domingo, 27 de febrero de 2011

Tenía la espalda más bella del universo. Tenía el recuerdo de ella en la ducha, con el pelo empapado cayéndole en cascada hasta casi la cintura, y ese lunar justo donde finalizaba su columna. Ella siempre se duchaba mirando a la pared, de espaldas, y a él le gustaba pensar que era solamente para provocarlo. Porque le volvían loco las curvas de sus caderas, su piel pálida, y el cuello despejado guiando sus hombros. Hasta el par de cicatrices que tenía en ella le fascinaban; estaba hermosa hasta cuando mentía sobre cómo se las había hecho, porque él sabía que era una mentira. Pero hasta en ese momento se sentía arder desde adentro, y sabía que en sus pupilas se veían llamas cuando la miraba mover los labios.

Llegó un momento en el que las yemas de sus dedos sólo respondían al impulso de mirarla, de recorrerla con delicadeza mientras ella dormitaba abrazada a la almohada, tapándose sólo las piernas, dejándole su espalda y sonriendo a medias.

Por eso la echaba tanto de menos. Porque todavía no había hallado una espalda como la suya. Se propuso levantarse e ignorar el sufrimiento de sus dedos para encontrar una que también le sirviera, para que le trajera otro aroma distinto a su locura, y lograra olvidar esas cicatrices, ese lunar endemoniado. Pero no pudo. Hasta el momento, no lo había conseguido.

La primera que conoció tenía la boca marcada de carmín, e imaginó esas marcas rojas en su almohada. Sin embargo, algo falló... No era esa espalda. No lo fue. Ni siquiera pudo guiar a sus dedos, porque en su estómago comenzó a reaparecer el dolor, y no pudo soportarlo. Tampoco con la segunda, la tercera, la cuarta. Y así muchas más. Tantas que perdió la cuenta. Enloquecía en el momento en el que les arrancaba la ropa y encontraba lunares equivocados, ausencia de cicatrices, pieles más morenas.

No era ella. Pero lo intentó.

Intentó que de esas pieles saliera la piel de ella. Mientras se limpiaba la sangre de las manos después de cada noche, veía reflejada la ducha en el espejo del baño, y la veía a ella duchándose de espaldas sólo para provocarlo. Menuda zorra. La maldecía cada vez que se quedaba sin habla y se le nublaban los ojos, para despertar allí, lavándose las manos. Y volver a su cuarto, con paso ligero, para revisar y vigilar el cuadro que estaba creando.

Pero no era ella. Era sólo una broma macabra que estaba erigiendo desde sus recuerdos. Suspiraba lentamente entonces. Todavía le faltaba encontrar ese lunar.

viernes, 25 de febrero de 2011

He oído muchas veces que las desgracias nunca vienen solas. Pero también pienso que qué más dará. El caso es que llegan. Que te invaden casi siempre de repente y arrasan lo que pillan a su paso por alguna razón que no entendemos. A veces toca, sin más. Hay que conseguir empequeñecer el corazón para que duelan menos; a pesar de que acaban doliendo siempre, pero eres tú el que controla tu propia regeneración.

Algo que soy incapaz de soportar son las desgracias ajenas. Sobre todo cuando afectan a corazones demasiado grandes y piensas que por qué hay gente que se salva sin que se lo merezca, y hay otra que sufre algo que ni en el peor de los mundos le correspondería. ¿Exageración? Mala suerte, buenos ojos, un nudo en el estómago, quizás. El caso es que no soy yo la que puede controlarlas, ni tampoco tengo ni tendré ese derecho. Es horrible justo esa incertidumbre, porque en el fondo es obvio que es terreno que no se debe pisar.

Sólo puedo esperar y prestar un par de pupilas atentas. Los brazos dispuestos a un abrazo rápido o lento, el silencio que permite pensar y disimular los segundos, que parece que se clavan, como si nunca fueran a volver.

martes, 22 de febrero de 2011

Es un momento claro de pura mediocridad. De sentir que no estás haciendo nada salvo ser la sombra de alguien. Como si no fueras a salir de ser la simple compañía de alguien cuyo nombre sí se aprenden. Justo esa sensación. La de sentirse inútil de cara a los demás. Como si se me hubiesen entorpecido las manos, y yo no fuera capaz de crear absolutamente nada. De darle forma a un par de mundos que poder ofrecer a la gente y que así sueñen. Pero nada. No hay nada. Sólo un ceño fruncido y un agujero negro en el pecho. Ahí creo que debería haber algo.

