lunes, 13 de enero de 2014

Hace ya demasiados años conocí a Ángel González. No sé adónde iría, pero el caso es que él estaba apoyado en el cristal del autobús. Fue el primer poema que le conocí, en un folio pegado a la ventana con un dibujo que ya no logro ver en la memoria. Recuerdo que me sorprendí por que el ayuntamiento de Zaragoza hiciera algo que promoviera la cultura. Leí el poema y lo guardé. Y aquí sigue. Sigue en parte para hacerme ver cómo depende la percepción de lo que siente uno mismo, así como de cómo es en dicho momento. La mindundi adolescente y enamorada que cogió ese autobús hace años leyó Amor en las palabras de Ángel González. Cómo iba a leer otra cosa, claro, si en aquella época la pobre tenía que amar por dos, ante el pasotismo y la incompetencia del otro. Todos hemos sido jóvenes, muy jóvenes, y todos hemos cometido amargos errores cegados por la ilusión y la mentira. Hoy, sin embargo, leo otras cosas. Más que Amor leo Pasión y Lujuria, Frío, Represión y Soledad. Y me leo a mí. Una Elena de otro tiempo.


Inventario de lugares propicios al amor

Son pocos.     
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.
Ángel González

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