miércoles, 23 de marzo de 2016

Hay turbulencias.

Siempre creí que para poder emprender un nuevo viaje había que deshacerse del equipaje del anterior. Que, de alguna manera, debía purgar todas las consecuencias de las acciones, propias o no, y limpiarme las heridas para después vigilar de cerca que las cicatrices no supuraran.

Tomo asiento siendo consciente de que mis antiguas maletas todavía me esperan, y eso hace que me revuelva nerviosa en mi sitio. Me abrocho el cinturón con manos temblorosas pero sin embargo agarro el billete con fuerza: no dudo de lo que quiero, pero tal vez sí lo hago de que no vaya a contagiar mi torpeza, una inédita y recién adquirida. Despego.

Temo haber provocado estas turbulencias. Me revuelvo angustiada y recuerdo antes de nada que ya no voy a volver atrás. Que no quiero hacerlo. Pero eso no le resta importancia al hecho de que tal vez no debí iniciar un viaje que implicara a más pasajeros. Apenas me da tiempo a pensarlo.

Porque entre los nubarrones que azotan el cristal de mi ventanilla vislumbro sus ojos, como dos focos de cordura, y a mi carne trémula llega su temple, armado de paciencia, y aunque tiene que aguantar varias embestidas de mi ánimo acaba haciendo que crea que todo saldrá bien. 

Los veo, a sus ojos, pequeños y grandes, según mande el momento, y arrojan luz sobre el camino que se me estaba llenando de tormentas. El trayecto es imparable y no voy a ser yo la que se baje. En algún viraje inesperado todavía pueden resentirse las costuras de mi piel, pero he dejado de creer en que siempre haya que lamerse los arañazos en estricta soledad.

Ya no hay turbulencias.

Hay una voz. Entre canción y canción, me dice "Ven aquí" y el viaje continúa.

lunes, 21 de marzo de 2016

me noto sedienta y va siendo hora 
de ponerse al lío 
y beber del río 
que hay en tu mirar;
y espantar al frío que venía conmigo:
lo voy a quemar;
y brindar por tus ojos
a los cuales me arrojo,
ya puedes mirar:
que vengo vestida para que me empiecen a desnudar 
tus manos.
Tus manos.

jueves, 17 de marzo de 2016

17M.

La presencia de este día me envuelve en una película plomiza y gris que hace que me pregunte si soy yo misma la que ya, acercándose la fecha, se descubre el pecho y espera en silencio los disparos. Hace que me sienta tan triste que a veces es difícil comprenderlo.

Miro al cielo una y otra vez y vuelvo a recordar que fue tu ausencia la que me enseñó lo que eran las ausencias, y no porque las anteriores no fueran reales sino porque la tuya fue la primera que sentí totalmente irreversible. No hay consuelo cuando alguien se va de manera definitiva, cuando debemos aceptar sin más, y sin más de verdad, que alguien va a desaparecer por completo de los días que nos quedan por vivir. Comprendí que la muerte es la única certeza que nos afecta a todos por igual y el único episodio que debemos acatar sin alternativa.

Siempre espero al atardecer porque me hace pensar en ese otro atardecer de marzo en el que por primera vez me sentí brutalmente desorientada en mi propio barrio, y por unos segundos olvidé el camino a casa. Todo el día había sonado en mi cabeza sin cesar la voz de Serj Tankian diciendo que el cielo se había acabado, y en los naranjas de los últimos coletazos del invierno te vi yéndote hacia una realidad a la que yo no podía acceder por mucho que alargara la mano. El cielo se había, en parte, terminado. Aunque no pudiéramos afrontarlo.

Hablaba hoy con una amiga que no sé si es por el día o por la cercanía de la primavera que mi pecho se agita y se llena de niebla que al final acaba escapando a través de mis ojos, salada y cristalina. Pero lo cierto es que todos los años desde que me suena el despertador los mismos versos me vienen a la cabeza y camino todo el día con ellos, y contigo, y con todas las sensaciones que tu ausencia irreversible me dejó y nos dejó pegadas a la piel. 

Todavía puedo rozar esa desorientación; también el dolor en el corazón cuando desperté de súbito de madrugada y no me quedó más remedio que acordarme de que ya no estabas. Que a partir de ese día teníamos tu ausencia y tus recuerdos, y que debíamos aceptar que te habías ido para siempre.

Even though you can't afford,
The sky is over.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Dentro de nosotros
hay algo
que no tiene nombre
y eso es lo que realmente somos.

