viernes, 29 de abril de 2011

No dejo de pensar en todas las cosas que podríamos haber hecho y podríamos estar haciendo juntos. Sonrío inevitablemente al ver las fotos de aquellos que se animaron a escaparse unos días y quererse en otros lugares, saboreando un aire diferente. Compartiéndolo a través de sus bocas. Sin embargo, soy consciente de que para que una herida sane adecuadamente tiene que doler; a veces, incluso, se saltan los puntos y hay que volver a iniciar la cura. Cuantas veces sean necesarias. Si taponas una herida y aprietas para disimular el dolor, la infección finalmente puede que sea letal.

No me voy a esconder. La honestidad es algo que tiene que ir por delante siempre a la hora de querer a alguien. ¿Cómo mientes? ¿Cómo se es capaz de esconder algo durante años que debería ser el motor de todo lo que hacemos? Nos debemos sinceridad a nosotros mismos, y eso también nos lleva a elegir un momento adecuado, un instante mágico, no un desastre encantador pero que, al fin y al cabo..., termina en desastre. Y en sufrimiento. En ocasiones se nos queda la boca pequeña al decir el verbo querer, pero si luego no sabemos engrandecerlo de verdad, desde adentro, actuando bien, sin intentar dañar a nadie ni aprovecharse de nada ni respaldarse en una actitud totalmente contraria a amar... Estamos cometiendo una herejía.

Yo necesito querer. Y necesito querer muchas cosas que quiero pero no con la suficiente fuerza o la suficiente templanza sobres mis temblores. No sé si son espejismos lo que provoca este miedo atroz con el que despierto, estos deseos irracionales de vernos, de que se disipen todas las heridas y los engranajes funcionen de nuevo. No obstante, confío en que si ahora no es mi momento lo acabará siendo cuando toque, y que ocurra lo que ocurra mi cuerpo va a soportarlo porque no soportarlo sólo podría significar una cosa. No vivir. No volver a amar nunca.

martes, 26 de abril de 2011

No suelo decir nunca que nada va a durar siempre, pero si tengo la misma sensación veinte veces en un día y hasta sueño con ello, tiene que ser por algo. Un peso a cargar siempre, no con la misma intensidad, irá remitiendo, pero sin irse. Como uno de esos puntos que al echar la vista atrás se ven más oscuros. Tiene todo otro regusto, desfiguro cada frase, escucho el eco de cada gesto en el tiempo como fallido por mi parte y resurgido de pronto como si fuera nuevo, se me tuerce la sonrisa, el corazón se acelera. Fue en parte mi culpa. Y ahora se va a quedar ahí, apareciendo de vez en cuando en una pesadilla, encogiéndome el pecho. Como una de esas heridas que, las cures con lo que las cures, nunca llegan a cerrarse del todo.

sábado, 23 de abril de 2011

Curiosamente, entre la taquicardia, las pocas horas dormidas y la fiebre de esta noche -o día, técnicamente, por cerrar los ojos después de que hubiera amanecido- lo único que me calmaba un poco era pensar que no estaba en mi cama sino en mi cama postiza y que en unos segundos iban a sonar esos nudillos en mi puerta. Siempre los nudillos, excepto cuando tengo la música muy alta y no te escucho. Y yo iba a abrir echa un guiñapo, todavía con lágrimas en las mejillas, te iba a hacer pasar con un gesto cansado y en mitad del pequeño pasillo me ibas a abrazar de esa manera que tenías guardada hasta hace poco. Y así me iba a poder apoyar en el hueco que hay justo encima de tu clavícula y no haría falta decir nada, aunque seguramente me dirías eso de Tranquila... y a mí me daría igual que nadie más supiera que estoy así porque ese silencio mientras te arrugo la camisa cogiéndote fuerte con los dedos sería suficiente.

Se me han mezclado los estampados de rayas en diferentes camisas, el sonido de la guitarra y la armónica, las letras que he acabado aprendiéndome y las miradas cómplices en cualquier sitio si notabas que por dentro estaba temblando. Creo que, en ese momento, con una canción que me enseñasteis en la cabeza, he logrado por fin coinciliar el sueño.

viernes, 22 de abril de 2011

-Podría devolverte las llaves de tu casa y dejar que entraras, obviando el hecho de que son las cuatro de la madrugada y tú vuelves sola. Qué tarde vuelves hoy a casa, ¿no? Sólo te falta el cartel luminoso: presa fácil. Podría hacerme incluso el tímido y devolvértelas fingiendo que no te las he quitado. También, claro está, podría confirmar esas sospechas que no dices porque estás acojonada pero que me pintan como un psicópata. Y darte la razón en tus trazos. ¿Tú qué quieres que haga? ¿Te doy las llaves?

