viernes, 7 de octubre de 2011

Una exhalación, muchos suspiros, lágrimas, labios mordidos. El miedo taponando las venas y los pulmones, la angustia trepando por la garganta, el saberse perdido y saber que nada ni nadie va a poder evitarlo. Un tiro. Y el silencio del vencido. Ya no importa si hubo fuga, si no, cuál fue el motivo. La plaza del pueblo se cubre de sangre y sólo hay una causa y una consecuencia: la muerte. Las palabras se matan desde el mismo pecho, acribillado a tiros de espaldas a una pared, y se cree que así se gana, pero solamente se pierde. Una vida más, una persona menos. El rojo es un color que despierta dolor y venganza, ceguera y estupidez.

Años y años más tarde un herrero forjará una placa que rece Parque de La Memoria. Con ese nombre se intentará honrar a todos aquellos que con su sangre tiñeron el pueblo de carmesí. Lo que no se sabe es que en el dorso del metal el mismo herrero graba unas iniciales que le salen directamente del corazón, de su corazón vivo y salvado. Iniciales de amigos, vecinos, compatriotas, compañeros, hombres libres. Iniciales que se perdieron en la lucha, pero no en la memoria de ese hombre. Ni de muchos más.

Homenaje que, también años más tarde, será descubierto de casualidad y eliminado por lo de siempre. Esas iniciales antiguas, brillantes, escondidas solemnemente, sin ceremonias, porque no hacen falta si el sentimiento es sincero. De nuevo muertas. Por una injusticia de bandos, desigualdad de ideologías, política absurda que hoy en día nada tiene que ver con la muerte.

(Inspirado en una historia real).

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