Vivo en una constante fantasía. Pero de vez en cuando se resquebraja. Ahora mismo no sé quién soy, pero sí sé que siento con total nitidez que no tengo nada que ofrecerle a nadie. Tengo que dejar de pensar que ocupo las mentes de mucha gente. La única mente que debería ocupar es exclusivamente la mía, y ya lo hago, de una manera total, aunque a veces difusa. No obstante siempre hay momentos como este, en los que me desparramo por mis propios bordes y no soy capaz más que de soltar un par de frases que bizquean y echarme a dormir con la esperanza de presentar mejor humor mañana.

Nunca lo entenderé. Por qué así de repente. Por qué tengo que callar tantas veces a mi cabeza y parar impulsos que me volverían loca. En ambos sentidos: positivo y negativo. De vez en cuando es sano dejarme quejarme así, porque a veces de veras viene bien. Sin embargo una cosa tengo clara, aparte de otras muchas que me llevan a ese dramatismo, y es que, sea cual sea la situación y tenga o no ganas de sonreír... se me da excelentemente bien ocultar mis propias miserias.

domingo, 13 de febrero de 2011

Dicen que el peso de una mariposa puede llegar a desestabilizar un universo entero. Me pregunto si la definición de universo se puede aplicar a mi propio cuerpo, si será el aleteo de una mariposa lo que siento ahora en el estómago. Muchas veces me lo pregunto, ¿cómo aguantas las miserias ajenas si en ocasiones apenas tus hombros soportan las propias?

La respiración se me corta a intervalos cortos. Por las noches solamente tengo sueños que se agitan y que recuerdo perfectamente y que sospecho que jamás voy a contar. Estoy en un momento en el que las fechas no tienen sentido, o al menos sólo corren demasiado rápido. Y por qué. Por qué si hace meses precisamente eso es lo que quería, que corrieran los días dejándome sin aliento.

El aliento sí que me falta, pero por motivos distintos a los que pensaba la chica asustada de septiembre y de octubre. La que en noviembre decidió que mejor no pensar en fronteras: si pienso en ellas puedo acabar preguntándome demasiadas cosas. Son rodeos, ahora mismo estoy constantemente dando rodeos, y lo más angustioso es que en estas situaciones hasta las letras se vuelven en mi contra.

Es una cuestión de equilibrio... De su ausencia, de la imposibilidad de uno completo. De pensar que las cosas están bien y ser consciente de que eso no es más que una maravillosa fantasía.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Yo sé que es difícil. Es una tortura asesinar a alguien de esta manera y no tener ni siquiera el atrevimiento de sentirte mal porque eso todavía es peor. Sé lo que es sentir que estás mutilando a alguien sin mancharte las manos de sangre, sentada en la silla, sin hacer nada pero pensando demasiado. Las palabras matan, convirtiéndote en el ser más destructor que salta a tus húmedos ojos en ese momento.

Pero no debemos perdernos de vista. Aunque sea como algo atravesándote el pecho, hay veces que se acaba. Sin más. Que las cosas se agotan y no entiendes por qué antes sí y ahora no. Tampoco entiendes cómo vas a ser capaz de dejar a alguien solo, de torturar así a esa persona que te ha hecho disfrutar tanto, amar tanto. ¿Pero y tú? ¿Disfrutar alargando la agonía, enfrentándote a un día más sin más certeza que la de saber que esto no va a ninguna parte? No es egoísmo, es supervivencia.

Es una putada. Yo lo sé. Sin embargo, aquí y ahora, pocas cosas son eternas. Y ojalá lo fueran. El dolor propio supera millones de veces el dolor que sabes que estás provocando. Tal vez sea una de las decisiones más complicadas de todas a las que nos vamos a enfrentar. Pero es así... hay algunas veces que es una necesidad. Que seguir no tiene sentido, que hay que enfrentarse y luchar de esta manera.

