sábado, 13 de abril de 2024

Las fechas.

Podría hablaros de los detalles que recuerdo con una claridad inquietante. Podría deciros: era jueves, eran las once de la noche, yo estaba de pie en mi salón, con A. mirándome desde el sofá. Podría añadir: cuando A. se marchó después de preguntarme si quería que se quedara conmigo y le dije que no, la puerta se cerró y no sabía dónde estaba, así que llamé a mi madre a pesar de las horas intempestivas.

Podría reconstruir esos días, pararme en cada elemento, hablar de la música que escuché, de todos los momentos y lugares en los que lloré sin consuelo y rota para siempre. Lo primero que escribí en mi cuaderno fue: "El dolor del duelo por perder a alguien es extraño". Las palabras apenas salían. Darle forma era imposible. Sigue siéndolo.

Podría pasarme toda la mañana desgranando los recuerdos, poniéndolos en fila, obsesionarme con todo ello y que este texto no terminara nunca. Pero ninguna de esas acciones te traería de vuelta. Así que miro nuestra foto enmarcada, la única que todavía no he empaquetado, y me concentro en pensar que seguiremos brindando y bailando por ti y por la huella que nos dejaste. Y que yo seguiré aquí, defendiendo este lugar tan adentro que guardo solo para ti, al que a veces me asomo y en el que lucho por no olvidar tu voz, ni el tacto de tus manos, ni todos los días en este último año en el que he deseado que siguieras tú también aquí y pudiéramos abrazarnos con la calma ingenua y natural de quien asume que ese gesto va a volver a repetirse.

lunes, 15 de enero de 2024

We The North.

Yo no necesitaba ninguna sudadera, pero J. me la dio. Creo que la tenía medio preparada; era la sudadera que me había dejado ya alguna vez porque aunque nunca lo admita creo que le encanta que C. y yo nos pongamos su ropa. Que así siente que nos protege, que está de alguna manera presente. Esa noche me tomé ese gesto como una brazada para sacarme a la superficie. Después de un viaje en taxi en el que apenas podía estar sentada del dolor con él mirándome con delicadeza de reojo, y de que le diera la risa floja hablando a las afueras de Atocha porque sé que estaba verdaderamente preocupado ante mis ojos hinchados, creo que darme esa prenda de ropa fue un gesto para cuidarme, para mimarme, para que me dejara cuidar como en ese momento mi espíritu y mi cuerpo totalmente derrotados necesitaban a toda costa.

Cuando Y. me dijo que iba al baño y lo vi desaparecer en la grada, al segundo supe que iba a volver con un litro (un mini, que dicen por allí) de cerveza. Yo había comentado que había mucha fila para pedir y que no quería perderme ninguna canción más del concierto; él simplemente guardó esa información hasta unos minutos después, cuando desapareció. Volvió con la cerveza en la mano, y cuando le eché la bronca me pasó una mano por los hombros y no hizo caso a mi ceño fruncido con dramatismo. No sé cómo es capaz de atesorar tantos detalles y darles forma aunque hayan pasado años, no cabe en mi capacidad de percepción que sea una persona tan observadora y preocupada por las demás, que lo haga todo tan bonito incluso cuando él mismo no se da cuenta de que nos está salvando.

Cenando tequeños ante un resumen del Brooklyn Nets contra los Cleveland Cavaliers (jugado en París, además), o desayunando en ese lugar que a las tres nos hace felices, los observo en silencio y pienso en todos esos dolores, en todas esas aristas que me cubren el pecho y que queman si las rozo. Pienso en lo caprichosa que es la vida, en cómo los vínculos surgen de un mero tuit o un comentario en una web. Pienso en que ningún dolor ocupa tanto espacio como la suerte de saberme parte de ellos y la certeza de que dejaría que me vieran en cualquier estado posible porque en cualquier estado posible necesitaría bajar las barreras y que me cuidaran. Con una sudadera de los Toronto Raptors o con un mini de cerveza en mitad de un concierto de Recycled J. Con una mirada respetuosa pero vigilante o un beso en el pelo en mitad de la euforia de escuchar una canción concreta.

Días después en mis oídos suena Cala Vento y decido sentarme a escribir porque las cosas buenas también merecen que les saquemos brillo y no podría estar más de acuerdo con ellos cuando dicen: Estoy encantado de verte aquí conmigo / porque con la que está cayendo tú me das el equilibrio.