martes, 29 de mayo de 2018

Puente y café.

- No lo sé, chicas –intervengo por fin–. En parte estoy de acuerdo con vosotras, pero… 
- La culpabilidad no debe de servir de nada más allá de ser un motor para solucionar conflictos, Mónica –me corta Marta. 

Vaya frase más redonda. Pablo la mira, entre la admiración y la sorpresa, quiero pensar, y parece estar sin palabras. Alberto y él están siguiendo la conversación, intentando seguir el ritmo. 

- ¿Pero? –reflota mis palabras Aitana. 

- Pues que sigo sin hacer nada. Y me da mala gana hasta quejarme. Porque, ¿qué derecho a quejarme tengo si no hago una mierda por salir de esa rutina que tanto critico? 

- Ya –me concede Marta–. ¿Has pensado en dejar tu trabajo?

(...)

jueves, 24 de mayo de 2018

Hay cosas que uno tiene agarradas dentro, en las paredes del cuerpo, pero adentro, aferradas a cada órgano con las uñas afiladas, expectantes, a punto, doliendo, en silencio, hasta cuando se supone que no está pasando nada.

miércoles, 16 de mayo de 2018

La Raíz.

Sigo atrapada ahí. Y no sé muy bien por qué.

Se lo he dicho hoy a A., después de tararearle (o tatarearle, que digo yo) una canción a través del auricular del teléfono. Que, de alguna manera, sigo un poco con la mente en esa noche en la que todo parecía fluir. Tal vez es por lo que sólo nosotros sabemos de ese día y concretamente de ese concierto, o porque me parece que fue uno de esos recuerdos redondos que no se van a ir. O quizás, no me voy a engañar, un poco por los dos motivos, mezclados, en un torbellino de música y nocturnidad.

Pero nos veo ahí, en la última noche de Viña Rock, apenas unas motas más entre la gente. Me acuerdo de acercarme a As., delante de nosotros más callada y más quieta, preguntarle si estaba bien y seguir bailando. Las letras me hablaban, en esos instantes irrecuperables, de pelea, de seguir peleando a pesar de todo, y de todos. También veo los rizos pelirrojos de S., más apartada y cantando a medias, a E. metiéndose en pogos con el cigarro en la boca y a A., muy pegado a mí, con esa sonrisa que tiene cuando sonríe de verdad, la de enseñar la encía y ser más guapo que nunca, y entre saltitos agarrarle la chaqueta y decirle, en plena euforia: Te quiero un montón, ¡te quiero un montón! Puede que fuera una marquita, una de esas que se resaltan en la línea de tiempo, y que simbolizan algo importante o, al menos, algo que no se quiere olvidar.

lunes, 14 de mayo de 2018

Lunes.

El otro día nos nombraron como ejemplo de relación sana y bonita. Dados todos los obstáculos que he tenido que saltar hasta hace poco, escuchar algo así se me hace extraño, pero me hizo sentir muy feliz, sobre todo de poder correr a contártelo, estando tú a apenas dos metros de mí en ese momento. Es una de esas cosas que creo que no ves si nadie te lo dice, porque hasta que no lo escuchas de otra persona no eres capaz de salirte fuera y reflexionarlo. Y yo pensé en que puede que sea verdad, porque apenas nos enfadamos, porque antes de enfadarnos nos entristecemos por la mínima posibilidad de enfadarnos, y pensé en tus ojos cuando estamos en uno de esos días de "¿Qué hacemos ahora?" y los recordé limpios, sin reproches, sin ira, sin rencores, sin celos y sin ganas de hacerme daño. No sé si recuerdo unos ojos tan puros, tan limpios, mirándome angustiados pero empecinados en mejorar aquello que no nos hace sentir bien.

