martes, 18 de septiembre de 2012

Eres la persona que mejor me trata del mundo. Que más paciencia tiene. Que más intenta entenderme y apaciguarme. Eres el único que se ha puesto el despertador a las ocho de la mañana para darme los buenos días en un día que se avecinaba difícil. El único que se queda despierto mientras yo veo películas de esas raras mías para hablar conmigo antes de que durmamos.

Te conozco mejor que muchas personas. Puedo bucear en tu mente y saber qué pasa por tu frente arrugada, o interpretar los caracteres de una supuestamente sencilla conversación de WhatsApp para saber que algo no anda bien. Has conocido mis últimos momentos de niñez, mi adolescencia, mi entrada en la vida adulta, mi marcha, mis instantes ancianos. Las tristezas más profundas que me han asolado y te han hecho decirme Voy a pillar dos litros, y nos vamos esta noche al parque. Mis ratos de euforia, mis primeras veces, los dolores de corazón que siempre llevaban el nombre de Otro.

Formas parte de mi existencia de esa manera que casi sentimos inherente a la propia respiración. No quiero que nada te duela, y ojalá pudiera hacerte el hombre más feliz del universo. Porque eres un hombre, a pesar de tus reflejos de niño en tus ojos azules; un hombre que me abraza con sus casi dos metros de una manera que me hace sentir eternamente segura. Te quiero de esa manera que sé que va a durar siempre. Siempre. Porque eres consustancial a mí y a mi recuerdo como sé que lo serás al resto de mis días, de una manera u otra.

Eres la persona que mejor me trata del mundo. Y ojalá yo pudiera ser lo que esperas, lo que gritan tus adentros, lo que es imposible de construir forzando el mecanismo. Ojalá, pero, pase lo que pase... Espero que no me sueltes nunca.