jueves, 29 de diciembre de 2011

Si hablarais con mi corazón os diría que está harto de la que le da de comer, porque parece que no se pone de pie, que sigue de rodillas, como a mitad de la caída y del acto de levantarse. Que no entiende por qué la debilidad no remite, si sigue alimentándose.

Ya ha pasado mucho tiempo, y la sombra del fin de año y de cambiar de cifra en mi edad no son más que susurros sobre que debería haber remitido esta tristeza hace mucho tiempo. No voy a mentir, claro que ha remitido, porque en los paisajes oscuros en los que se convirtieron mis adentros brilla bizqueante el sol. Pero es esta tristeza, este sentimiento de vida agotada, la que siempre vuelve y se queda a dormir conmigo. Es como sentir que no tienes un lugar en el mundo, que tu tiempo aquí ha expirado y se han enterado todos menos tú misma.

Ya ni siquiera me cansan los tecleos de noche aderezados con agua y sal, porque se han pegado a mi piel como parte de mi rutina. Es una putada tener inspiración sólo cuando estás triste.

Se me comen los días, como si hubiera una cuenta atrás que resonara en mi oído constantemente. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Pero lo verdaderamente macabro es que no hay cuenta atrás, ni meta, ni objetivo que cumplir. Sólo días. Días, días, días. Días que van pasando y se queman. Si le preguntáis a mi corazón os dirá que se quedó en marzo; que aunque entonces el dolor era enorme, al menos se sentía vivo.

lunes, 26 de diciembre de 2011

- Te dije que no quería felicitaciones ni nada parecido.
- Venga, vamos, es sólo una vela y un pastel. Sóplala y pide un deseo.

Ella la mira con ojos nostálgicos pensando que no la entiende. Si la entendiera no habría aparecido con el dichoso pastel. Agradece el gesto, pero ahora el dolor es más grande. Quería que el día pasara sin más, como cualquier otro... Guarda silencio, sin soplar la llama titilante.

- ¿Qué pasa?
- No quería celebraciones. De verdad. Te lo agradezco mucho, pero...
- ¿Pero por qué? Es tu cumpleaños, deberías estar contenta. Y cumples 20, no 40, no entiendo por qué estás así...
- Es lo que significa esta edad. Si además te lo dije... Cumplir 20 es un parón. Comienzas a ver todo lo que has hecho y lo que no. Las maravillas despuntan antes de los 20, despuntar cuando ya los has cumplido ya no es maravilloso, sino simplemente un objetivo cumplido. Cumplir 20 es ser consciente de que hay muchos sueños que ya no cumpliré nunca. ¿Me entiendes ahora? Desde que recuerdo, me han sostenido los sueños. También es culpa mía, por dejarme, pero ahora... Ahora esos cimientos se vencen, y yo con ellos. Tengo 20, sí, y apenas he hecho nada, ¿comprendes? Ahora sé que si, por ejemplo, algún día piso Nueva York será porque es mi luna de miel, me ha tocado la lotería o llevo ahorrando 10 años de mi vida. Con esta edad se agota la magia. También será por el año que he pasado, pero es difícil, para mí este día significa un pequeño fracaso a nivel personal. Muchas veces me prometí que haría grandes cosas, y ahora sólo tengo grandes tristezas. No iré a ningún sitio sin una beca que me lo pague o sin un trabajo fijo que me haya ayudado. Es absurdo, lo sé, me quejo de estar encaminada a una vida normal cuando hay tantísima gente que desea una vida normal... Pero por eso quería llevarlo en silencio, para no tener que explicar mis motivos inentendibles y quedar como una egoísta de mierda. Yo me entiendo, me entiendo porque noto la pequeña tristeza, y quería llevarlo en silencio.

La otra la mira. Callada, en parte horrorizada, y sin saber qué hacer. Un suspiro acaba apagando la vela.

- Aun así, gracias por todo... En serio, ha sido un gesto muy bonito.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

- Esta maleta es una puta mierda. No cabe nada, joder.

Maldice mientras intenta completar el recorrido de la cremallera de la desgastada maleta azul. Su madre se le acerca por detrás y le pone una mano en el hombro. Ella para y respira con dificultad.

- Hija, tranquila, si total... Tampoco necesitas tantas cosas, ¿no? Además te las podemos ir llevando nosotros...

A sus cincuenta y tres años, tiene los ojos y el rostro arrasados. También el alma. Piensa que jamás en su vida, difícil como la de cualquier otra persona con cierta suerte, ha llorado tanto como hoy. Ni siquiera al principio, o después de los primeros datos. Ha visto a su pequeña, que ya no es tan pequeña, luchar contra la desesperación personificada en esa estúpida maleta. Debajo de su mano está el hombro hecho pedazos de su hija, igual que toda la extensión de su cuerpo. Sin embargo, si ella cae, a su pequeña ya no le quedará nada donde agarrarse. Debe ser fuerte o los cristales de escarcha harán que su corazón también se petrifique.

- Claro, mamá, qué tonta... He metido demasiadas cosas. Tampoco voy a necesitar tanta ropa, ¿no? Perdona, mamá...

