miércoles, 30 de marzo de 2011

No sabía si porque había dormido bien o el agua de la ducha le había sentado como poesía, pero ese día se atrevió por fin a hablarle. Sólo tenía una pregunta que hacerle. Cabezonerías. Fantasías varias.

Sus pasos parecían decididos. Por dentro sonreía. Ella le miró cuando estaba ya muy cerca.

-Oye...

-¿Sí?-. Un aleteo de sus pestañas. Ella, en el fondo, se moría de ganas de cualquier pregunta que viniera de él.

-¿Cómo te llamas?

-Eh... Sara. ¿Por qué?

-Porque estás de suerte. Eres tan bonita que acabo de aprenderme una canción que lleva tu nombre.

http://www.youtube.com/watch?v=E0KEDfPawWs

martes, 29 de marzo de 2011

Goteándole del pantalón un reguero de sangre, el cual se camufla en la oscuridad y apenas se deja ver. La herida, no obstante, le hace cojear hasta que llega a su destino y cierra la puerta tras de sí. Se deja caer entonces en el suelo y se examina el resto de heridas, comprobando que algunas están curando debidamente, pero hay otras que todavía palpitan y supuran cada cierto tiempo. Se retuerce cuando posa las yemas de los dedos en algunas de ellas, y cierra los ojos pensando que nadie sabe que está ahí.


Ha perdido el sentido de la justicia. Ahora no es más que una criatura que renquea de vez en cuando y que ha entrenado sus gritos para que no lleguen a oídos de casi nadie. Pero aun así es consciente del dolor que ha despertado, de las miradas y las palabras envenenadas, las pupilas dirigiéndose hacia otra parte; y sabe que ellos lo saben. Que en el fondo lo saben. Sin embargo la posición tomada parece ligera, apenas dañina. Como si por su parte no debiera existir sufrimiento.


Se vuelve a agitar inesperadamente. Sin querer. Y al segundo recuerda por qué. Todavía siguen en su cuerpo esas heridas.

viernes, 18 de marzo de 2011

Hay situaciones con las que no puedo lidiar. En realidad sí podría, pero de vez en cuando el alma está tan gastada que no apetece. Que no hay ganas de ello.

Al menos siempre vamos a tener nuestro secreto. Yo no creo que lo cuente porque sé que probablemente no me va a entender nadie. Sólo tú y el cielo de Getafe ardiendo mientras atardece y el frío que hacía en lo más alto de la terraza de esta casa tan extraña en la que ahora habito. Los enredones en el pelo que me dejó el viento, la canción que me acompañó hace dos años, el bolígrafo rasgando el papel y la esperanza de que de alguna manera me escuches. Por un día m gusta pensar que puedo sobrepasar esas brechas insalvables.

jueves, 17 de marzo de 2011

Yo no puedo con tanto corazón roto. Me chocan las pupilas con rostros agitados, acalorados, que no son más que el reflejo de que algo se resquebraja por dentro. Odio esto. La otra cara del juego, el dolor, el constante recuerdo de que el mundo es tan hijo de puta para que al segundo nos pueda parecer maravilloso.

Siento también cómo se encoge el mío y puedo notar que mi juego también se agota e intenta cambiar de perfil. Que estoy cambiando constantemente y voy a acabar desnuda en un escenario como acababa siempre antes. Antes. O ahora. Confundo los segundos porque en realidad se repiten. No es egoísmo, es supervivencia.

Yo no puedo con tanto corazón roto porque además ya es 17 de marzo y eso me hace recordarte. Pensar que tu casa es un espacio que he eliminado de mi mente, como si ya no existiera y nunca hubiera estado allí. Aunque no fue perderte el no tenerte me exaspera porque la vida sigue sin pararse a que yo pueda recogerte. Traerte de vuelta. Meterte en mi vida y que yo vuelva a meterme en tu casa. Pero sigue roto. Como hace dos años, cuando chocó contra el suelo y yo pensé que estaba perdida. Porque recuerdo esa canción que gritaba que el cielo estaba roto y así fue en el mío, porque de alguna manera no ha vuelto a recomponerse al completo. Aunque supongo que es normal.

Como ya he dicho el dolor de corazón nos hace apreciar todavía más cuando alguien nos lo cura. A pesar de que a veces sea simplemente el tiempo. No es consuelo, pero ahora sólo pienso en que es 17 de marzo y hay tanto dolor a mi alrededor que acaban venciendo mis barreras.

domingo, 13 de marzo de 2011

A veces los observo y pienso en qué habría sido de ellos si hubieran podido realizar sus otros sueños. Sí, esto está bien. Nos tienen a mi hermano y a mí, no vivimos mal, una casa, una vida... Pero, al fin y al cabo, lo que les llevó a este camino fue el sacrificio.

