lunes, 27 de abril de 2015

Chicle de melocotón.

Cuando he abierto el portal, he reconocido el olor a chicle de melocotón y me ha invadido una oleada de nostalgia inesperada. He recordado que me encantaban esos chicles cuando era una niña.

La verdad es que tuve una infancia solitaria. Casi todos mis recuerdos están salpicados de mi imagen leyendo un libro sentada en los bancos de mi plaza. La sensación de ser alguien que no lograba adaptarse a los ambientes donde el resto sí se desenvolvía es algo que todavía no he logrado abandonar. Supongo que forma parte de lo que fui, y de lo que soy.

Enseguida me volví una niña fantasiosa. Me recuerdo así. Inventándome historias, alimentándome de quimeras y hablando sola cuando no estaba leyendo o viendo la televisión. En ocasiones jugaba con otros niños, con otras niñas, pero siempre acababa volviéndome alguien que sobraba; entonces volvía a mi banco, y las tardes discurrían solitarias mientras mi madre trabajaba y mi padre leía el periódico en los bares.

Nunca tuve un compañero de juegos. Nadie con quien compartir mis aficiones o con intercambiar pensamientos y sueños. Si echo la vista atrás, siempre he estado sola. Hasta que conocí a Astrid, con 13 años, no conocí lo que era sentir que alguien estaba ahí e iba a estarlo pasara lo que pasara.

Era demasiado soñadora; y es algo que, aunque en menor medida, todavía arrastro. Recuerdo los días en los que yo misma me enfadaba porque las fantasías no eran más que fantasías, y me sentía precozmente estúpida. Solían ser días que coincidían más o menos en el tiempo con los momentos de encerrarme en el baño y llorar escuchando todo lo que pasaba detrás de ese cuarto, una práctica que conservé en la adolescencia y de la que, como suele ocurrir, me acabé agotando con el paso de demasiados años de esa rutina de gritos y ansiedad.

Supongo que todos los caminos nos moldean, de una manera u otra, y a mí me tocó pasar demasiado tiempo sola. Es sobrecogedor cómo un recuerdo aparentemente inocente puede traer todo esto al igual que el mar devuelve objetos a cientos de kilómetros de la costa donde se perdieron. A mí hoy me ha traído los tiempos del chicle de melocotón, y no he sentido ninguna duda acerca de que, como nos pasa a todos, yo sigo siendo esa niña.

2 comentarios:

Trid dijo...

Siempre hay algún momento que la Soledad solamente es tu amiga, pero no siempre será así.
Siempre viene bien ser una soñadora para luchar por esos sueños siguiendo adelante a pesar de todo y todos y eso me lo has enseñado tu.

Yonseca dijo...

Me has recordado que cada vez que huele a Farias, no puedo evitar acordarme de mi abuelo.

Ay :)