-No puedo creer -me dice con voz desenfadada-, no puedo creer -repite- que lo hayas vuelto a hacer. Es contradictorio porque siempre te pasa con las fórmulas, las teorías y demás historias que están demostradas de manera empírica. Que son así, y punto. No hay más. Siempre acabas pensando en magia en esos momentos. ¿Pero te pretendes escapar? Porque no lo entiendo. Fíjate. Se acaba dulcificando tu gesto de una manera ciertamente masoquista, pues primero te duele y luego sonríes como si acabara de nacer un alma, y sus sollozos desenfrenados trajeran paz porque están gritando que por fin existen.
>> Y es que no sé por qué digo que no lo puedo creer. ¡Si miento! Si yo misma te observo y a veces hasta te insto a que lo hagas. Una tregua nunca viene mal si no se prolonga lo suficiente como para rayar en la vagancia, ¿no crees? El día vuelve a estar semifrío, el frío por el junio a quince grados, el semi por los pájaros en tu ventana que parecen poner su nota de calor.
Así me podría pasar horas. Hablando conmigo misma en estricta sinceridad y calma. Ante el espejo de los recuerdos de cualquier minuto, qué importa si lejano o no, que viene en este momento y se queda no sé por qué. Por qué ése. Y no otro. A eso me refiero con magia, a lo sorprendente e inesperado de uno mismo. Ahora mismo, podría definir la esencia de la vida en la sorpresa: en la pequeña ilusión de vez en cuando de aguardarla y, mientras, seguir andando hacia quién sabe dónde.
Con un libro cerrado y el otro a medio abrir, contemplando el cambio más excitante del día. Y aun así vuelvo a sumergirme en los textos que he leído tantas veces y que no sé por qué releo con tanta enfermedad. Por eso al principio me duele algo adentro, y no sé el qué, pero sé que es lo mismo que me dolió por primera vez al leerlos si son tristes, si hablan de abandono y de nostalgia a pedazos. Tal vez por la inutilidad misma de sentirme inútil. Y querer ayudar, salvarlo de él mismo. Pero eso no tendría sentido.
Ah, si él supiera. Que se llama a sí mismo neófito y no sabe que enseña, que ya se lo dije, y estoy segura de que sigue sin creerme de ninguna de las maneras. Pero al menos me regala estos ratos de autorrecogimiento. Como si sufriera un viaje en el tiempo y volviera a mis andares a tientas de los quince años, a la noche en que lo encontré, y fuéramos completos desconocidos. Amándonos a través de las letras, quizás, o en el deseo de cruzarnos un día por la calle y el temor al terremoto interno de verlo y pensar en la última actualización de su blog. También me refiero a eso con magia. A que me siga poniendo nerviosa cada vez que voy a verle.
2 comentarios:
Oh... :)
Estamos rodeador de Magia, y con mayúscula :)
No sé si te harás una idea de lo reconfortante que es volver aquí...
Besazos Soñadora :)
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