Yo sé que la angustia es insoportable. Y no es que me sea fácil hablar, pues hasta escribir esto me está carcomiendo desde mis adentros más oscuros. No obstante, pase lo que pase, sabes que te tienes a ti misma. Que nos tienes a nosotros. Que tienes los días que te apoyan, algo a lo que agarrarte, saber que tú debes estar bien. Tú. Tú y todo lo que forma para de ti, pero sin olvidar que sin ese tú... eso que forma parte de ti no existe.

domingo, 6 de febrero de 2011

Me cuesta mucho escribir algo que se extienda más de un par de páginas. Por eso casi siempre escribo escenas sueltas que me vienen a la cabeza de repente -suele ser en forma de una frase del diálogo que luego reproduzco- y que no dejan de ser representaciones de algo que siento. Muchas veces me maldigo porque puedo llegar a ser realmente incapaz. No puedo desarrollar adecuadamente una historia.

De todas formas, les acabo de dar vida a Alberto y a Lola. No sé si será una vida que les satisfaga, sobre todo a mi pobre Alberto y a cómo echa de menos a ella, pero sigue teniendo a Lola. Les he dado un final distinto al que tenía pensado, y todo fue porque el jueves después de la universidad me los encontré.

Estoy segura de que eran ellos. Yo estaba esperando al tren y de pronto me encontré con los rizos de Lola. Una Lola diminuta que me miraba de soslayo y muy tímidamente para ver si yo le volvía a sonreír o le sacaba la lengua otra vez. Alberto la cogió en brazos y juntó su nariz con la nariz diminuta de la pequeña Lola, y las risas de ella me hicieron decidir que ese iba a ser mi final. Eran ellos, aunque tuvieran otros nombres y mi hipotético Alberto no tuviera a nadie que echar de menos, pero yo sentí que eran mis personajes, justo delante de mí, de carne y hueso.

Así que les he dado ese final, al fin y al cabo he hecho sufrir mucho a Alberto durante las largas y difíciles páginas. Se merecía un descanso, las risas de Lola. Además, yo no sé decir si creo o no en las señales... pero de vez en cuando me gusta seguirlas.

viernes, 4 de febrero de 2011

Proyectos literarios.

"Las promesas pierden fuerza con el tiempo. La primera vez que las pronuncias vibran en tu boca como las cuerdas de un violín tocado con auténtica pasión, pero luego la melodía pierde poco a poco aliento, y llegan a convertirse en una frase débil bailando en la memoria."

Y obsesiones varias...

martes, 1 de febrero de 2011

Cuando empezaba el frío era agradable fregar los platos. Después de llegar al bar con las manos heladas, el agua caliente golpeando las yemas de sus dedos era como un presagio. Como si mantuviera un diálogo con sus dedos. Preparaos, que vamos allá. Así que cuanto más caliente saliera el agua del grifo mejor.

Las piernas comenzaban a temblarle más o menos cuando los camareros anunciaban que ya no quedaban cenas, que esos eran los últimos resquicios de la vajilla empleada esa noche. Entonces sentía de nuevo la ya conocida oleada de desalientos en el estómago, y comenzaban a encenderse las comisuras de sus labios. Allí nadie la entendía. No por el idioma, el cual ya dominaba, sino porque no comprendían que le llenara más esa hora al final de la noche, cuando bajaban las luces del bar y comenzaban a servirse las copas. Claro que lo decían porque por eso no le pagaban. A ella le pagaban por fregar los platos.

Cerraba el grifo. Se secaba bien los dedos, y se quitaba el delantal sin dejar de moverlos. Algunos le sonreían porque conocían sus nervios, y otros ya la esperaban de pie en el bar, para escucharla unos instantes y marcharse, por fin, a descansar. Se pintaba los ojos porque así parecía que marcaba una distancia, que no estaba allí por un favor, sino porque de verdad le habían pedido que los iluminara a todos. En realidad sabía que eran tontadas, que a ella le gustaba verse con esos ojos marcados, y que tampoco le importaba mucho que nadie le hubiera suplicado.

Echaba a andar con sus tímidas botas sin tacón. Subía al pequeño escenario improvisado que el bar ponía a disposición de los nocturnos. Agarraba fuertemente la correa de su guitarra, miraba de soslayo a aquellos que estaban sentados en las mesas y de pie en la barra. Muchos no la miraban, o le prestaban sus pupilas despreocupadas durante unos segundos. Pero ella sabía que en sus oídos estaba, durante una hora, eso, solamente ella. Y con eso le bastaba. No estaba mal ser ella misma una hora de las veinticuatro de un día cualquiera de fregar platos.