viernes, 28 de diciembre de 2012

Remanente de supernova.

- Tal vez ahora mamá sea una nebulosa.

Y a mí esa frase me parte el corazón en dos. Me mira con sus ojos castaños y puros y observo que están limpios. Que ya no lloran. Yo sin embargo no soy más que el remanente de la persona que un día debí de ser, restos que apenas aguantan por la personita que me coge la mano con fuerza y lleva horas sin soltarla, desde que la misa empezó. Envidio su inocencia porque le permite mantenerse ignorante de todo el dolor, toda la parafernalia. Los papeles. Las firmas. Las decisiones. ¿De caoba o de nogal? ¿Una frase bíblica en la lápida? ¿Era su mujer religiosa? El nicho cuesta tanto, si deciden incinerarla cuesta esto otro. ¡Oh! Ahora tenemos nichos para urnas de incineración, si me permite enseñarle. Tengo que llamar a tus primos segundos, hijo, que si no luego hay historias en la familia. Más firmas. El papeleo. Cancelar tarjetas. Fotocopias del parte de defunción. Una. Otra. Otra. ¿Querrán que sirvamos algo en el velatorio? Me ha dicho tu tía que no va a poder venir, que no le dejan cambiar el turno. ¿El material de la lápida? De granito es mejor, pero cuesta más. Podemos añadirle más ornamentación. ¿Quiere? Disculpe, señor. ¿Se encuentra bien? Perdónenos, sabemos que es un momento difícil, pero tiene que decidir si...

Qué. Decidir qué.

Ahí plantado enloquezco. ¿Decidir si quiero que mi mujer muera o no? Porque era y es lo único que me importa. No he podido pensar, casi no he podido llorar. Me importan una puta mierda mis primos segundos y los tíos a los que no veo nunca, las historias familiares, el nogal o la caoba, ¡por favor! Es de mi mujer de quien estamos hablando. De su cuerpo aún caliente en mis brazos cuando ya se había marchado. De todas las veces que le hice el amor sabiendo que iba a morir y de todas las risas que le arrancó a nuestra hija como si fueran la última. Hablamos de sus ojos, que ya no brillan, que se han quedado sin luz y por tanto yo camino a tientas. No sé hacia dónde. No puedo más. Necesito respirar y... Muerto estaría descansando, muerto, como ella, como...

- ¡Papá!

Sigue esperando mi respuesta. Me saca de mi ensimismamiento y me doy cuenta de que llevamos horas aquí parados. En esta colina de hierba verde que ahora ampara bajo tierra la mitad de mi vida. Estoy helado, así que ella tiene que estar todavía peor. Pero no me suelta la mano. Sigue apretándomela con fuerza y lo compruebo en sus deditos contraídos. Sus pupilas ahora casi titilan, y me doy cuenta de que está preocupada.

- Dime, hija.

- Pues eso... - balbucea.- Que igual ahora mamá es una nebulosa. En el cole nos dijeron que hay unas que es donde nacen algunas estrellas, y en otras...

Vuelvo la cara. He vuelto a romper a llorar y no quiero que me vea. Ha perdido a una madre, no quiero que piense que a mí también me está perdiendo. Aun así se da cuenta y se abraza a mi pierna mientras lucha por que la voz no se le quiebre del todo. Entierro mi mano en su pelo para que sepa que estoy aquí. Con ella. Con ellas.

-... y en otras estaban algunas estrellas que se habían ido, que se habían extin... extingi-extinguido. Se llamaban, se llamaban, papá...

- Remanentes de supernova, cariño.

- Sí, ¡eso, papá! Remantente de supernova. No me salía porque es difícil, porque me acordaba, papá, me acordaba porque...

- Lo sé, hija.

Llora y pienso que si para mí es una injusticia a ella esa palabra se le queda pequeña. Tan pequeña como su alma de siete años, apenas sin estrenar, sus manos que ahora tanto van a tener que luchar, sus ojos redondos y despiertos. Los ojos que tenía ella. Ella es lo que me queda. La mitad de mi vida.

- Mamá era una estrella, papá. De esas que brillan. Por eso seguro que ahora es una nebulosa. La más bonita de todas...

