martes, 4 de octubre de 2011

Va a un cajero y saca todo su dinero. No es mucho, pero debe doblar los billetes en cuatro para que le quepan en la cartera minúscula que tiene, y al principio no le entran. Se pone nerviosa, maldice, y al final mete el dinero en la funda de las gafas de sol y sale casi corriendo. No mirar atrás, importante no mirar atrás.

Emprende la marcha. Jamás se encuentra a alguien, sino que deja que la encuentren a ella. Quiere ser anónima y por eso inventa nombres y vida que nunca tuvo ni tendrá, mientras no para nunca de caminar. No mirar atrás, importantísimo no mirar atrás. Se le van terminando los billetes que guarda en la funda de las gafas e intenta ocupar su tiempo en cualquier trabajo esporádico que encuentra y no la compromete.

A veces se acuesta con alguien, aunque su imperturbabilidad no mejora mucho. Si llega al orgasmo lo agradece, pero si halla a alguien que no se esfuerza mucho en conseguirlo tampoco lo lamenta. Agradece la respiración de alguien a su lado, pero sólo durante unos minutos, los suficientes para que se le erice tanto la piel que no quiera volver a sentirlo. Hasta la próxima vez. La próxima cama.

Quedan muy atrás el cajero, las gafas de sol, las ganas de correr, el frío, el calor esporádico. Ella misma. Ya no se reconoce reflejada en los escaparates y no se sorprende porque tampoco se reconocía antes de iniciar la marcha. Todavía no se le han desgastado las suelas de las botas y mira que tiene ganas de que eso ocurra. El tiempo ya pasa demasiado despacio y sin embargo ha perdido tanto... Que no se encuentra. Por mucho que recorre. Por mucho que se repita que es importante no vacilar en no mirar atrás.

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