lunes, 18 de abril de 2011

Me pone frente al espejo que ocupa toda la pared de la izquierda de la sala de música y me dice que me concentre. Que piense en sentir asco, como si llevara algo en la boca que no me deja estar tranquila, que experimente lo amargada y sargento que me tengo que sentir. Ella experimenta con su rostro para que yo la siga pero tengo la mente muy lejos. Pienso en la puerta que se cerró ayer en casa de golpe y en la llamada de teléfono por la mañana de un hombre que ha roto a llorar y me ha dicho por primera vez en mi vida que me quiere y que no puede más. A mí. Ese hombre desconocido que en realidad era mi padre.

Olga me sigue hablando, ahora de la voz, de cómo tengo que conseguir sacarla de la garganta para que carraspee y no del estómago como siempre. Que me dolerá, que me tiene que salir ya porque si no no voy a poder manejarla y el día de la actuación me puedo quedar afónica o acabar escupiendo sangre. Comienza a subir el tono y a emplear ese método suyo de hacernos daño para que nos salga el personaje.

Yo me marcho y vuelvo a los minutos con los ojos enrojecidos. El silencio es total porque todos piensan que estoy así porque Olga se ha pasado y están de acuerdo.

-Elena... Me encanta que llores.

-No, Olga, no es por eso. Hay más cosas.

Y a mí en ese momento me da igual Pata Negra, aunque lleve meses intentando alcanzarla sin conseguirlo, y el ensayo que sigue mientras yo recito el texto sin ponerle un solo acento a las palabras. Como si ante mis ojos no hubiera más que neblina y el eco de esa voz en teoría desconocida que se repita una y otra vez sin que parezca que vaya a parar.

2 comentarios:

Ogro dijo...

Pero al final todo llega. Y podemos aliviarnos :)

Boirabruixa dijo...

Y cuantísimo echo de menos esas tardes con vosotros, aunque terminara mentando a toda la familia de Olga. Ya sabes que a mí sus métodos como que no xD
Te echo de menos, Pip! :)