Sentada en la escalera, con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas, pienso que me podría haber quedado allí. Claro que sí. Y no habría habido ningún mal sentimiento en ese instante robado al pasado, pero no podía hacerlo después de tanto. He pensado también en la misma situación pero diferente, cuando te separaba de mí por hacer la gracia o porque estabas vacilándome demasiado y a mí no me daba la gana que me besaras. Pero la situación era bien diferente.
Mientras estaba sentada y me quitaba lentamente con las uñas el rimmel de las pestañas me he dado cuenta de que hacía al menos un mes que no lo usaba. El rimmel. Un mes en el que me han dado igual mis ojos o los pantalones que me ponía, un día el de hoy en el que he decidido sacarme eso de la cabeza para ver si surtía efecto y por dentro también mejoraba el asunto. Pero ha sido un error. El rimmel no ha hecho mucho más que pegotes entre mis pestañas.
He pensado que en esos escasos segundos se han acumulado millones de momentos que me hacen temblar al instante. Pero a la vez me ha atravesado la espalda un escalofrío al pensar en el sofá de Marcos, el bullicio a todo trapo de un bar pero que se antoja ajeno, el trayecto en autobús que se hace más corto de lo normal, caminar de la mano, las bromas sobre tu pantalón, el frenesí de los labios hasta las manos... y todo sin mí. Por primera vez sin mí. He pensado en cómo le sentó a tu corazón y sé que no le sentó mal, que lo calentó un poco de tanto frío estúpido.
Se han juntado esos dos yos sorprendiéndome y haciéndome ver que antes había mentido. Que sí que tengo dos yos aunque no sean como los tuyos, aunque yo no tenga algunas necesidades y deseos que cubrir. El yo que se habría quedado en la escalera de pie y el yo que sentado en la otra escalera pensaba en la primera vez sin mí. Los dos. Uno frente al otro diciéndose que no van a poder seguir soportándose mucho tiempo, que deben aprender a convivir de alguna forma. Mis dos yos. Y, entre ellos, la determinación -aunque ya no sé si es acertada- de que no puedo dejar que se rehaga todo el dolor causado, como un pegote de rimmel, impidiendo que las dos partes se separen.
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