Por mi mente pasan varias posibilidades mientras intento controlar la ansiedad. Es curioso, porque justo venía pensando en que me sorprende mi poco afán por el trabajo universitario, concluyendo que en realidad, como tantas cosas en estos momentos, me da exactamente igual, o al menos ha dejado de preocuparme tanto. Ya hice bastante la capulla en diciembre.

Pienso en llamar al timbre de casa con la esperanza de que alguien me oiga y, no sé, bajen a por mí o poder gritar a través del porterillo. Hacerme la despistada, reírme de sus palabras y acercarme para que me dé las llaves, como si yo estuviera segura de que está de broma. Echar a correr todo lo que pueda y tal vez alcanzar a Melenas y a Álex, o incluso llegar hasta la asociación, porque recuerdo que Dani ha dicho que quería recuperar sus cereales. Sin embargo, entre todas estas posibilidades noto que el corazón ni siquiera se me ha acelerado. Estoy, finalmente, por decirle que haga lo que quiera con las llaves, que yo ya me doy una vuelta por ahí y que, si quiere, puede acompañarme, si no tiene nada mejor que hacer, pero que prefiero ir sola. Que no tengo putas ganas ni de bromas ni de que nadie me secuestre o se me ría, vaya. Esta noche no. La siguiente, si eso, ya se verá.

De todas formas, mientras pienso con la lentitud que he desarrollado este último mes, a él le da tiempo a aburrirse o a pensar que soy imbécil o que de verdad estoy muerta de miedo. Así que me da las llaves, se marcha en silencio con media sonrisa y yo abro la puerta mientras todavía oigo sus pasos resonar por la calle vacía y le echo un último vistazo al reloj de la farmacia... Qué tarde vuelvo hoy a casa.

lunes, 18 de abril de 2011

Me pone frente al espejo que ocupa toda la pared de la izquierda de la sala de música y me dice que me concentre. Que piense en sentir asco, como si llevara algo en la boca que no me deja estar tranquila, que experimente lo amargada y sargento que me tengo que sentir. Ella experimenta con su rostro para que yo la siga pero tengo la mente muy lejos. Pienso en la puerta que se cerró ayer en casa de golpe y en la llamada de teléfono por la mañana de un hombre que ha roto a llorar y me ha dicho por primera vez en mi vida que me quiere y que no puede más. A mí. Ese hombre desconocido que en realidad era mi padre.

Olga me sigue hablando, ahora de la voz, de cómo tengo que conseguir sacarla de la garganta para que carraspee y no del estómago como siempre. Que me dolerá, que me tiene que salir ya porque si no no voy a poder manejarla y el día de la actuación me puedo quedar afónica o acabar escupiendo sangre. Comienza a subir el tono y a emplear ese método suyo de hacernos daño para que nos salga el personaje.

Yo me marcho y vuelvo a los minutos con los ojos enrojecidos. El silencio es total porque todos piensan que estoy así porque Olga se ha pasado y están de acuerdo.

-Elena... Me encanta que llores.

-No, Olga, no es por eso. Hay más cosas.

Y a mí en ese momento me da igual Pata Negra, aunque lleve meses intentando alcanzarla sin conseguirlo, y el ensayo que sigue mientras yo recito el texto sin ponerle un solo acento a las palabras. Como si ante mis ojos no hubiera más que neblina y el eco de esa voz en teoría desconocida que se repita una y otra vez sin que parezca que vaya a parar.

sábado, 16 de abril de 2011

La tele está puesta pero no le hacemos ni puto caso. Cuando mi madre se va del salón yo quito el volumen para escuchar bien lo que pasa en el resto de la casa. Estas situaciones siempre me han hecho perder los nervios, desde que tenía consciencia, pero esta tarde sin embargo estoy calmada porque no quiero ni que mi propia respiración entorpezca el sonido de la casa.

