viernes, 31 de agosto de 2012

Réquiem por la libertad

En momentos como este el agotamiento me parece el sentimiento más vano pero es lo único que alcanzo a sentir. ¿Cómo se puede estar agotada de algo que ni siquiera he empezado a hacer? Siempre dicen que estudies lo que te llene, pero cuando lo que te llena está a punto de extinguirse no sé qué queda.

Hoy en día renta más estudiar Medicina porque es más fácil curar a una persona de un cáncer que a toda una sociedad de su ignorancia y a un gobierno de la embriaguez de poder e ideología barata. El Periodismo se resquebraja con miles de personas batallando contra gigantes y dejándose la salud en el camino. Y aun así se está desangrando. Ahora o vendes o te vendes, y lamentablemente hasta los periodistas tienen que comer. Y eso es difícil con esta doble crisis. Una crisis económica que fuerza despidos y precariedad laboral y una crisis de valores que está dejando a la profesión sin identidad, provocando que cobrar un sueldo se convierta en el verdugo de la dignidad profesional y periodística. 

Me llena de rabia. No quiero estar condenada a trabajar a costa de vender mi dignidad y mis valores. En mi día a día conviven las ganas de sacarlo adelante y una realidad afilada que te obliga a darte por vencido demasiado a menudo. Mantenerse siempre alerta y obligarse a no flaquear a veces resulta extenuante. Sobre todo cuando me hallo perdida. Sepultada bajo la amenaza de la más dolorosa resignación ante una situación insalvable.

En estos dos años de aprendizaje, de castillos en el aire y de estudiar algo que necesita un cambio drástico pero que muchos mentores prefieren ignorar, el mejor consejo nos lo dio el profesor que menos mentiras nos ha contado y más duro ha sido. 

Si os sentáis frente al ordenador en blanco y si, justo antes de escribir, no sentís pasión, dejad la carrera y meteos a Económicas. Aunque tengáis que escribir lo que menos os motive del universo. Si no notáis que verdaderamente os apasiona, dejadlo ahora que estáis a tiempo. Porque aquí se pasa hambre. Y se sufre. Se sufre mucho.


miércoles, 29 de agosto de 2012

martes, 28 de agosto de 2012

Un recurso fácil -pero muy efectivo- del mundo de la ficción es presentar a dos personas que se desean, y lo saben, pero no se deciden a estar juntas. Películas y series son bombardeadas a menudo con la trama de dos personas que se enamoran teniendo pareja o compromisos, pensando que lo que sienten por esa otra persona, ese otro protagonista, pasará (aunque el sentimiento normalmente crece). A veces incluso dejan a sus antiguas parejas, pero no es una solución. Si uno deja a su novia, la que ha estado esperando encontrará entonces a alguien más que, no obstante, no le satisface pero le distrae del chico del que está realmente enamorada. Suelen pasar semanas, meses, con el hombre o la mujer equivocados. Haciéndose daño incluso, mintiéndose y mintiendo, sin dar el paso que, por otra parte, sería tan fácil dar. Es carne de cañón para una producción cinematográfica, e hilo argumental habitual -casi nunca está ausente- de cualquier serie de ficción. También la literatura se ha nutrido y se nutre frecuentemente de este dilema tan jugoso. Y, a menudo, como espectadores, lo tachamos de estúpido, exagerado y lento. Si es tan fácil que estén juntos, ¿por qué no lo están? ¿Por qué enredan con otras personas? ¿Por qué no son sinceros, si el sentimiento es mutuo?

Lo mejor de todo es que si tan frecuente es en la ficción es por un claro motivo: estamos cansados de verlo en el mundo real. 
·14 de marzo de 2010·


Hablan de sueños. De sueños de verdad. De esos que se consiguen. Desde siempre este afán mío por ver cine y todo lo que se le parezca acaba por destruirme cuando pienso que por qué yo no. Desde pequeña. Alimentarme de sueños hechos imágenes que son falsos, pero que a su vez disfrazan el que realizaron todos aquellos actores. Actores o héroes, gente con suerte, valientes, constantes, afortunados. Qué más da. El caso es que esta sensación es maravillosa y por eso me alimento de que un día lo conseguiré yo. Crearla, llevarla a cabo, sentirla. ¿Ilusa? Puede que sí. ¿Sincera, temperamental, dramática y tremendista? También. Pero aunque sea poco a poco y dejándome la sangre voy a intentarlo... Por intentarlo que no quede, ¿no? Eso dicen. Seguro que eso dijeron, o decían, cuando sus padres los llevaban a cástings, o eran ellos, o simplemente tenían una cara perfecta para la imaginación del director. Por intentarlo que no quede. Y por poner toda la sencillez de la que sea capaz en la película más inquietante que pueda hacer nunca, también.


