viernes, 7 de enero de 2011

Quería que recibiera algo especial. Algo diferente. Y como a todos nos gustan que nos hablen de nosotros, en el buen sentido, eso decidí. Porque sé que ha sufrido mucho, al igual que mi padre y que su otro hermano, aunque estos dos últimos lo lleven más en silencio. Porque también sé que no le solemos decir cuánto la apreciamos, porque la mayoría de las veces prima su despiste, ese que le da un aire tan juvenil.

Sabía que se iba a emocionar. Porque la conozco, porque nos parecemos aunque ella sea más sentida y menos de piedra, porque en el fondo tiene mis dieciocho años. Sabía que se iba a emocionar poque todavía notamos la ausencia fresca de su madre, de mi abuela, y en las cenas de estas fiestas al tragar a todos nos dolía ligeramente, porque la verdad más difícil de aceptar es la de la muerte. Porque fue con la primera con quien rompí a llorar cuando me enseñó las pulseras que mi prima y yo le habíamos regalado, porque a pesar de su temblor me intentó consolar y porque también sé cuánto valen a veces las palabras.

Me esperaba sus lágrimas, pero no las de mi padre. Pero hoy, en un desaire más de la biblioteca, he sabido por qué. Porque me he marchado, y en la carta a mi tía, a mi madrina, hablaba precisamente de la familia, de ella, de todos, de la falta que me hacen porque son mi sangre y como tal palpitan dentro de mí. Porque no lo digo nunca, pero los necesito tantísimo como sigo necesitando a mi abuela, o simplemente una situación cotidiana en el salón de mi casa.

Porque son mi familia, y me emociono al pararme a pensar cuánto los echo de menos. Como también me emociono cuando pienso en ti, y en tu padre, después de haberte leído, y cómo me gustaría tener por un instante el poder mágico que te hiciera conocerlo. Que dejara de ser un vago recuerdo infantil de los tres años, y te abrazara, paliando todo el sufrimiento de crecer sin él, sin un padre que apoye tus pasos.

No obstante, además de la más difícil la más absoluta verdad es la de la muerte. Al menos a mi parecer. Y sí, en estas fiestas parece que se hace más presente, que nos pesa más en la piel. Pero también pesa más la compañía, el cariño, las risas de aquellas personas que por una suerte involuntaria van a estar siempre contigo. Por eso también yo voy a estar contigo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca abandones este blog, por favor.

Soñadora Empedernida dijo...

De acuerdo. Espero no hacerlo, tiene demasiado de mí esta pequeña página de Internet.

Muchas gracias por tu comentario :)

Euforia dijo...

Precioso :) Yo perdí a mi abuelo materno en un mes de diciembre, así que comprendo muy bien lo difícil que se hace la Navidad cuando alguien que ya no está se ha llevado toda la alegría.

Un beso enorme :)

Yonseca dijo...

No sé por qué pero a la gente le suele dar por irse al otro barrio en los meses de invierno...

Para mi en cambio las navidades, por más que lo intento, no consigo que sean felices ni bonitas. En casa la añoranza nunca ha dejado de ser rabia, y eso se nota mucho, sobre todo en los cambios de humor. Intento pasarlas lo mejor que puedo, pero ver a mis padres pasarlo mal es una de las pocas cosas que me quita la sonrisa de la cara.

Supongo que algún días las cosas cambiarán...

Por cierto, acabo de caer en que tu blog y el mío se llevan meses :) Que dure mucho. Mucha gente disfruta al leerte.

Un saludo, soñadora :)

P.D.: ¡La próxima vez que te vea prometo no dejarte con la palabra en la boca!