. Al fin volvió, pero muy sigilosa, y no mucha gente la miró. Yo sí. Porque traía la mirada perdida e iba dando pasos cortos mientras se tambaleaba y se apoyaba en las mesas para no perder pie, como si hubiera recibido un balazo mortal y las fuerzas se estuvieran escapando de su cuerpo junto con su sangre. Su expresión había cambiado, ya no había alegría, sino vacío. Y caminaba perdiéndose en ese mismo vacío, hasta que llegó a su mesa.

Recogió los apuntes tal y como estaban, y se llevó la carpeta, sin ni siquiera cerrarla. No los guardó, ni se los metió en el bolso; simplemente dio un par de manotazos para juntarlo todo y se marchó con el mismo paso tambaleante. Me quedé mirando unos segundos el pasillo por donde se había perdido, y al rato me fui, hambrienta y con ganas de disfrutar del resto del sábado.

Cuando salí del centro me topé con ella otra vez. Un hombre la sostenía en los brazos mientras ella luchaba por no partirse en dos y caerse de bruces al suelo. Se había puesto unas gafas de sol, pero no tapaban su rostro descompuesto ni los gemidos que salían de su boca. Desprendía ese dolor que te desconfigura la sonrisa, el que te hace sentir todos los músculos torcidos, el dolor que te atraviesa de verdad. Se le cayó la carpeta y el hombre la recogió mientras hablaba por teléfono, como si la cosa no fuera con él.

A los pasos volví la vista atrás para comprobar si seguía igual, y así era. Supe que ese llanto sólo podía llevar el nombre de ella, de la dama de negro, y sentí tanta pena que estuve tentada de volver sólo para abrazarla. Pero seguí caminando, ya sin hambre, con el recuerdo fresco. Tan fresco que me acuerdo hoy de ese día y todavía siento escalofríos.

martes, 20 de julio de 2010

Siempre dices que te parece maravilloso cómo las hojas que han caído en invierno reaparecen en primavera sin que apenas nos hayamos dado cuenta de que estaban naciendo otra vez. Mientras hablas se te suelen iluminar los ojos, porque ya estás cerca de tu camino, muy cerca, y aunque haya habido demasiados baches... Vas a conseguirlo.
Y en ese brillo pienso mientras escucho esta canción maldita, la que habla de un músico que se tiene que alejar de su amor por su música. Y aun así le dice que siempre será suyo, que está en su mente a pesar de los kilómetros.
Me entra un pánico atroz porque, si he caminado de tu mano estos días, ¿qué voy a hacer ahora? ¿Quién me va a besar cuando mi tobillo se tuerza o caiga rendida negándome a continuar el sendero? La respuesta ya la sé, porque serás . Porque esto es como la primavera y el invierno. A pesar de que a veces el terreno parezca yermo, al final siempre vuelve. Siempre vuelve la vida y se llena de verde, nos llenamos de verde, y en eso reside la magia. En que siempre vuelve.
Y aunque yo no sea un music man... you stand by me. Y, ahora mismo, I'm forever yours.

lunes, 19 de julio de 2010

Voy a dejar mi vida aquí. Me joda lo que me joda, es lo que va a pasar si lo pienso; ya no será mi vida, sólo destellos de lo que fue, mezclados con la actual, en la gran capital, con tanta contaminación.

En mis dieciocho años he dudado muchísimo en lo que hacer cuando acabara el instituto, y al fin se abrió una luz y noté mis ojos llenos de ganas cuando pensaba en estudiar cine. Pero el cine es caro, al menos estudiarlo, y elegí la carrera pública que más se acercaba: Comunicación Audiovisual. La pena es que estaba en Madrid, en Zaragoza, aquí, solamente en la privada. Entonces me di cuenta de que no hay que estudiar para hacer lo que quieres, al menos no del todo. Lo que hay que hacer es poder pagarlo.

Después de muchos dolores de corazón supe que si quería hacer lo que de verdad me gustaba tenía que marcharme. Y de verdad creo que esta decisión es de las más dolorosas que he tomado nunca. Sé que arriesgo y que pierdo mucho aquí, aunque soy consciente de que ganaré mucho allí también. De todas formas, a todos nos costó adaptarnos pero al final parece que la idea cuajó.

