miércoles, 7 de diciembre de 2011

- Esta maleta es una puta mierda. No cabe nada, joder.

Maldice mientras intenta completar el recorrido de la cremallera de la desgastada maleta azul. Su madre se le acerca por detrás y le pone una mano en el hombro. Ella para y respira con dificultad.

- Hija, tranquila, si total... Tampoco necesitas tantas cosas, ¿no? Además te las podemos ir llevando nosotros...

A sus cincuenta y tres años, tiene los ojos y el rostro arrasados. También el alma. Piensa que jamás en su vida, difícil como la de cualquier otra persona con cierta suerte, ha llorado tanto como hoy. Ni siquiera al principio, o después de los primeros datos. Ha visto a su pequeña, que ya no es tan pequeña, luchar contra la desesperación personificada en esa estúpida maleta. Debajo de su mano está el hombro hecho pedazos de su hija, igual que toda la extensión de su cuerpo. Sin embargo, si ella cae, a su pequeña ya no le quedará nada donde agarrarse. Debe ser fuerte o los cristales de escarcha harán que su corazón también se petrifique.

- Claro, mamá, qué tonta... He metido demasiadas cosas. Tampoco voy a necesitar tanta ropa, ¿no? Perdona, mamá...

Ve a su hija sonreír con tristeza, como animando los escasos resquicios que quedan de su espíritu. Es la sonrisa más gris que ha habido en esa fría casa, incluso contando con la muerte de la abuela. Quiere salir a la calle y gritarle a quien sea que la mala suerte se ceba con quien menos lo merece. Que hasta las leyes de la naturaleza deberían haberla elegido a ella, más mayor, con más años de vivencias a la espalda. Hay veces en las que el tiempo no significa nada; es sólo una melodía amarga que acompaña tus pasos y que jamás deja lugar al silencio. Como un recordatorio. Nada más.

Terminan la maleta mientras la madre le asegura que de vez en cuando le traerá cosas, como libros nuevos y alguna que otra película que su hija le diga. No sabe mucho de cine; cuando su hija le hacía ver alguna que a ella le había gustado mucho solía quedarse dormida en el sofá, debajo de la manta, mientras su hija le lanzaba miradas de soslayo y sonreía. Tal vez las vea ahora, ahora que estará sola. Aunque no sabe si será capaz de soportarlo.

- Vamos. El taxi ya está abajo.

- ¿Eh? Sí... Un-un momento, mamá.

Las yemas de sus dedos recorren las paredes como tantas otras veces. En su fuero interno no puede reprimir el pensamiento de que debería hacer ese gesto con los dedos mucho más arrugados. Pero se centra en los recuerdos: su infancia, las celebraciones familiares, los chicos que trajo a casa a escondidas. Son los recuerdos los que taponan el presente, y a menudo debe recurrir a ellos. Va hasta la puerta, y suspira. Se marcha. Desea con todas sus fuerzas revivir esas paredes, y en su más honda esperanza lo aguarda, en silencio, algún día. De momento, cierra la puerta tras de sí, se agarra al brazo de su madre, y emprenden la marcha. La marcha.

***

Al salir del taxi, les sobresalta la sirena fuerte de una ambulancia. Se miran y se toman de la mano para, al menos, adentrarse juntas en esa encrucijada, a pesar de que saben que sólo la vivirá una de ellas. No piensan dejarse, no hasta que puedan mantenerse juntas.

Entran, respiran ese olor tan dañino y evitan mirar otros rostros que no son más que los susurros de su propia miseria. Aguardan su turno, y cuando por fin les toca hablar les falta aliento. Fuerzas. Una vida entera.

- Sí, soy yo... Me atiende el Doctor Ferrón, me dijo que viniera a esta hora. Sí. Te-tenía que ingresar a esta hora.

2 comentarios:

Olaya dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Olaya dijo...

A mí tus comentarios sí que me dan vida. Desde siempre.

Tú, precisamente tú que me dijiste esto http://electricarrhythmia.blogspot.com/2010/08/terrorismo-emocional.html
no puedes dudar que volverás a amar.

Ánimo con todo, mi traidora <3