jueves, 4 de junio de 2015

Copiloto.

Me dice Sé fuerte, tienes que intentarlo, y yo me quedo unos segundos en silencio porque estoy tomando consciencia de que me lo está diciendo una mujer de verdad. Una mujer que a sus espaldas carga años de sacrificios y momentos duros que la han hecho ser tal y como es y que me han hecho a mí querer hacerla feliz cada día desde que la conozco. Tengo el privilegio de tenerla como amiga y confidente, y el tono de su voz es el ingrediente que busco siempre, a veces desesperadamente, cuando mi despensa se está quedando dolorosamente vacía.

Su silueta se abrió ante mí cuando avanzaba por la estación de trenes y autobuses con pasos temblorosos y agarrando con fuerza la maleta para que no se abriera un abismo ante mis pies y cayera irremediablemente. Cuando Zaragoza me azotó con toda la furia de los recuerdos, sus brazos me sostuvieron y me llevaron hasta el coche mientras guardaba silencio sobre mis lágrimas, y dejaba que sus ojos también se encharcaran poco a poco.

Es difícil estar aquí, le dije cuando me abroché el cinturón y emprendimos el rumbo. Asintió y me cogió la mano con fuerza, mientras avanzábamos por los lugares que tan bien conozco y que iban adquiriendo nuevos matices conforme aparecían ante mí y los momentos recientes, aunque pasados, me golpeaban con la fuerza de la añoranza y la pesadumbre, que velaban el miedo a que no volvieran a repetirse.

Compartió conmigo los silencios más densos e instrospectivos, y acurrucándome junto a ella en el sofá recuperaba la cordura del hogar, de saberme en un sitio al que pertenezco. Es mi chica, siempre lo ha sido, y en torno a la determinación de no dañarla o decepcionarla se ha construido en parte mi espíritu, mi actitud, mis entrañas. Unos adentros que también son suyos, pues ella me hizo, me modeló y me enseñó a no querer soltarla nunca.

Me llama todas las mañanas, su voz no puede ocultar la preocupación sobre cómo he pasado la noche, volvemos a hablar por la noche, y entonces por el sonido de mis palabras sabe cómo estoy y cómo de difícil ha sido el día. Siempre que me sienta a oscuras, ella estará allí. Como lo estaba cuando mi alma se desplomaba en el asiento del copiloto, y mi ciudad me devolvía su imagen distorsionada por la angustia de las decisiones que deben acatarse.

Nunca está de más recordarlo. Que eres mi amiga, mi confidente, mi chica, mi imagen, mi sangre, mi piel y mis huesos. Y así seguirá siendo, porque te necesitaré siempre conmigo.

Te quiero, mamá.

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