jueves, 28 de junio de 2012

A veces me gustaría que fueras mío, manchar todas tus sábanas y bajarnos al suelo en los días más calurosos de este verano tan Valle del Ebro. Amenazar las inestables paredes de la tienda de campaña mientras amanece y ya no llueve, consumiendo los últimos minutos del festival antes de que mi bus salga. Escondernos en el baño de un bar y taparnos la boca para no descojonarnos cuando alguien llama a la puerta y a nosotros nos falta ropa. Aguantar la delicadeza de un beso leve en la mejilla mientras los labios buscan sus equivalentes en el otro cuerpo y el frío se acumula justo en el centro que está creando este calor de madrugada invernal. Hacerte perder un autobús y ver cómo te marchas al día siguiente. Escrutar tus pecas mientras aún sigo borracha pero ya comienzo a preguntarme qué estoy haciendo en tu cama. Dormirme despreocupada porque sé que estás solo en casa y dejar que el único control del tiempo sean tus latidos. Sentirme celosa del agua que se va por el desagüe y se lleva nuestra esencia cuando nos duchamos juntos. Mirarte a los ojos mientras te grito y tú te ríes de mis lágrimas. No querer mirarte porque me dueles insoportablemente y decirte claramente Que te jodan cuando me pides que pare quieta para hablar contigo sin moverme. Pegarte a la desesperada porque me estás sacando de quicio y pareces saberlo y parece no importarte que quiera desgraciarte de un manotazo certero. Apartarme ligeramente de ti cuando sabes que la has cagado y me abrazas porque quieres redimirte. O no tener huevos a abrazarte cuando sé que la he cagado yo y limitarme a caminar en silencio a tu lado mientras la conversación que deberíamos estar manteniendo se libra en mi mente sin cortar el aire.

A veces me gustaría que fueras mío. Pero luego recuerdo que ya lo fuiste, que ya lo fuisteis todos, y que por eso sois míos, porque os recuerdo y me quedé con alguna de vuestras partículas. Que ahora son mías y afloran, en noches como esta, a través de la electricidad que se crea entre mis dedos y el teclado.

martes, 26 de junio de 2012

- Ah, por cierto, ya he visto La piel que habito.

Lo miro con expectación silenciosa. Para mí el cine tiene un antes y un después en su criterio, aunque él no se lo crea. Las excentricidades de Warhol, la figura a contraluz de John Wayne, mis cuentas pendientes con Woody Allen, Bergman, Wilder y Tony Soprano, el perfil bueno de Ingrid Bergman y la mirada impenetrable de Bogart, los últimos suspiros de Vito Corleone y el ceño fruncido de Hans Landa, la droga que decimos consumían Nam June Paik y Maya Deren, la osadía de Camonte y Henry Hill... Todo ello, y más, tiene que ver con él y con nuestras conversaciones.


Aguardo su respuesta con algo de temor. Como me diga que le gustó...


- Me pareció horrible-completa.
- ¡Menos mal! Joder, qué susto me has dado. Pensaba que me ibas a decir que te había gustado.


Rober sonríe algo incrédulo.


- ¿Pero en serio creías que me podía gustar eso?

jueves, 14 de junio de 2012

- ¿Sabes que un lobo escoge a una hembra en toda la manada y permanece a su lado de por vida, eligiéndola como la única madre para sus cachorros?

No contesta de primeras. Paladea el humo del cigarrillo con fingida tranquilidad, masticando la primera respuesta que le viene a la mente y escupiendo, finalmente, la burda tapadera que constituye la segunda.

- Eso te lo estás inventando.
- No, qué va. Creo que lo leí por ahí... En fin. Es igual. Al fin y al cabo nosotros sólo somos seres humanos. Nunca lobos.

jueves, 7 de junio de 2012

Cuando a los labios acude un Te echo de menos se mezcla la melancolía que esas palabras encierran con la dicha silenciosa de haber sentido algo que te lleve a ese punto vital. El de la añoranza.

Pero quien no echa de menos es imposible que se pueda sentir vivo. Echar de menos implica haber amado o estar haciéndolo aún a distancia. Un matiz positivo en esa frase a veces tan punzante y adversa. Pero no siempre se echa de menos lo que se ha tenido; es lícito también echar de menos lo que se tiene. Y yo la echo de menos a ella.

Porque su presencia balsámica fue la que me salvó en mis inicios madrileños. Ella será siempre mi primera y mi última llamada. Hemos llegado a un punto en el que nos llevamos en la sangre y aunque las horas y los días pasen sin saber nada la una de la otra siempre está el retorno, y siempre están sus brazos si busco refugio. Como siempre le digo, hay veces en las que yo la tengo que querer por las dos, pero espero que ella sea consciente de que eso también ocurre para conmigo.

Cuando llegué a un punto de confusión y tristeza tal que pude sentir que me hundía en el entumecimiento, ella fue mi constante. Siempre es mi constante. Siempre está, siempre estamos, y contamos con la presencia de la otra como una rutina ciega pero regia. Incapaz de ser superada por cualquier otra cosa.

Porque si eso pudiera ser superado... ¿qué quedaría de mí sino mis cenizas vacías? Tú me salvaste, con nuestras horas por Fuenlabrada, por Getafe, por Sol. Tú me has salvado casi siempre. Con tu presencia angelical; ese aura mágica que sólo he conocido en tu espíritu tembloroso pero fiero. Eres el ser humano más especial que he tenido la suerte de conocer. Y, además, para mi fortuna: tú eres mi constante.

viernes, 1 de junio de 2012

- Se acabó- le dijo.

Ya estaba bien del sexo nostálgico y de reabrir la herida cada vez que se volvían a juntar sus bocas. Se acabó, le susurró secamente mientras aún le acariciaba la espalda desnuda. Tengo que hacer limpieza, pensaba una y otra vez. Siempre que hacía limpieza en casa llenaba varias bolsas, de las gigantescas, y ni siquiera sentía que ahí se iba su vida. Simplemente veía desperdicios, cosas inútiles, y se preguntaba por qué había seguido guardando todos esos trastos carentes de sentido. Luego se sentía en parte aliviado por haberse desecho de todo eso, pero le jodía mucho tener esa tendencia a acumularlo todo. A ir amontonando recuerdos que hay que dejar pasar en su momento, no de golpe y porrazo. Sentía que su pasado estaba anquilosando su presente, por muy insulsos que fueran sus días.

Así que Se acabó, dijo. Hizo limpieza de nuevo y llenó varias bolsas. De ella, de su cuerpo, de todos los aromas de sus recovecos, de sus días y de ese puto sexo nostálgico que después del orgasmo no servía más que para sentirse como dos miserables, y desconocidos. Así que de todo eso llenó las bolsas. De eso y de su espalda, desnuda y sanguinolenta. 


(Inspirado en un relato de Carlos Castán)