martes, 29 de marzo de 2011

Goteándole del pantalón un reguero de sangre, el cual se camufla en la oscuridad y apenas se deja ver. La herida, no obstante, le hace cojear hasta que llega a su destino y cierra la puerta tras de sí. Se deja caer entonces en el suelo y se examina el resto de heridas, comprobando que algunas están curando debidamente, pero hay otras que todavía palpitan y supuran cada cierto tiempo. Se retuerce cuando posa las yemas de los dedos en algunas de ellas, y cierra los ojos pensando que nadie sabe que está ahí.


Ha perdido el sentido de la justicia. Ahora no es más que una criatura que renquea de vez en cuando y que ha entrenado sus gritos para que no lleguen a oídos de casi nadie. Pero aun así es consciente del dolor que ha despertado, de las miradas y las palabras envenenadas, las pupilas dirigiéndose hacia otra parte; y sabe que ellos lo saben. Que en el fondo lo saben. Sin embargo la posición tomada parece ligera, apenas dañina. Como si por su parte no debiera existir sufrimiento.


Se vuelve a agitar inesperadamente. Sin querer. Y al segundo recuerda por qué. Todavía siguen en su cuerpo esas heridas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tranquila...

:)

Soñadora Empedernida dijo...

Lo voy a intentar.

(Merci).