jueves, 27 de octubre de 2016

Un hilo invisible.

Son las palabras, cargadas y agitadas,
y tienen el poder de levantar el viento,
desde esta cama.


jueves, 20 de octubre de 2016

No other way.

Todos hablan de libertad, 
pero ven a alguien libre y se espantan.
 (Hugo Finkelstein)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Siempre equilibrio.

Si tratas de
borrar
las huellas de tu
pasado
demasiado
deprisa,
al final
acabas
tropezando con
tus propios 
pasos.

jueves, 13 de octubre de 2016

Norte.

Esta lluvia me recuerda a Escocia. Pero es un falso reflejo: cuando estuvimos allí, no pudo hacer más sol. Los rayos picaban de verdad en Edimburgo y, aunque hubo una pequeña tregua neblinosa, en Glasgow fue más de lo mismo.

Me gustaron los escoceses. Igual que me gustaron las calles empedradas e inundadas de teatro de la capital de Escocia; sus cementerios forrados de colinas de verde brillante, sus cuestas llenas de perezosos, sus pubs escondidos en rincones oscuros y esas dos ciudades a diferentes alturas que echaban por tierra cualquier mapa. En esa cafetería en la última planta de una librería céntrica, mientras mis manos se calentaban con la taza de café, supe que volvería.

De la misma manera que volveré a Glasgow, a sus calles franqueadas por grandes edificios grises, a la cerveza artesana, los ritmos nocturnos y el olor a comida india. Todavía en Edimburgo, mientras un taxista nos llevaba a toda máquina a una obra de teatro a la que llegábamos tarde -una versión increíble de Dorian Gray-, nos advirtieron de que Glasgow era feísimo. Como todo el mundo. Pero nada más lejos de la realidad, aunque, todo sea cierto, mis acompañantes contribuyeron a llenarla de luz.

Echo de menos esos días en Reino Unido, cargando kilómetros a la espalda y llenándonos de música en la calle de The Cavern de Liverpool o de bosque en los senderos del Peak District. Esta lluvia de estos días en mi bonita Zaragoza me recuerda a ese norte tan verde y gris que volveré a visitar en apenas siete días.

El próximo viernes volveré a pisar las calles de Dublín. La capital de ese país que siempre ha sido mágico para mí y que por eso llevo siempre en la muñeca y que me hace sentirlo por Escocia e Inglaterra: Éire irá siempre en primer lugar. Me gusta la lluvia; en Irlanda, todavía más.

Desobediencia.

La mayoría de las veces se nos olvida el respeto. O al menos el respeto real; nos gusta apelar a él cuando nos sentimos ofendidos pero muchas veces ni siquiera nos paramos a pensar si es una cuestión de respeto o no.

Ayer fue para muchos un día señalado, pero para la inmensa mayoría fue un día de no respetar la opinión contraria. Y hablo de todos. De los que, para empezar, sienten que por ser 12 de octubre pueden sacar la bandera de España y restregársela por los morros a todo aquel que no consideran o, ellos mismos, no se definen como patriotas. Y, para finalizar, los que, desde la orilla contraria, aprovecharon para criticar de manera más galopante a todos aquellos amigos del rojo-amarillo-azul o incluso a los aficionados a mirar al cielo para ver esos maravillosos aviones que hemos pagado todos.

Unos creían que tenían razón; los otros también. A mí, la verdad, es que me aburren todos. Pero con matices. Todos tenemos nuestra opinión, y es algo obvio. Para mí todos los días son iguales, un día concreto no va a suponer que me sienta más o menos española. Para mí la patria son los míos, la gente, y los sentimientos positivos que me provocan. Yo me siento de mi tierra y, a la vez, me avergüenzo abiertamente de un país en el que la pobreza aumenta mientas se bate el récord de españoles ricos, y no soy para nada amiga de paralizar las calles por cualquier tipo de procesión: ya sea religiosa o perteneciente al ejército, que para mí vienen a ser dos sectas que se mueven más o menos por los mismos patrones (los mercados y la fe de las personas). Para mí la tierra y mi país, con sus instituciones y sus representantes, son cosas muy diferentes.

Y, como en todo, es mi opinión. Me han llamado de todo, por supuesto, pero para mí no es una opción rebajarme al nivel de aquellos que rechazan el pensamiento crítico en pos de seguir al rebaño y pensar menos, porque así es más sencillo vivir. Que se rían a carcajadas haciendo chascarrillos sobre rojos y hippies; yo voy a estar igual de jodidamente feliz que siempre, con mis principios y mi ética.

