viernes, 12 de agosto de 2011

Olfatea la puerta del ascensor esperando a que se abra, como siempre, con infinita impaciencia. Quiere salir ya a la calle, aunque al menos ya se le ha pasado el ímpetu inicial. Sigue respirando con fuerza con la mirada clavada en la gran puerta de metal, pero cuando oye el primer sollozo roto vuelve la cabeza y me mira con cautela. A la segunda sacudida de hombros se acerca hasta a mí, sin dejar de mirarme, y comienza a llorar suavemente, hasta que le rasco la cabeza y la junta con mi muslo.

Con mis mejillas apoyadas en la parte superior de su hocico, dejo que las lágrimas se pierdan en su pelaje blanco mientras le doy sonoros besos en la coronilla, y pienso que si bien es el recordatorio más nítido de por qué sufro, también es el alivio más importante que conozco. Soy consciente de que puede que en un periodo corto de tiempo sea otra quien lo saque cuando su verdadero dueño no pueda, y sea en otra en quien apoye su cabeza cuando los tres estén sentados o tumbados en el sofá. Sé que arañará otros brazos y probablemente lama otras lágrimas, pero en este preciso momento, en la quietud del ascensor y en la intimidad de estar solos en esa casa... Su inocencia me cura. Me quiere, a su manera, me mira con esos ojos marrones llenos de infancia y dejo de sollozar, porque no quiero asustarlo y porque Platón tiene razón en una cosa. Simplemente, vive.

1 comentario:

Trid dijo...

Hace poco un autor en su libro me enseñó esta frase: "Vive la vida que quieras vivir.
Haz lo que te haga sentir bien.
El resto surgirá solo"
Bueno en realidad es mas de una frase, pero da igual.
Estamos vivos asíque mientras que uno viva hay que hacer lo que realmente que realmente queramos :)