Es curioso cómo funcionan nuestros adentros. Hoy llevaba horas sintiéndome inquieta y triste sin terminar de averiguar el motivo. Pero no ha pasado mucho tiempo hasta que he averiguado el porqué: Blanca se marcha, y con ella un año increíble y lleno de buenos momentos.
Nuestra edad y nuestras circunstancias, viviendo en otra ciudad en una situación complicada, provocan que tengamos que acostumbrarnos a las despedidas. Sin embargo, soy incapaz de acostumbrarme a esta sensación de pérdida y vacío, aunque sea temporal, que se pega a mi piel cada vez que alguien que me sostiene tiene que irse. Me he dado cuenta de que para mí Madrid es Madrid por toda la gente que está aquí, "la familia que elegimos" como ha dicho hoy la que fue mi compañera de la 505, y que cada vez que alguien se ausenta de esta ciudad maravillosa es como si para mí se derrumbara una de sus torres.
Pero este dolor no es amargo; de hecho creo que una de las cosas más bonitas que hay es poder llorar con alguien mientras se sonríe. Son esos momentos, en los que el alma se resiente, en los que uno se da cuenta del valor que tienen las personas, de la importancia que tienen porque, al fin y al cabo, ¿qué es una vida sin nadie para compartirla?
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