Nebulosa del Cangrejo (un remanente de supernova)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Crecer con una persona es maravilloso, y a veces lo hacemos. A veces crecemos con alguien. Compartimos infinidad de momentos y amamos echar la vista atrás y contemplar con timidez nuestra evolución mientras comprobamos que siempre hubo una constante que nos encanta: ese alguien. Pero a veces cruzamos el límite y hallamos una respuesta a nuestro repentino dolor: hemos crecido tanto que hemos dejado a ese alguien atrás. Crecer también implica cambiar. Y a veces en ese cambio se nos va parte de la vida que nos ha sostenido, porque ahora somos diferentes y nos sostienen otras cosas. Dejamos de compartir infinidad de momentos porque ya no son momentos que compartir y nos horroriza echar la vista atrás y observar, sufriendo, que ha desaparecido esa constante.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Tiempo de recuerdos, lo llaman. Por eso el sentir es una mezcla extraña entre paz y desolada nostalgia. Los que tenemos motivos para añorar nos encontramos entre el calor que nos aporta la calma y el frío de echar de menos esa piel amada.

No se entienden las ausencias cuando ocurren, pero en estos días se entienden menos. La calidez del hogar se cuela entre las grietas que se han quedado en las heridas y es un escozor consentido y conocido. Tenemos que afrontar que hay tiempos en los que la incomprensión es mayor, y no hay nada que podamos hacer.

Por qué ya no estás, si antes estabas.

Es tiempo de recuerdos. Algunos mitigados por el paso de los años y otros con los que tengo que lidiar cada vez que me los encuentro en carne y hueso, irónico esto último. Son días de esa alegría familiar de doble filo, que nos encuentra tiritando y queriéndonos curar, a veces, sin darse cuenta, también nos duele.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

- No quiero creer en las señales.
- ¿Por qué?
- Porque para mí nunca se cumplen.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Cuando la rabia estaba a punto de agotarme y no quería acudir a ti para que me vieras llorar una vez más, me dedicaba a borrar tus fotos. Nuestras fotos. Hasta que me quedé sin fotos que borrar. Lástima que con los recuerdos no podía ni puedo hacer lo mismo. Me habría dado igual perder la mitad de mi identidad, que no era más que tuya.

Nos querremos más que nadie para que no corra ni el aire entre tú y yo.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Eskimo kisses.

Alguien me dijo una vez que creía que se llamaban así porque, tan abrigados como estaban por el fuerte frío, sólo les quedaba al aire la piel de la nariz. Y juntaron sus narices a falta de labios congelados.

Pero yo no estoy de acuerdo. Creo simplemente que dos personas en uno de sus besos terminaron por juntar sus frentes y mirarse fijamente a los ojos. Casi de soslayo, con las cabezas ligeramente inclinadas, bebiendo de sus pupilas durante un pequeño instante. Y entonces viéndolas tan cerca rozaron sus narices con lentitud, besándose de una manera diferente y sin dejar de mirarse.

Y, por casualidad y nada más, esas dos personas eran esquimales.

sábado, 8 de diciembre de 2012

"Porque no hay nada peor en el mundo que la amargura y la venganza. Sé siempre digna e íntegra contigo misma."

Persépolis

Me habría encantado equivocarme contigo.

Cuando tus ojos se abrieran desaparecerías. 

Es una putada la experiencia. No la tuya, sino la mía. Porque si no hubiera pasado ya tantas veces por esto tal vez sí accediera a tus arrebatos y a tu cambio de actitud y te diera la rabia que buscas. Pero no. No ahora, no después de tanto cansancio. Y no contigo, no después de decírtelo tantas veces. No después de estos dos años de pura y visceral reinvención, de dejarme las uñas en el yeso de la pared porque tuve que agarrarme a ella para levantarme sangrando y desnuda del suelo, y de mis miserias. Y tú, de testigo.

Sólo accedo al más profundo agotamiento y a la más triste decepción. Lo sabía, lo supe, y por eso te lo dije. En mi mente todo se traduce en lejanía. Hay cosas que pasan y no pasan sin más. Se quedan, para bien o para mal, y trascienden. Sobre todo trascienden.