Conforme más tiempo paso trabajando más valoro mis principios y mi dignidad. A veces, me quedo plantada en standby ante los desvaríos de mis superiores y, para mí, se subraya todavía más que somos iguales. Dos personas. Dos seres. El hecho de que tengamos que pagar un alquiler, una hipoteca, la compra, los caprichos... no legitima a nadie para faltarnos al respeto, vejarnos o sentirse nuestros dueños. Lamentablemente, sé que para muchos los principios no importan, y por eso los escucho reír los chistes de aquel que luego ponen a parir porque apenas les llega el sueldo a final de mes. 

Y lo respeto. De verdad. Entiendo que haya gente con prioridades diferentes. Que el dinero no significa lo mismo para muchos; algunos están dispuestos a vender su dignidad y parte de su vida por más de mil euros al mes. Me parece bien. Pero me parece todavía mejor reafirmarme, a cada día que pasa, en que primero estoy yo, mi persona, y luego mi alquiler y mis gastos. Mi integridad no depende de mi jefe; por suerte, sólo depende de mí. Lo mismo que el respeto. Aunque a veces no sea así, me gusta que me respeten, y por eso me gusta respetar.

Pero siempre sin perder de vista los límites. Mi código personal y mis ideas. Porque, cuando esté en las últimas y dé igual cuánto dinero tengo, al final... es lo único que me quedará.

sábado, 8 de octubre de 2016

Candados.

(...)

Ella le da una larga calada a su cigarro.

ELLA: Yo en teoría no fumo, pero...

Él espera.

ELLA: La verdad es que tienes un poquito de razón. Pero sólo un poquito.
ÉL: ¿En qué? ¿En que fumar mata? Eso lo dicen las cajetillas de tabaco.

Ella lo mira. Sonríe.

ELLA: No, comotellames. Me refiero a toda esta mierda, a todo este numerito de querer reventar el puto candado del puto puente. Pero qué le voy a hacer, me va mucho el drama, y por no reventarlo a él...

Ahora sonríe Él.

ÉL: Bueno, no sé. A mí me has hecho gracia, verte gritando ahí, tirando de uno de los barrotes del puente. Joder, no me mires así, ha sido bueno.

Ella acaba su cigarro.

ELLA: Gracias. Supongo.

Ella y Él miran la ciudad encendida que se presta a sus ojos en esa noche de otoño. Guardan silencio, uno al lado del otro. Dos desconocidos observando la sombra imponente de la Basílica del Pilar de madrugada, apoyadas sus espaldas en el Puente de Santiago.

ELLA: ¿Y tú? ¿Qué hacías en este puente? ¿También te han roto el corazón?

Él vuelve a sonreír. Enigmático. Tierno. Distante. Abstraído en algo que Ella ni siquiera puede rozar con los dedos.

ÉL: Más o menos.
ELLA: ¿Más o menos?
ÉL: Sí. Más porque sí tengo el corazón roto; menos porque no ha sido nadie. Me lo he hecho yo mismo.

Ella no entiende. Quiere preguntar, pero no quiere. Sabe que no es el momento de las preguntas y, por un momento, lleva sus impulsos en silencio. Es agradable estar ahí, después de todo.

ÉL: Tolerar que nos destruyan es horrible. Pero es mucho peor destruirnos a nosotros mismos.

Él se vuelve y la mira. Sonríe triste, muy triste, y Ella cree comprender pero no quiere comprender lo que está creyendo.

ÉL: ¿No es increíble estar aquí en el momento exacto en el que se apagan las luces del Pilar? Parece que así es como si la ciudad pudiera irse a dormir.
ELLA: Nunca me había fijado en que esto ocurría.

Él comprende. Y pone el cuerpo en tensión para levantarse y marcharse.

ÉL: Sí, pequeña loca de los candados, estaba aquí porque hoy había decidido tirarme. Pero entonces has aparecido tú gritando. Y sí, era una tontería...

(...)

miércoles, 5 de octubre de 2016

Cada vez que pierdo el rumbo, la luz que me acaba guiando de nuevo hacia el sendero siempre es la misma. La misma.

Si quiero cerrar los ojos ante ello o no... Ya es cosa mía.

Pero, inevitablemente, me hace recordar por qué estoy aquí.