Y mientras tanto yo sólo pienso en los brazos que me calmaban siempre que ocurría esto, aunque no lo supieran, y me dedico a agarrar con manos frías un post-it y garabatear en él una frase, para después pegarlo en el inicio de esas instrucciones o normas que ayer escribí y que ya he tenido que releer tres veces.

"Leer en caso de histeria (o de flaqueza)."
Sentada en la escalera, con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas, pienso que me podría haber quedado allí. Claro que sí. Y no habría habido ningún mal sentimiento en ese instante robado al pasado, pero no podía hacerlo después de tanto. He pensado también en la misma situación pero diferente, cuando te separaba de mí por hacer la gracia o porque estabas vacilándome demasiado y a mí no me daba la gana que me besaras. Pero la situación era bien diferente.

Mientras estaba sentada y me quitaba lentamente con las uñas el rimmel de las pestañas me he dado cuenta de que hacía al menos un mes que no lo usaba. El rimmel. Un mes en el que me han dado igual mis ojos o los pantalones que me ponía, un día el de hoy en el que he decidido sacarme eso de la cabeza para ver si surtía efecto y por dentro también mejoraba el asunto. Pero ha sido un error. El rimmel no ha hecho mucho más que pegotes entre mis pestañas.

He pensado que en esos escasos segundos se han acumulado millones de momentos que me hacen temblar al instante. Pero a la vez me ha atravesado la espalda un escalofrío al pensar en el sofá de Marcos, el bullicio a todo trapo de un bar pero que se antoja ajeno, el trayecto en autobús que se hace más corto de lo normal, caminar de la mano, las bromas sobre tu pantalón, el frenesí de los labios hasta las manos... y todo sin mí. Por primera vez sin mí. He pensado en cómo le sentó a tu corazón y sé que no le sentó mal, que lo calentó un poco de tanto frío estúpido.

Se han juntado esos dos yos sorprendiéndome y haciéndome ver que antes había mentido. Que sí que tengo dos yos aunque no sean como los tuyos, aunque yo no tenga algunas necesidades y deseos que cubrir. El yo que se habría quedado en la escalera de pie y el yo que sentado en la otra escalera pensaba en la primera vez sin mí. Los dos. Uno frente al otro diciéndose que no van a poder seguir soportándose mucho tiempo, que deben aprender a convivir de alguna forma. Mis dos yos. Y, entre ellos, la determinación -aunque ya no sé si es acertada- de que no puedo dejar que se rehaga todo el dolor causado, como un pegote de rimmel, impidiendo que las dos partes se separen.

viernes, 15 de abril de 2011

Yo te entiendo y entiendo también que prefieras callar. Me da igual que ayer me gritaras, o nos gritaras, porque yo comprendo tu reacción. Noto en tu mirada cansada que algo no funciona bien en tus engranajes y te entiendo tan bien. Me gustaría repararte de alguna manera, pero todavía no sé cómo arreglar los míos.

De todas formas, y aunque sé que seguirás guardando ese silencio respetuoso y solemne que sólo tú sabes crear, yo voy a estar para decirte "déjame el portátil un momento" y acabar haciendo quinielas sobre quién ganó en el año 1999 el Óscar a mejor actriz o en qué emplazamientos se filmó esa película que te recomiendo. Clases magistrales enteras tiradas por la borda hablando de cine, de actores, de la injusticia de los grandes festivales, de lo que nos queda todavía por hacer. Recomendándonos películas y echándonos -o echándome, más bien- la bronca porque todavía no hemos visto esa obra maestra o esa tan rara que me gustó.

Somos muy diferentes, pero de algún modo nos entendemos. Sobre todo ahora. En estos días. En estos días en los que de repente nuestros cimientos se vienen abajo y caminamos por el campus con la mirada perdida. Lo extraño es que no buscamos consuelo sino simplemente la rutina de dejarnos llevar por la inocencia de Leti o los comentarios de María. Esa rutina que nos barra durante unas horas las penas, distrayéndonos de nuestros males, aunque sepamos que luego van a volver.

