domingo, 22 de mayo de 2016

Arañazos.

Parece que no.
Que no existían esas fórmulas.
Que a veces es mejor derivarse a la filosofía y hacerle caso a aquellos de la escuela de Ockham que opinaban, como él, que la respuesta más sencilla suele ser la más probable.

Todavía no sé si existen esas fórmulas.
Pero sí
-porque los noto-
estos arañazos que duermen conmigo desde hace días.
Los siento
protegidos por las paredes de mi cuerpo.
La intranquilidad,
los coletazos de ansiedad,
la tristeza muda y gritona,
el amargor de no querer dedicarle tiempo a la comprensión.
El tiempo
que implora
paciencia.
Paciencia.
Lo único a lo que puedo agarrarme ahora,
en estos días,
estas horas envenenadas,
la promesa de que si aguanto todo irá mejor,
si respeto todo irá mejor,
si guardo silencio todo irá mejor.

Y así.
Continúa la tempestad en mis adentros,
acallada,
destemplada,
desgarrada a arañazos de nostalgia,
de recuerdos,
de preguntas,
de tequieros que hasta hace poco existían.

Pero ahora no.
Como esas fórmulas.

Ahora sólo existen estos arañazos,
socavando mi piel,
disputándose el control de mi alma,
re-herida,
re-deshecha,
re-desengañada,
re-entristecida,
pero, aun así, aunque no cure esos latigazos sanguinolentos,
orgullosa
de la valentía
-una vez más
(valentía de mierda, de qué sirves cuando los silencios arañan)-.


La esperanza
de que el tiempo sanará esta incertidumbre
me golpea
y
hace que me sienta de nuevo engañada,
desmerecida
y, tal vez, equivocada.

Paciencia.
Mientras desenrollo las vendas que guardé no hace mucho
-menos mal que las conservo-
y espero a que los arañazos cesen.
Y se lleven,
así,
esta negrura de desencanto.

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