martes, 29 de mayo de 2012

La vida puede componerse de muchos pedazos que quedan a nuestro alcance. No queremos creerlo cuando nos hallamos enfadados con nuestra condición y nuestras circunstancias, pero es así. Un banquete de momentos que podemos tomar o no según queramos o mantengamos los ojos abiertos. Tienta mucho la negación, la pereza, la carencia de esfuerzo.

No obstante muchas veces soy débil, y es tan sencillo añorar tiempos mejores... Tiempos de rutina amada, de palabras ajenas y propias, de poder compartirlo todo en esencia. Tiempos fáciles, porque mi vida era la mitad; la otra mitad se hallaba contigo.

jueves, 24 de mayo de 2012

Por fin toma -algo de- forma.

Y ahora, ¿qué?
Nos pasamos los días quejándonos de la misma vida, rutinaria, y luego cómo duele tener que llevar a cabo un cambio. Cuando formamos las aspiraciones en nuestra mente somos más valientes que nunca, pero de repente te ves haciendo las maletas y sientes un frío extraño en las venas. Un frío definitivo. Estás a punto de empezar lo que se supone quieres y aun así todo es un miedo gélido que se reviste de inexplicable tristeza. Duele marcharse.

Alguna que otra vez acuden a mi mente las tardes delante de la biblioteca retrasando el momento de despedirnos. Mientras yo estudiaba selectividad, eso que iba a ser ya lo último. Lo definitivo. Los rodeos en la conversación y en el alma, porque iba a marcharme y en lo más recóndito de nuestros fantasmas sabíamos que algo iba a cambiar. Pero nos sentíamos fuertes, y por ello cada vez que me preguntabas si íbamos a estar bien yo no dudaba un instante. Te había llegado a querer de un modo irracional, más fuerte que cualquier otro sentimiento. Por eso Sí, todo saldrá bien. ¿Qué te iba a decir si cada día habría afirmado con la más absoluta sinceridad que, como habíamos escuchado tantas veces en esa canción, sentía de verdad que iba a ser tuya para siempre?

A veces seríamos capaces de conformarnos con tal de no sufrir, de no enfrentarnos a ese dolor mudo que significa tener que marcharse. Ya quedan apenas las cenizas de mi segundo año y jamás me he preguntado qué habría pasado si me hubiera quedado en Zaragoza. Eso son vidas diferentes que nunca llegaré a vivir. What's done is done. Así que ahora soy lo que soy por haber echado tantísimo de menos y haber pasado tardes de pavor pensando en que de veras me había equivocado. Pero, para sufrimiento de mi madre, puedo sentir que nací con el espíritu inconformista, y por eso sé que voy a tener que enfrentarme al cambio muchas más veces. A marcharme. Al mutismo tembloroso de comenzar algo nuevo que, aunque prometa, no deja de recordarte toda la vida que has dejado atrás.

Pero se debe aprender a convivir con tus propias decisiones. Nadie te asegura que el cambio vaya a ser positivo, pero son riesgos que hay que correr si no quieres quedarte quejándote de la misma rutina para siempre. Yo no puedo afirmar que el cambio haya sido mejor o peor, ni siquiera sé si alguna vez lo sabré. No puedo engañarme; dolor hay siempre que debes dejar algo atrás, pero... Si sientes que tu vida debe moverse, negarlo sólo servirá para que sea demasiado tarde cuando quieras seguirle el ritmo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Yo me sentaba en las primeras filas y él, repetidor de cursos, en las últimas, excepto en Química, que si apuraba mucho se sentaba en segunda. En clase yo no despegaba el culo del asiento y él en los recreos no podía separar sus dedos del canuto de turno. Así pasaban esos tediosos meses del bachiller hasta que, el mundo no es tan grande al fin y al cabo, nos percatamos de que vivíamos en la misma calle. En la misma. Apenas a unos números de distancia. Nos juntaron las noches de fiesta y me acuerdo de sus ojos la primera vez que me vio entre humo o burbujas. Decían, ¿esa eres tú? y yo me reía contestándole que aunque era una friki en clase la vida no sólo constaba del instituto.

Han pasado ya dos años y sigue siendo curioso cada vez que alguien llama al timbre sobre las cuatro de la tarde y ya toda mi familia sabe que eres tú. Bajo a la calle, nos sentamos en el banco de siempre y vemos la gente pasar mientras hablamos, o a veces ni eso, y renovamos las risas y las anécdotas. Yo en Madrid, tú trabajando, contándonos a quién vemos y qué está siendo de aquel otro, pero siempre ocupando el mismo banco, quejándonos de los cuarenta grados de verano o de los cero de invierno. Que si no me llamas, que si ahora soy una pija de la capi, que si deja de fumar de una vez. Hay decenas de personas a las que no hemos visto desde la última clase de bachillerato, pero sin embargo nosotros ahí seguimos. Esa extraña y agradecida mezcla. La chica de la primera fila y el bad guy, que no era tan bad guy después de todo. Con las noches de tequila como marca, y los ratos que poco a poco vamos acumulando.

Me gusta decirlo y es como mejor te defino. Algunas cosas nunca cambian. Aunque te he dado momentos malos y no tan malos, esa media hora cada ciertas semanas, que no importan cuántas sean, porque siempre volvemos al mismo banco justo antes de que yo te haya hecho esperar porque seguía en pijama. No cambia el timbre, y las mismas palabras de mi madre.