Aprieto el paso para seguir el tuyo; siempre caminas muy deprisa, lo tienes interiorizado por la costumbre. Pero me agarro a ti y casi voy dando saltitos mientras doblamos la esquina y acudimos a la música que viene de Matadero, y yo te vislumbro entre las luces naranjas del final de la tarde. ¿Conocéis esa sensación de sentirte afortunado por estar con la persona que tienes al lado? Ojalá que sí. Es una de las emociones más bonitas que pueden sentirse nunca.


viernes, 11 de mayo de 2018

Final de un cuento nunca acabado.

Somos la fuerza de la estampida,
somos el mundo patas arriba.

Somos hijos
de unos pocos
locos
que dibujaron la salida.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Epitafio.

Yo podría llevar mi mejor traje de chaqueta. Uno de los mejores; creo que tendría varios. Uno de esos que una se pone, supongo, si tiene una reunión importante y siente que tiene que afianzar su poder delante de sus compañeros de equipo. Barato, pero elegante y resultón.

Yo misma podría elegir las flores; de colores oscuros, dispuestas de manera más o menos uniforme. A juego con las colinas verdes donde sería la ceremonia, donde impactaría el sol de media tarde, cuando es otoño y la luz se vuelve naranja, y comienza a hacer frío.

Redactar la lista de invitados sería difícil. Ni siquiera sé si los podría llamar así. Preferiría que la noticia se expandiera por diferentes medios, y que todo aquel que se sintiera llamado a venir lo hiciera, para estar conmigo y con la ocasión. Imagino que, del otro lado, vendrían también todos aquellos que lo intentaron con resultados oscuros, y matan su tiempo muertos observando a los que siguen empecinados en llegar a un lugar que no existe. Podrían venir, todos ellos, y acompañarme, aprobaran o no mi decisión. También los que en esta vida lo han conseguido y se sienten satisfechos, aunque sea a ratos cortos, para demostrar que no todo son trajes de chaqueta y oficinas de luces blancas y sin aliento.

Yo, pálida, me miraría las yemas de los dedos y creería ver en todas ellas pinchazos morados, la carne casi en gangrena, la huella de una adicción pasada y, aunque vencida, grabada en mi piel para siempre.

Nadie se atrevería a iniciar la marcha, así que lo haría yo, puede que con una flor entre las manos y con una mueca de tranquilidad en el rostro. Subiría la colina, con mis tacones perfectos, intentando transmitir a los demás que me siguieran sin miedo. Llegaría a lo alto, lenta pero segura, y podría depositar la flor en la lápida, la primera de muchas.

Los demás se acercarían, para apoyarme o para fisgonear, no importa, y en el epitafio se podría leer:

Aquí descansan mis ganas de intentarlo,
mis ganas de pensar que puedo hacerlo,
mis ganas de escribir para sentirme libre.

viernes, 4 de mayo de 2018

No quiero que se nos olvide lo bueno. En ocasiones ocurre si bajamos la guardia; nos concentramos en la rutina y en lo que nos molesta y nos desagrada, y vamos olvidando todo lo bueno a fuerza de pensar que por ser lo bueno nunca se va a ir. Pero se puede ir. Lo bueno también se construye desde dentro, desde la memoria y todos los filamentos internos que nos hacen ser quienes somos.

Sujeto y miro tu mano y en ese segundo, en el que el pecho me duele y en mi mente zumban mil pensamientos que me asustan; en ese segundo me parece de locos que para la mayoría de las personas esa mano que miro sea sólo una mano. La encuadro, me centro en ella, recorro sus imperfecciones, y me digo que es imposible que vea sólo una mano. Veo una llave, un refugio, un cataplasma que sólo tiene que ponerse sobre mi piel para tener efecto. Veo un lugar donde extender una manta, llevar todos mis bártulos y quedarme a vivir.

"No quiero que se nos olvide lo bueno", pienso mientras miro tu mano, y me digo que si me retorciera y me acurrucara en tus recovecos todo mejoraría, porque creo que juntos somos mejores, somos más buenos, aunque a veces tenga la sensación de que lo complico todo, irremediablemente, y eso no nos hace ningún bien.