sábado, 2 de abril de 2011

Me llama la atención sin más. Tiene como una estela de misterio de esas que me gustan y además me encanta pronunciar su nombre. Me imagino caminando sin nadie más por sus calles y siento una paz necesaria que casi he olvidado. Sin nadie más. Una completa desconocida que se aprenda las piedras de la calzada porque es así de gilipollas. Porque algunos lo llamarán huir, pero yo prefiero llamarlo aprender. No hay mucho más. Quiero ir y por mí me marchaba mañana mismo, sin importarme que el viaje durara más de tres semanas. ¿Que si tiene relevancia? Puede ser. Lo único que me consuela es pensar que en realidad no tenéis ni puta idea de nada. De nada. Pero duele igualmente.

También quiero marcharme porque se me llenan los ojos con las historias que la gente cuenta de sus viajes. Esos sitios que sólo he visto en foto y que seguramente nunca veré, pero que me hacen sonreír imaginando la suerte de poder ir y disfrutarlo. Es estúpido porque ni siquiera se puede decir que haya demostrado tener un alma viajera, pero es así.

En cuanto a ese lugar... Podría ser cualquier otro; no sé muy bien por qué me llama tanto la atención. Será su nombre, su lejanía, las historias que se cuentan, el simple hecho de emprender un camino diferente... No lo sé, aunque espero averiguarlo. De todas formas, lo único que tengo ahora son las lágrimas, que también son saladas. Como tiene que serlo el mar de Edimburgo.

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