- Elena, ¿esperas a alguien?
- Será Pichi, mamá.

domingo, 13 de mayo de 2012

En estos meses agitados de aventurarme por bocas apenas conocidas, algo resalta entre todo lo demás. Un dato curioso que no sé si se podría catalogar de anécdota. Una interrogación. Por qué algunos labios pasan desapercibidos como un dato más, algo que podría haber ocurrido o no porque no tuvo especial trascendencia; y, sin embargo, otros besos permanecen, por algún motivo, encendidos. En algún rincón de la mente.

viernes, 11 de mayo de 2012

Ayer no sólo había nervios e ilusión sobre las tablas. También estaba ese sentimiento injusto que nosotros experimentamos hace dos años: era la última. La última actuación después de tantos años de ensayos y de tan poca gloria que a tanto sabe. Se me encogió el corazón cuando Rubén -esa persona que destacaba en este grupo de teatro, pues siempre hay alguien que lleva las riendas- dio un paso adelante, ya finalizada la obra, y mientras muchas compañeras lloraban sin poder evitarlo él lanzó una pregunta retórica sin luchar contra su voz, que también acabó quebrándose. Se preguntó que quién le iba a decir a él, a un adolescente disléxico que apenas podía leer textos en voz alta, que apuntarse a un grupo de teatro hacía cinco años le iba a dar la vida. O al menos parte de ella.

Y ahí está la magia.

El teatro nos ha visto crecer y por eso duele haber crecido demasiado. Tener que dejarlo porque cambias de espacio, de sitio, de rutina. Pero nunca de espíritu. En estos dos años no se ha apagado ni un ápice las ganas que tengo de hacer teatro justo adheridas a la piel. Es una de esas sensaciones a las que sólo se llega probándolo. Metiéndote en la vida de otro desde el mismo momento en el que estás obligado a dejar de ser tú.

A mí se me rompió el corazón ayer al verlos llorar como si fuera su último día en este universo paralelo. Pero siempre queda la pasión inagotable y en el horizonte las nuevas oportunidades. ¿Que tendrán otro sabor y a veces no es agradable acostumbrarse a él? Por supuesto. Pero eso no nos puede frenar.

No nos puede frenar porque somos gente que hemos sufrido y llorado como nadie por el hecho -banal, teóricamente- de no conseguir un personaje. Una voz, unos gestos. Muchos miércoles de ensayo se hacían eternos porque significaban fracaso y desorientación, dolor y rabia. Suena exagerado, pero hemos llegado a vivir verdaderas obsesiones y tristezas que se clavaban como astillas debajo de las uñas. Al menos Tal y Tal, de repente vio cómo pasaba de los primeros años en los que hacíamos teatro para divertirnos a los últimos, en los que el nivel de exigencia nos destrozaba en silencio porque si lo admitías estabas perdido. Pero luego llegaba el momento crítico, el gran momento en el que se iban por el desagüe ocho meses de trabajo en apenas dos horas, y recordábamos por qué estábamos ahí. Por qué habíamos sufrido tanto.

Por la sala llena, el sonido de los aplausos, la sonrisa encendida de pura euforia. El cuerpo destrozado pero el alma viva, vibrante. Por haber sido capaces de provocar sentimientos en ajenos, por, después de todo, no haber sido unos fracasados. Solamente unos sinnombre, desconocidos desde la primera palabra que sale de nuestras bocas y que tantas veces hemos leído en un guión. Eso, a mi juicio, no puede equipararse con ninguna otra experiencia que como humana haya conocido.

Y claro que siento nostalgia. Siempre. Normalmente apagada, pero otras veces golpeándome con fuerza. Pero como escribí hace dos años y le dije ayer a Etcétera, Etcétera...

Me quedo con esa euforia. Con los seis años que ha durado esto, que han sido tan geniales, tan intensos, me han hecho tan feliz... Que no puedo estar triste. Sólo eternamente agradecida.

sábado, 5 de mayo de 2012

Lo cantaba de manera brillante Liza Minnelli. Ocurrirá en algún momento.

Siempre Maybe this time.

viernes, 4 de mayo de 2012

¿Qué tiempo hace hoy?

Una pregunta tan desgastada como esa puede convertirse en la clave del asunto. El que haya dormido caliente entre mantas te contestará que un poco de frío sí hace, oye, y que vaya fastidio porque ya es hora de que haga calor, que estamos en primavera, hombre; el que haya pasado la noche en la calle entre cartones te dirá, no obstante, que no estuvo mal, que tampoco hace mal tiempo.

No aprendemos. Siempre tenemos que hablar cuando menos debemos. Afuera la economía se desmorona. Miles de estudiantes ven sus carreras peligrar porque nuestro gobierno se empeña en recortar en unas becas que para muchos es sinónimo de supervivencia. Para muchos, y para mí. Sinónimo de Madrid, de cine y de la vida que ahora tengo. Sin embargo siempre se van a quejar los que no conocen el verdadero significado de la palabra penuria. Todos aquellos que no saben lo que es el rechazo de decenas de currículums y morderse la lengua cada vez que alguien habla sin saber -qué desprestigio de verbo con el sin delante-. Todos aquellos que reducen sus preocupaciones a que sus padres un mes les ingresen setecientos euros en la cuenta en lugar de ochocientos. Todos aquellos a los que de vez en cuando les gusta dejarse comer por el síndrome de Oliver Twist y reírse, no sé si consciente o inconscientemente, de los que las circunstancias nos han hecho merecedores, de vez en cuando, del nombre que creó Dickens. Se ríen entonces de todos aquellos -los otros todos aquellos- que sentimos a nuestros padres dejarse la piel en un trabajo que les consume la vida y el ánimo y vemos cómo se nos cierran puertas y puertas en las narices que ansiamos como fuente de ingresos.