domingo, 24 de diciembre de 2023

El encuentro.

Hace ya tiempo escribí un relato para terminar el año en el que me sentaba en una cafetería con un gran ventanal que daba a una playa del norte para tomar un café y charlar brevemente con Mónica, la protagonista de Puente. Me dio algo de calor elevar y traducir en palabras esa fantasía, e imaginarnos a las dos como iguales, conversando con algo de timidez pero con la complicidad absoluta de quienes saben que forman parte la una de la otra de manera irremediable.

Hoy en mi cabeza se dibuja una estampa de calles empedradas y lamidas por una lluvia fina, con las luces decorativas acordes a estos tiempos parpadeando en las esquinas y la noche temprana del invierno abrazando los pasos apresurados de tantas personas que caminan pensándose ya protegidas del frío. Allí nos he visto a los dos, dedicándonos tiempo durante un momento antes de marchar a nuestras respectivas responsabilidades familiares y festivas. Sin impaciencia y con la comodidad de quien puede verse casi cada día, sin la obligación de cuadrar horarios y contar cada moneda y depender de las ventanas que abra la planificación de esa aerolínea de bajo coste que ya casi todas conocemos de sobra. Ha sido bonito pensar que en un mundo paralelo quizás era posible escaparnos diez minutos; lo justo para darnos un abrazo, chocar nuestras narices heladas y besarnos unas cuantas veces con dulzura y calma, como si nuestros labios no llevaran meses sin conocerse y tuvieran complicado conseguir el privilegio de coincidir de manera corriente en tiempo y espacio.

martes, 5 de diciembre de 2023

Quiero que las cosas salgan bien.

Ya no soy capaz de escribir como antes. Ahora ya no vuelco toda la rabia y todo el dolor en este cubículo en un desahogo sin mesuras porque en ese proceso comienzo a sentirme culpable por exteriorizar cómo me siento de esta manera, pienso que no estoy siendo justa con todas las cosas buenas que tengo. Pero siento tanto dolor, tanto agotamiento acumulado. En teoría, no podemos controlar todos los elementos externos que nos determinan, no al menos completamente, y por eso tenemos que centrarnos en nosotras mismas, en limar y trabajar lo que sí está en nuestra mano. Pero estoy tan cansada.

Es curioso que justo hoy, después de acostarme ayer confiando en que al despertarme mi estado habría cambiado un ápice, haya sobrevenido la enfermedad. Otra enfermedad, al menos. Siento que cuando poso mi mano en la frente para comprobar la fiebre solo hay una cosa que anida en este saco de vísceras, dolor y huesos que creo que soy hoy: quiero que las cosas salgan bien.

No alcanzo a comprender del todo por qué me está resultando tan desgarrador esta vez. Hay una parte que sí logro desentrañar, porque es una vieja conocida y no es la primera vez que me enfrento a esto. A sentirme derrotada ante la idea de que quizás ser adulta consiste en conformarme con lo que puedo y no con lo que quiero. Sin embargo siento un rechazo total a volver a extender las cartas que creo que me puedo permitir sobre el suelo y escoger la que piense que me va a dar más seguridad. Que me va a hacer sufrir menos. Aunque haya sufrimiento de todas formas.

He pensado tantas otras veces, en otros contextos, que querer no es suficiente, que el amor no siempre es suficiente, que debería ser sencillo darle otro significado al verbo y asumir que querer se fue, que querer ya no está, que a veces es posible que sea uno de esos naipes pero que debo aceptar que la única salida plausible ahora es poder. Ser capaz. Otra vez. Sé que lo soy, pero estoy tan exhausta de ser capaz.

El otro día le decía a una amiga que en ocasiones hay cosas que nos desestabilizan porque no estamos atravesando un buen momento. Es como darse un golpe con la esquina de una mesa y romper a llorar, aunque otro día ni siquiera lo notaras. Que es normal, que a veces pasa. Pero siento que ya cada golpe me lastima, al menos en el momento en el que se produce. Aunque luego sea capaz de ignorar los moratones, porque siempre he convivido con ellos.

Quiero que las cosas salgan bien. Quiero sentir que las cosas salen bien. Necesito que las cosas puedan salir bien. Y sé que pueden; es un resorte que salta continuamente: el mismo que me impide escribir como solía hacerlo, supongo. El mismo que, irónicamente, me tiene atrapada. Como si no pudiera salir de aquí.