- Hacía mucho que no venías por aquí.
- Tampoco tanto.
- Pero algo sí.
- Algo sí.
- No hace demasiado te hicieron pensar que venir a visitarme era egoísta y nocivo…
- Lo sé. Lo recuerdo perfectamente. Casi todos los días.
- Me alegro de que estés aquí.
- Al final, de una manera u otra, siempre voy a volver…
- Siempre, eso ya lo aprendimos.
- Lo aprendimos.
- ¿Cómo estás?
- ¿De verdad vas a preguntarme eso cada vez que vengo a visitarte?
- Me parece importante.
- Pero ya lo sabes.
- Claro, si no no estarías aquí, pero de alguna manera hay que romper el hielo de la conversación, ¿no? Nunca has sabido estar en silencio, y tampoco te gusta malgastar las palabras.
- Eso es cierto… Pero ya lo sabes.
- Claro que lo sé.
- A veces creo que no voy a poder hacerlo. Y mientras pienso esa maldita frase yo misma me doy cuenta de que no tiene sentido.
- ¿El abismo otra vez?
- Creo que sí.
- Hay un tipo de abismo que jamás vas a volver a bordear. ¿Te acuerdas? Es importante que lo tengas presente. ¿Lo haces?
- Por supuesto… Si no no estaría aquí. ¿No?
- Tienes razón.
- El abismo otra vez.
- ¿Qué sientes?
- Vuelven a resentirse las paredes de mi cuerpo. Del estómago a las costillas, el cráneo, incluso las muñecas, llenas de venas, todas ellas parece que se agitan, se revuelven dentro de mí y no hay nada que hacer porque…
- Porque las maneja tu mente.
- Las manejamos nosotras.
- ¿Mucho tiempo sin escribir?
- Mucho tiempo sin venir a verte. Bueno, tampoco tanto, pero algo sí.
- No te olvides de mí. Ni siquiera de cada abismo por el que te sientes caminar, hasta eso es importante para pisar con más firmeza la tierra que después te hace sentir segura. Recuérdalo todo.
- Lo hago. Aprendí a hacerlo, así es como lo quiero hacer.
- Juntas.
- Juntas.
- En ese tiempo en el que casi te prohíben venir a verme… ¿Qué pensabas?
- Me hacía muchas preguntas. Me preguntaba si de verdad estaba siendo egoísta, si era una cuestión de egoísmo propio, si tenía que dejarte ir para cuidarlo…
- ¿Dejarme ir?
- Sacrificarte, más bien.
- Menos mal que no lo hiciste.
- Creo que nunca voy a ser capaz de hacer algo así. Nadie debería obligarme a hacer algo así.
- Pero eso no impidió que te sintieras triste.
- Eso es.
- Ni que a veces te sigas sintiendo así.
- Sí, pero es una tristeza diferente… Ya no temo por ti, no te cuestiono, pero no dejo de hacerlo conmigo misma. Es como…
- Miedo.
- Supongo que sí.
- ¿A qué?
- No lo sé… ¿A haberme perdido?
- Pero estoy aquí.
- En eso tienes toda la razón…
- Estás mejor cuando sonríes.
- Lo sé. Te veo a ti.
- Recuérdame. Y recuerda que nunca voy a juzgarte, aunque a veces quieras obligarme.
- Voy a volver… Aunque no sé cuándo.
- Ya lo averiguaremos.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Life is Strange.

Nos veo recortados en la calle de noche y ajenos a los grupos de personas que pasan a nuestro lado diciendo y gritando palabras que nos dan igual. Pienso que quiero escribir ese momento, como si fuera a fijarlo así en una fotografía hecha de sílabas, y contar que después de abrazarte pensé que ninguno de los dos está, o estaba, acostumbrado a contar con alguien y que en mi falta de costumbre es increíble chocar siempre con tu paciencia.

Si se trata de líneas temporales, o de volver al pasado, podría hacer un mural con instantáneas en las que se nos vea comiendo comida japonesa delante de la televisión o conociéndonos en una fiesta hace un año. "Cómo cambia la vida en 365 días", y cómo manejan los hilos de nuestra existencia pequeños detalles como que mi móvil se reinicie y pierda todos los datos almacenados en él o que tú decidas contestarle a esa chica pesada que se está metiendo con Lars von Trier.

Podría poner a ese mural una banda sonora hecha a base de acordes de guitarra y de mis propios juramentos por lo pésima que soy manejando el mando de la Xbox mientras jugamos con el destino de Max y Chloe con maullidos de fondo. Podría distribuir las imágenes por toda mi pared y concentrarme en una para volver a ella, como esa noche, un sábado de madrugada, cuando me abracé a ti y supe que quería guardar ese momento sin pensarlo dos veces.