Entonces comenzó mi búsqueda de becas, trabajo y trabajillos que me dieran dinero para no hipotecar a mis padres al irme. Parecía que todo estaba hablado, que nos habíamos hecho a la idea y a un día de que salgan las listas para ver si estoy admitida allí... Resulta que me voy no porque quiera estudiar lo que hay allí, sino porque soy una hija egoísta que lo único que quiere es irse de casa.

Con la de lágrimas que me ha costado hacerme a la idea de que me voy a marchar, esto es lo último que esperaba. Me ha partido en dos y no sé... No sé ya lo que soy.

jueves, 15 de julio de 2010

El abismo más inmenso se abrió a sus pies y pensó que había muerto, y que eso era el infierno. Tanto dolor en el pecho no podía ser humano, de verdad que había tenido que morir. Las luces artificiales del pasillo bizquearon un instante cuando él golpeó la pared con los puños roto de pena, y todos callaron sin intentar calmarlo, porque ni siquiera ellos lo entendían. ¿Cómo se podía comprender una cosa semejante? Por un momento sintió que caía sin remedio, y sus rodillas chocaron contra el frío suelo cuando perdió el equilibrio y comenzó a llorar sin poder pararlo.

La médico se retiró de su lado diciéndole con serenidad fingida que si él quería le podían traer un calmante. Él sólo deseó un avance científico de locos, o una máquina del tiempo que se comiera los años gastados, para volver a arrancar las hojas del calendario. Se maldijo y en su locura momentánea intentó arrancarse el corazón para arrojarlo por el ventanal y que dejara de latir. Por fin se puso en pie y llegó hasta la puerta. Una punzada de angustia le susurró con malicia que esa iba a ser la última. Que de allí no iba a salir, y sus pupilas se nublaron queriendo escaparse de sus ojos para hacerse ciegas.

-Está dormida- oyó al abrir la puerta. Pero él no contestó.- Ahora duerme-repitió, y al ver que no contestaba lo dejó a solas con ella. Unos minutos no iban a hacerle daño. Al menos, no más daño.

Él se sentó al lado de su cama, y la observó tan tranquila y niña que quiso despertarla y llevarla en brazos hasta el fin del mundo. Parecía que al cogerla iba a pesar menos que una pluma, tanto que podría echarla a volar. Porque en realidad era un ángel. Le besó las manos, y siguió observando su rostro con una frase en los labios.

-Me vas a matar, mi amor...

Y lloró en su regazo hasta que cayó rendido en esa extraña posición. Todavía angustiado, sintiendo su corazón latir y preguntándose de qué le iba a servir cuando ella le diera la razón a los médicos. ¿De qué servía entonces su alma, esos latidos del demonio, si no eran capaces de mantener vivos a los dos? Si ella moría... ¿Qué sentido tenía su vida si ella moría?


lunes, 5 de julio de 2010

Las cosas no cobran sentido por sí solas. Somos nosotros los encargardos de otorgarles un valor especial que las haga cobrar significado. Por eso considero inútil realizar algo sin sentirlo de verdad o mantener algo que sólo nos produce calidez en el recuerdo. El recuerdo sirve para que podamos confeccionar un archivo de hechos pasados que nos ayuden a moldear el resto del camino; pero los recuerdos son, casi siempre, irrepetibles y en darnos cuenta de ello reside uno de los aspectos más dolorosos de nuestra existencia.

Nada es especial por sí mismo. Casi siempre somos especiales a otros ojos y a otros sentidos que nos ven de manera muy distinta a cómo nos devuelve nuestra imagen el a veces temido espejo. Y considero eso mágico. Ser yo misma pero, al mismo tiempo, ser cientos de personas diferentes para cada uno que me conoce. No hay una percepción igual a otra, y lo más misterioso es que no existe manera humana, hoy en día, de comprobar esta afirmación que hago.

La ciencia no lo posee todo, puesto en nuestra mente sigue siendo algo inalcanzable. Sobre todo cuando se enlaza con otras, a través de los ojos, y en los mecanismos internos se dan reacciones que aún no tienen nombre. Imagino que estas reacciones son las encargadas de hacer las cosas especiales.

Algo que para otra persona carece de signicado, es un templo para otra. Por ello, cuando ese templo deja de iluminarse y pierde sentido, se vuelve un hecho banal, rutinario y lleno de monstruos pasados.