lunes, 15 de junio de 2009

Haz un descanso y párate a mirar el atardecer permitiéndote ese pequeño lujo sin que tengas que faltar a tus tareas diarias, tu responsabilidad, el alimento de tus codos medio aburridos de no ver más que madera. Puedes dar de comer a tus sueños en el ligero instante que se está escapando siempre entre los dedos; es más, debes hacerlo. Enamórate con locura en un momento, hazlo mil veces en un día, mil veces en un año; consigue que su rostro siempre te parezca nuevo, retador, joven y esperanzador. Discute contigo sobre la eternidad. ¿Que no existe? Pregúntate por qué. Debate la palabra siempre y grábatela letra a letra sobre la piel si tirita: que no se sienta sola.

Planta sonrisas en los ojos de otras personas para que rieguen la tuya y el oxígeno de la vida prevalezca sobre todas las cosas. Pregúntate por qué constantemente, pues sin preguntas no hay ansias de respuestas y sin ese ansia la vida se apelmaza y se acaba enquistando sin más. Limpia tus heridas. Consigue que alguien te ayude a lamer esas cicatrices del alma para que no supuren más dolor; siempre es mejor un tacto amado que te cure que solamente tus manos recorriendo cada punto de sutura. Estudia la anatomía de los secretos ajenos.

Mantente en constante búsqueda de sensaciones. Evita superarte y rétate a ti mismo para hacerlo una y otra vez. Deshoja los segundos sin contemplaciones. Exprime sin dudarlo cada rayo de sol o cada ausencia de luz, que todo te nutra. Hazlo a tu manera.

Y todo en un instante, averiguando la duración de éste. Un descanso robado a la tarde, una mente juvenil que sueña con soñar eternamente. Casi a un millón de kilómetros de tu cuerpo. Busca. No dejes de buscar.

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