¿La mía? La mía.
Siempre es más agradable cuando tienes una determinación.

lunes, 27 de agosto de 2012

Una información que antaño me habría revuelto las entrañas y que ahora me provoca una sonrisa benigna al pensar en los estragos que pueden hacer las burbujas etílicas. Saber que besas otros labios y seguir en paz, serena y disfrutando de la noche.

Entonces es cuando sé que ya no me dueles.

sábado, 11 de agosto de 2012

Es como tener dos rosas de cristal en sendas manos. Una diáfana y de aspecto delicado y otra de cuerpo ahumado, creando un espejismo de rigidez e impasibilidad. No obstante, con apenas un movimiento de cualquiera de las dos manos ambas, frágiles como son, estallarían en mil pedazos contra las baldosas del suelo. Si, por el contrario, las dos manos se acercan e impactan las dos rosas saltarían y fragmentarían así sus cuerpos y los rayos de luz que se reflejaran en el cristal virgen. En la sujeción de ambas de manera simultánea se halla la clave. En no dejar caer ninguna de las dos ni enfrentarlas en un encontronazo letal. En, al fin y al cabo, el aguante sencillo e imperioso de mantener a ambas con vida.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Offret
Lo primero que se creó fue la palabra. Dime por qué, papá.
Frunce el ceño entre extrañada y aturdida. Twitter le ofrece lo de siempre: noticias prefabricadas, tweets banales y voces ahogadas en el mundo real que piden un poco de protagonismo en la Red a través de lo que intentan sea humor inteligente. Está cansada. Sigue todas las noches el mismo ritual: se sienta en la cama, abre el portátil a oscuras y decide informarse de la realidad que, cree, se ha perdido durante el día. Pero ya está cansada.

Está a más de 3000 kilómetros de su casa. Le duelen los pies porque el calzado los tortura a ampollas, y además tiene alguna magulladura de tropezones sin importancia que acabaron en una caída. Con los cascos puestos escucha su música de siempre sin pararse a pensar que lo que falla en la expresión es el de siempre. Ya no sabe qué vida es su vida de siempre. Ha estado en este territorio hostil tanto tiempo que a veces pierde una porción de orientación; esa porción que siempre da la rutina. Los ecos de los últimos disturbios le hacen relajar la expresión y se siente estúpida por sentarse a mirar Twitter mientras a las afueras del hotel donde se encuentra y donde han asentado a la prensa siguen torturando almas humanas. Está cansada.

Y por eso se fue. Porque cansada de la misma posición estática necesitaba moverse y ahora ya nunca para. Sin embargo, de vez en cuando sufre un colapso, una pequeña crisis vital que le aprieta las paredes de todo su cuerpo. Se siente extraña, errante, en tierra de nadie. Pero luego recuerda qué está haciendo en este país tan inquieto y recupera el norte. A pesar de que la mayoría de lo que ofrece a Madrid -lo que graba y locuta, las fotos que hace, las notas de prensa- no llega a su destino porque desde España piensan que no es necesario mostrar tanta brutalidad con los tiempos que corren a puerta cerrada, ella se deja la piel, y a veces nunca mejor dicho, en patearse las calles asustadas y con frecuentes escombros en busca de algo que se deba saber.

Así que ahora recarga la página web por última vez y cierra el portátil enfadada consigo misma. ¿Qué cojones está haciendo? Se dice a sí misma que no va a volver a abrir Twitter porque al lado del sonido de los disparos de fondo es más que una gilipollez. No obstante, en su fuero interno sonríe amargamente: sabe que lo hará, que no cumplirá su ya condenada al fracaso promesa. Tiene que hacerlo. Aunque sólo encuentre estupideces. Saber qué ocurre más allá. Pensar que piensa que sabe lo que ocurre más allá.

viernes, 3 de agosto de 2012

Si a veces precipito las pestañas hacia mis mejillas todavía veo restos de sangre en mis manos. No me he dado cuenta, y me he pasado los dedos por el pelo enredado cubriendo algunos mechones de esa masa carmesí y perturbadora. Dejo también esa marca sanguinolenta alrededor de mi cuello, como huellas de un asesinato que sin duda cometí aunque no esté muy clara todavía la autopsia de las víctimas. Porque hubo más de una, y  ambas siguen reviviendo el crimen cada vez que acuden impuntuales -como siempre- los recuerdos a la cita que ellos mismos fijan. Trayendo, como trae la marea a la orilla un objeto perdido días antes, los glóbulos rojos que cubrieron las pieles de nuestras almas cuando estuvieron a punto de rasgarse para siempre. Qué tontería, ¿verdad? Creíamos que nos íbamos a quedar sin alma. Que se iba a escapar nuestro espíritu por la boca y dejar sólo un recipiente caliente e insensible. Que íbamos a sacrificar todo lo demás por todo lo que nos estaba destrozando las entrañas en ese mismo momento. Qué tontería, ¿verdad? Creerlo. Aunque lo creyéramos de verdad.