Me estremezco cuando imagino el momento en el que mi padre eligió el futuro de sus hermanos antes que el suyo. Cuando supo que iba a estar trabajando toda su vida pero a cambio sus hermanos irían a la universidad y estarían tranquilos. ¿Cómo tiene que ser ver morir a tu padre y asumir que ahora el juego es tuyo, que te toca a ti, que quieras o no tu vida cambia en ese mismo momento? Habría sido uno de los mejores alumnos. Poco trabajador, pero extremadamente inteligente. Ahora le quedan los libros y los conocimientos que va almacenando día a día. Si todavía le queda sufrimiento lo lleva siempre por dentro. Yo sé que sí, que hay cosas que no se borran, pero sigue riendo a carcajadas muchas veces al día.

Y luego ella... Apenas diez años y huérfana de madre, con una hermana de un año y otro que necesitaba demasiados cuidados. Convertida de repente en ama de casa, un poco confusa, tocada en determinadas fibras para el resto de sus días. A mi madre no le gustaba estudiar, pero tampoco tuvo la oportunidad de seguir probando si le gustaba. Como el que es ahora su marido debió hacerse cargo de algo que todavía no le tocaba, pero a veces las circunstancias agitan los cimientos de todo tu universo, y tienes que cumplir con lo que toca.

Me tiemblan las manos mientras tecleo y es porque sé que ellos también están viviendo su adolescencia y su juventud a través de mi hermano y de mí. Que el sacrificio que les trajo aquí encuentra consuelo en nosotros y su mayor deseo se ha convertido en que se cumplan todos los nuestros. Me viene a la cabeza la frase de mi madre, la que siempre tiene a punto y me hace reflexionar aunque ella piense que no...

Dinero no, lo único que puedo dejaros en herencia son unos buenos estudios... y espero que sepáis aprovecharlos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Si me muerdo los labios el gusto en mi lengua es amargo. Se resquebraja la escarcha que se ha formado en estas últimas horas y en cuanto vuelvo a cerrar la boca la siento de nuevo. Sería una noche perfecta para gastarla tirados en cualquier parte o gastarnos sin más. Pero en lugar de ello alimento mi cama de mí e intento distraerme sin una salida que parezca cercana. Pensando en escribir una historia con esa canción que lleva su nombre, imaginando que tal vez alguna lleve el mío y sabiendo, en último término, que en realidad esa última no existe.

martes, 8 de marzo de 2011

Le dije a sus ojos que no podía protegerlo y los vi romperse delante de mí. Estoy segura de que el golpe del momento le impidió saber que estaba mintiendo. Porque siempre sabía cuándo estaba mintiendo.

Lo cierto es que no podíamos seguir así. Bueno, al menos no yo. Cada vez sentía las manos más manchadas de culpabilidad y no podía soportar que también le salpicara a él. La solución parecía fácil: ve con él. Pero opté por protegerlo siempre detrás de una pared, observándolo en silencio, tragándome las palabras que quería decirle. Entre su supervivencia y la mía había escogido la suya; entre su corazón encogido y el mío prefería mil veces sentir yo misma el dolor que escuchar cómo se retorcía el suyo al latir.

Me dijeron que fue cobardía. Y pudo ser. La verdad es que no me replanteé qué fue hasta que lo volví a ver feliz y cada sonrisa era para mí un día más de condena. Intentaba obligarme a alimentarme de su felicidad, pero ese era un privilegio que se había terminado y que, no obstante, sólo funcionaba cuando yo era feliz con él. No por él.

Sé que ya no lo necesita pero todavía me quedo absorta pensando si estará bien. Me lleno de angustia cuando vuelvo a recordar el momento en el que le dije que no iba a volver a protegerlo, y siento escalofríos cuando sospecho que sí que supo que estaba mintiendo.

Me faltan entonces las bocanadas de aire. Todavía hoy.

martes, 1 de marzo de 2011

-Somos adultos -me dice-. Podemos acostarnos sin que haya historias de por medio. ¿No? Vamos, que lo tenemos dominado. No hay por qué mezclar elementos innecesarios. Podemos también esconder que en realidad follamos porque nos ansiamos como dos imbéciles que están enamorados en silencio. ¡Porque somos adultos!