Ve a su hija sonreír con tristeza, como animando los escasos resquicios que quedan de su espíritu. Es la sonrisa más gris que ha habido en esa fría casa, incluso contando con la muerte de la abuela. Quiere salir a la calle y gritarle a quien sea que la mala suerte se ceba con quien menos lo merece. Que hasta las leyes de la naturaleza deberían haberla elegido a ella, más mayor, con más años de vivencias a la espalda. Hay veces en las que el tiempo no significa nada; es sólo una melodía amarga que acompaña tus pasos y que jamás deja lugar al silencio. Como un recordatorio. Nada más.

Terminan la maleta mientras la madre le asegura que de vez en cuando le traerá cosas, como libros nuevos y alguna que otra película que su hija le diga. No sabe mucho de cine; cuando su hija le hacía ver alguna que a ella le había gustado mucho solía quedarse dormida en el sofá, debajo de la manta, mientras su hija le lanzaba miradas de soslayo y sonreía. Tal vez las vea ahora, ahora que estará sola. Aunque no sabe si será capaz de soportarlo.

- Vamos. El taxi ya está abajo.

- ¿Eh? Sí... Un-un momento, mamá.

Las yemas de sus dedos recorren las paredes como tantas otras veces. En su fuero interno no puede reprimir el pensamiento de que debería hacer ese gesto con los dedos mucho más arrugados. Pero se centra en los recuerdos: su infancia, las celebraciones familiares, los chicos que trajo a casa a escondidas. Son los recuerdos los que taponan el presente, y a menudo debe recurrir a ellos. Va hasta la puerta, y suspira. Se marcha. Desea con todas sus fuerzas revivir esas paredes, y en su más honda esperanza lo aguarda, en silencio, algún día. De momento, cierra la puerta tras de sí, se agarra al brazo de su madre, y emprenden la marcha. La marcha.

***

Al salir del taxi, les sobresalta la sirena fuerte de una ambulancia. Se miran y se toman de la mano para, al menos, adentrarse juntas en esa encrucijada, a pesar de que saben que sólo la vivirá una de ellas. No piensan dejarse, no hasta que puedan mantenerse juntas.

Entran, respiran ese olor tan dañino y evitan mirar otros rostros que no son más que los susurros de su propia miseria. Aguardan su turno, y cuando por fin les toca hablar les falta aliento. Fuerzas. Una vida entera.

- Sí, soy yo... Me atiende el Doctor Ferrón, me dijo que viniera a esta hora. Sí. Te-tenía que ingresar a esta hora.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Durante casi cuatro años luché contra una obcecación dolorosa, provocadora de discusiones y malentendidos que acababan en crueldad y en lágrimas. Algunas otras veces, también en abrazos. La obcecación, de vez en cuando, era mutua. Pero es duro amar a alguien a quien le cuesta tanto escuchar y, derivado de ello, comprender, reflexionar, razonar. La mente humana es una barrera que hay que saber tirar abajo desde tus entrañas simplemente para poder entender a los demás.

Pero, ¿debo seguir luchando? Cuando una persona desaparece voluntariamente de tu vida, y te somete a la aceptación de ese hecho, ¿es justo que intente reaparecer? Ya no soy la encargada de luchar contra tu muro, y pareces empeñado en que algunas cosas, como esta, no han cambiado. Claro que han cambiado. Han cambiado porque crecí bebiendo de tus palabras y ahora las rehuyo. Las rehuyo porque no puedo seguir expuesta al agotamiento que supone hacerte comprender, repetirte las cosas cientos de veces, luchar contra los juicios injustos que derivan de las películas de ficción que montas en tu mente y que para ti son axioma sagrado.

Esa ya no soy yo. La lucha le pertenece a otros, a otros a los que no les niegues parcialmente la entrada a tu vida y a otros que no tengan miedo de cómo vayas a reaccionar porque ya no se fían de tu comportamiento. Otros que sigan creyendo en tus palabras, otros que, a diferencia de mí, no las hallen malgastadas, reiterativas hasta la tortura, injustas. Sin validez.

Creí en ti ciegamente, y luché por que tú creyeras en mí del mismo modo. Pero, ahora, desde esta nueva óptica, me acosa la idea de que jamás llegaste a conocerme; sólo conociste la idea que te hiciste de mí. Hace casi doce meses pensaste que mi regalo perfecto sería un reloj de lujo, cuando siempre he desechado toda clase de lujos porque a mi juicio son innecesarios.

No tiene sentido librar una batalla con el pasado. Tampoco tiene sentido intentar incorporar en tu presente algo cuya fecha de caducidad expiró hace tiempo. Tal vez sí hubo un momento en el que pudimos ser amigos, normalizar la relación, charlar y reír juntos... Pero lo único claro es que ese momento pasó de largo y no sé si nos dimos cuenta.

Es duro, pero honesto. Yo no puedo opinar sobre cómo eres y en lo que te has convertido porque me acostumbraste a que tu persona estuviera fuera de mis posibilidades. Sencillamente, ya no me interesa cuestionarte, cuestionarnos o cuestionarme respecto a ti. Porque no quiero exponerme a otra caída y porque, no nos engañemos, ya no es lícito. Ni tendría sentido, porque ya no sé si nos conocemos actualmente... Sólo sé que para mí eres un fantasma del ayer. Porque así, los dos, lo hemos querido o hemos debido quererlo.