miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Todavía me lo preguntas? Todavía. Y encima me miras con esa cara como si yo estuviese loca o de repente la cuerda fuera yo y todo hubiera cambiado. Cambió hace mucho. Y tú lo sabías, y yo lo sabía, pero intentaba salvarlo, ¿sabes? Aunque no fuera el modo adecuado, aunque me equivocara, aunque siempre digas que me equivoco. Siempre, ¿eh? Sí, siempre. Porque nunca me cansé de esperar que dijeras esa palabra, incrédula perdida; y pensar que no me decías la verdad cuando asegurabas que no la decías porque no creías en ella. Ese fue nuestro principal problema: que dejamos de creernos. El querer estaba en el aire, a veces sí, otras no. Había días en los que hacíamos el amor con amor y otros en los que simplemente hacíamos, o hacías tú, o hacía yo. Pero nada más. Todo vacío.

Y ahora me vienes con estas... Increíble. Este punto infantil me desespera, porque no es que crea que somos unos niños. Ya no, quizás antes sí, pero ahora no lo somos. Nos anulamos la niñez con cada mirada, porque están cargadas de ira y de rencor y eso no lo pueden sentir los niños. Me da miedo sentirme tan adulta contigo. Sobre todo ahora, justo ahora, que no creo lo que oigo, pero es cierto, me lo has preguntado. ¿Que por qué? Porque antes aprendí a esconderme en cada esquina si era para besarte. Y después nos sorprendíamos escondidos en las esquinas dándole vueltas al reloj para que llegara más rápidamente la hora de separar nuestros caminos.

Menuda gilipollez. De la que estoy hecha. Tienes razón en lo que dices, y tienes todo el derecho de preguntar. Pero es que te echaba de menos teniéndote a tres centímetros y me estaba volviendo loca porque era capaz de entenderlo. Por eso lo hice. Y no me arrepiento, porque no me gusta arrepentirme de lo que hago, pero sé que hice mal. Tal vez fue un maquillaje de la realidad, pero no sé. Por eso hice remiendos con las palabras que me dijiste cuando todavía me querías. Por eso miento.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La lluvia me ha puesto triste. No puedo achacar, claro está, mi estado de ánimo a la suave tormenta prolongada que ha tenido lugar durante la tarde-noche. Pero ha sido atravesar las calles mojadas y olerlas desde dentro, y al llegar a casa se me ha venido encima la indignación, el absurdo, el cansancio y, finalmente, la tristeza.

Quizá sea porque ha sido un día duro pero he querido verlo cubierto por rayos de sol. No digo que esté mal; prefiero mil veces -y más- verlo así que no todo a oscuras. Adónde va a parar. No obstante, ahora me pregunto si lo que he hecho ha sido superar estas pequeñas cosas que han hecho al día duro, o las he escondido debajo de la alfombra. Por eso en mi silla, tras llegar a casa, he recordado una sarta de problemas físicos que han desprestigiado tardes que me podría haber pasado viendo la tele en un sofá ajeno, o pensando y ahogándome, como siempre últimamente, en de qué me iba a servir. De qué me puede servir. Y esconderlo, a su vez, porque no quiero que nadie me diga te lo dije. Prefiero estar yo sola, con mi culpa y mis demonios, enzarzándome con ellos y enseñándoles las uñas aunque flaquee.

Sin embargo, lo que me anuda la garganta ahora que me he lanzado a escribirlo son mis ojos empañados mientras veía la grabación de nuestra última actuación. Y esta vez esta palabra, última, tiene mucho más significado. Y es que mientras que nos veía magníficos, recordaba las voces de mis compañeros de escena diciendo que no iban a seguir. Que esto se acaba, y se acaba ya, aunque no quiera verlo. Tras cinco años la llama se ha consumido, y no me parece injusto; tan solo sé que ha sido maravilloso. Quedaremos unos cuantos, tal vez los más idiotas por agarrarnos al recuerdo o los más arriesgados, pero algo podremos hacer. Si algo tengo claro es que no quiero dejar escondida esta parte de mí.

Así que aquí he llegado. Preguntándome por qué no tengo ilusión por mañana. Tal vez por la reprimenda de la que también vive aquí: mañana actúo, y ella me ha hecho la comida; no se acordaba de que mañana actúo. O porque sé que puede ser la última.

O no sé. Que llueve con fuerza. Por fin. Hoy la tristeza está guerrera.

domingo, 17 de mayo de 2009

No sabía cómo dirigirte a ti, así que iniciaré la epístola con un escueto

Estimada esencia,

Te escribo y te tuteo porque pienso que llevamos tanto tiempo juntas que ya es hora de que pasemos la una de la otra y nos sentemos un instante entre millones para hablar o mirarnos en silencio y así poder reconocernos. Porque creo, ahora mismo, y me parece maravilloso, que podría reconocerme en tus ojos. Y los imagino como cristal líquido y titilante, pero que sin embargo observa sereno, sabio y dispuesto a seguir luchando.

¿Por qué no? En mi mente tomas forma como se me antoje. No es por ser maleducada ni brusca, pero me gusta ser honesta. Durante un tiempo te temí e incluso te rechacé en un par de ocasiones pero estaba todo tan oscuro que no sé. Las cosas que grabadas en mi alma se hacían sólidas a través de mis dedos me asustan todavía hoy cuando las releo. Y no era culpa tuya; si acaso tu culpa residía en que no sabía encontrarte en mis adentros.