No me enfado. Al igual que tú no eres idiota o un estúpido. Pero sabes que si quieres voy a estar para barrerte lo que sea sin necesidad de caminar por el césped de Humanidades o fingir que escuchamos al profesor de Estadística. Aunque sea para preguntarnos otra vez qué premios tiene tal actor. Recuerda que eres especial, no sólo por tu reticencia a sucumbir a las redes sociales o tu manera de escribir algo barroca, sino porque no te conformas con ser un simple soldado.

jueves, 14 de abril de 2011

Es el momento de cerrar la puerta tras de ti y saber que tus cercanos ahora no te escuchan. Justo en ese momento en el que se velan las pupilas y descargan todo el agua que han acumulado mediante el nerviosismo que impedía acertar bien las teclas. Se encharca el alma y eres consciente de que si no tuvieras columna vertebral tu cuerpo estaría partido en dos. Te lo dice ese dolor inconfundible en el pecho, separando las costillas una a una, mientras el corazón palpita a mil por hora y crees que te vas a desmayar y cuando despiertes ya no va a estar tu cuerpo, sino solo la angustia. La angustia de saber que era imposible la calma, porque este dolor siempre vuelve. Como volverá cada día. Como guía tu mano hasta tu boca y hace presión, para que a ser posible nadie te escuche sollozar encerrada en el baño.

martes, 12 de abril de 2011

La muerte es la muerte y da igual cómo te llames. Quién haya sido tu padre o tu abuelo, de qué color sean tus ojos o qué bandera palpite con tu sangre en el pecho. En el campo de batalla se acaba mezclando todo el líquido rojo y los uniformes se vuelven negros con el barro, negros con el cansancio, el tedio, el saber que estás arrebatando alientos porque en teoría eso venías a hacer. Todo negro. Tan negro que ya no se distingue al amigo del enemigo.

lunes, 11 de abril de 2011

Aquí no. Aquí no está mi hogar. Pero tampoco allí. Al menos no ahora. Ya no. El hogar tiene que ser un lugar donde te sientas bien. Donde no tengas miedo de que las cosas se vuelvan a repetir, donde no estés insegura, ni pienses que estás haciendo daño o molestando a alguien. Donde tus manos no sean de metal y si te descuidas comienzas a hacer cortes. Ni aquí ni allí.

Supongo que es cuestión de relojes, de sus manecillas moviéndose. De mi corazón entero. Siempre he dicho que no había patria ni fronteras ni nada, porque hogar para mí es eso, lo que te hace sentir bien, tu gente, tu olor a cierzo, a Ebro, a bajarse del tren en la parada de Sol, una cerveza en el bar de siempre, en la terraza de al lado de la residencia, una noche hasta las tantas sin importar que sea martes, otra en el parque jugando a las cartas... Pero ahora no. Ahora no volvería a ninguna parte porque tampoco sería marcharme.

Aunque tal vez vuelva al sitio de siempre, al que quise durante un tiempo que fuéramos y no llegamos a visitar, con la cámara ansiando alguna foto digna, el Ebro al lado y un poco de cierzo que agite el viento de quien fotografío, las ruinas de la Expo guareciéndome y así... sepa que estoy en el hogar, y que también he dejado otro a trescientos kilómetros.

domingo, 10 de abril de 2011

Todos ustedes parecen felices...

…Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.

Ángel González.

viernes, 8 de abril de 2011

-Está curándose. Para terminar de curarse necesita comenzar a volar. Conmigo no va a poder, créeme.

Agita una de sus alas esperanzado. Es un mirlo precioso, por eso da tanta lástima que haya estado tanto tiempo sin poder emprender el vuelo. Al principio, cuando ella lo encontró, parecía no importarle no poder volar. Estaban bien. Se necesitaba el uno al otro en aspectos que no incluían surcar los cielos, y por eso no era importante. Pero llegó un momento en el que el cansancio hizo mella y el mirlo necesitó partir. Al menos de vez en cuando, para poder alejarse y descansar.

El problema es que con ella no iba a poder. Con ella el vuelo no era una opción porque la cura de sus alas no podía ser completa.

-Eso ya me lo has dicho pero, ¿estás de verdad segura?

-Sí. Vamos, llévatelo, por favor. Sé buena y llévatelo.

Los adentros de ella se desmoronaban mientras entregaba el pequeño mirlo. Quería verlo volar y separase así de él era la única forma de conseguirlo. Aunque ahora lo fuera a tener otra persona. Ante todo, lo había decidido así.

-¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo?

-Yo... Cuida de él. Sólo cuida de él. Si se trata de volar es la única opción.

miércoles, 6 de abril de 2011

Mi madre los llamaba ángeles. Esas pelusas parecidas a un diente de león que sobrevolaban tu mirada unos instantes, subían y bajaban, hasta que el viento se los volvía a llevar. Cuando se plantaban ante mí y se acercaban poco a poco alargaba la mano para intentar cogerlos sin destrozarlos, pero como mucho los rozaba con los dedos. Subían entonces, como si se fueran a ir, pero al segundo volvían a bajar y yo llegaba a pensar que era para que se quedasen conmigo. Pero no. Acababan yéndose lentamente, mecidos por el viento, porque al fin y al cabo no eran míos, y otra persona estaba esperándolos también. Seguramente.

Se iban y yo me quedaba con las manos frías. Lo peor es que incluso yo sabía que no iban a quedarse nunca. Además, si hubiera llegado a agarrarlos, lo más seguro es que hubiera acabado haciéndolos trizas.

martes, 5 de abril de 2011

Mi perspectiva de los días en cuanto me quedo sola se derrumba y no entiendo todavía por qué. Sí es cierto que la compañía mitiga la mayoría de los males, pero tampoco es eso, porque mis males están presentes casi siempre, o al menos no se echan a dormir en mis adentros. Si acaso, duermen conmigo. Me pueden llenar los oídos de planes y asiento sonriendo porque en ese momento la perspectiva me parece agua fresca. Sin embargo, cuando me dejan a solas conmigo es como si se materializara esa parte de mí que es una diva fracasada y sola, cuyo único consuelo sólo se halla en el fondo de un cigarrillo.

Creo que me he convertido en el ser más destructivo para conmigo. Ahora mismo no encuentro otra explicación. Y se me siguen pegando los segundos y las ganas de pasar los días enteros en la cama, con los ojos cerrados y en parte ajena a lo que pasa en el mundo; porque lo que pasa en el mundo incluye lo que pasa en el mío propio. No se me quitan de la cabeza los adentros destrozados y totalmente ficticios de Katniss Everdeen.

Es un bucle. La mirada en blanco y negro y la incapacidad de escribir y llenarme de música, porque apenas sé qué escuchar. Porque no sé si este e sun precio a pagar pero se me ha agotado la inspiración de golpe, y lo único que puedo hacer es esperar a que, como siempre hasta hoy, vuelva. Aunque lo que me preocupa de verdad no es la inspiración o quedarme sola.

Lo que me preocupa de verdad es no saber volver a ser yo misma.

lunes, 4 de abril de 2011

-La quieres mucho, ¿verdad?

-Más que a nada. Con todas mis fuerzas.

-Ya-bufó-. Como todos.

sábado, 2 de abril de 2011

Me llama la atención sin más. Tiene como una estela de misterio de esas que me gustan y además me encanta pronunciar su nombre. Me imagino caminando sin nadie más por sus calles y siento una paz necesaria que casi he olvidado. Sin nadie más. Una completa desconocida que se aprenda las piedras de la calzada porque es así de gilipollas. Porque algunos lo llamarán huir, pero yo prefiero llamarlo aprender. No hay mucho más. Quiero ir y por mí me marchaba mañana mismo, sin importarme que el viaje durara más de tres semanas. ¿Que si tiene relevancia? Puede ser. Lo único que me consuela es pensar que en realidad no tenéis ni puta idea de nada. De nada. Pero duele igualmente.

También quiero marcharme porque se me llenan los ojos con las historias que la gente cuenta de sus viajes. Esos sitios que sólo he visto en foto y que seguramente nunca veré, pero que me hacen sonreír imaginando la suerte de poder ir y disfrutarlo. Es estúpido porque ni siquiera se puede decir que haya demostrado tener un alma viajera, pero es así.

En cuanto a ese lugar... Podría ser cualquier otro; no sé muy bien por qué me llama tanto la atención. Será su nombre, su lejanía, las historias que se cuentan, el simple hecho de emprender un camino diferente... No lo sé, aunque espero averiguarlo. De todas formas, lo único que tengo ahora son las lágrimas, que también son saladas. Como tiene que serlo el mar de Edimburgo.