Pero me ayudaron, de una manera u otra, su día a día fueron como agua fría para los ojos llenos de legañas de mi rutina. Desperté. Me fui desperezando y pude decir que era feliz y me sentí en calma contigo, pero no del todo, porque durante meses te había negado o te había llamado Soledad cuando en realidad no lo eras. No puedo decir que lo conseguí porque no fue cosa mía. Lo conseguí con ellos, lo conseguimos, o como quieras llamarlo.

Por eso quiero que los cuides. Cuidándolos a ellos me estaré cuidando yo. Necesitamos luz para nuestra superviviencia y si consigues que la suya ni siquiera bizquee... Podré sentirme tranquila, pues mis días seguirán luciendo de una manera u otra, pero sin transcurrir en absoluta oscuridad. Tan solo la oscuridad de todos los errores con los que carga y de los que a veces me alivio pero que están ahí. Diecisiete años de caer y levantarme y aprender a reinventarme a mí misma si era preciso un reseteo inminente. Pero no puedo quejarme, diga lo que diga, no puedo. Los que me faltan sé que los cuidas, donde sea que los cuides después de dejarnos; también los sigo sintiendo iluminándome.

En otro domingo inusual, sentimental este en el que te escribo, inusuales gracias a que lo pusiste aquí de repente y aquí sigue él, sonriendo. Espero que sepas perdonarme, por si alguna vez no te agradezco que me hayas elegido. Porque a saber cuántos esperan. Pacientemente, a saber dónde, aguardando a su momento, y emerger llorando del vientre de su madre, eternas criaturas. Porque ya serán eternas, desde que nacen. Desde que los eliges, Vida, y respiran este aire, como un regalo, aunque a veces nos olvidemos de que lo es.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Yo no sé qué tiene que aun sintiéndola cada día porque no me queda otra salida no sé definir qué es lo que la describe realmente. Y es que pienso en ella y sólo me salen frases enrevesadas como ésta, que podrían ser envidiadas por el propio Góngora si se dejara. Esta adolescencia que nos vuelve locos, locos todos, y nos hace crecer sin preguntarnos y aunque a veces duela. Es inevitable, lo sé, pero sigue doliendo. Tanta incomprensión, confunsión, dudas, tremendismo, tristezas y domingos gastados que se nos hacen eternos paradójicamente.

Pero y qué de lo demás. Qué a que pese a que el viento sople tan fuerte que nos derribe logramos levantarnos poque alguien nos da la mano, o porque hemos aprendido a ser mejores o no nos queda otra que luchar cual hidalgo desengañado y volver a intentarlo. A mí, personalmente, se me están olvidando todos los cumpleaños y antes no se me pasaba ni uno. Dice mi madre que vivo muy deprisa... Pero felicito a los días y la gente me sonríe a su pesar, o dice que no importa, y me siento un poco mejor aunque me sigue dando pena.

Es tan múltiple esta etapa, tan vulgar y compleja, y, en nuestra mano está, tan dispuesta a ser llenada o temerosa de que la dejemos vacía. Vacía. Como pensar en mi futuro con algo que me falte o vacío como el agujero de mis entrañas donde se aloja el miedo cuando no me está desafiando. Vacía, como mi cama todas las noches, que se tiene que conformar con el deseo de que vengas de una vez, y pueda tocarte sin necesidad de soñar. Vacía si no te pienso o me niego a pensarte por alguna niñería.

Vacía de ganas de tenerte, de tus brazos y de tu sonrisa de infante templándome el alma. Vacía porque se han ido a buscarte, mis ganas contigo, a ver si te encuentran.

lunes, 11 de mayo de 2009

Es consciente de que todos tenemos secretos propios, que sólo conocemos nosotros, y nadie más. Pero no conocía la angustia extraña de mantener uno entre las costillas y no poder dejarlo escapar porque las circunstancias no son propicias, porque alguien se lo pidió. Siente las palabras trepando lentamente e incluso las ensaya y las dice en voz baja pero sabe que no van a salir porque quiere seguir manteniendo la honestidad que se otorga y que no quiere perder.

Pero es tan difícil. Tan violento este círculo de explicaciones que no venían al caso pero que vinieron y que de pronto le abrieron una luz porque el entendimiento se vio saciado pero la confusión volvió a oscurecerlo y ahora no sabe cómo debe actuar exactamente.

Sabe qué son los secretos, sabe también que son secretos porque no se comparten, pero también tiene aprendido que depositados en confianza siempre ayudan. Porque anhela unos brazos que digan "te comprendo", o unas palabras cuerdas que planten la tranquilidad en el agujero que se está formando en su alma. Laberinto de indecisiones en cuyo centro se aloja el por qué a él. Y no a otro.

Por eso ahora está sentado en lo más alto del edificio contemplando la ciudad que se va durmiendo poco a poco; hace una noche maravillosa. Y en sus párpados, inmóviles y atentos, siente un cosquilleo que no remite y que no le resulta agradable. Siente desde su pecho, incansable, el aleteo incesante de los secretos.

martes, 5 de mayo de 2009

No me puedo concentrar en las líneas porque no. Porque ahora no, me está llamando y ahora no, más tarde, o mañana, o cuando ya sea demasiado tarde. Pero es que me está llamando y añoro. Añoro las palabras tristes y las nunca dichas, las que siguen durmiendo todavía en algún ático que ignoramos o queremos ignorar. Áticos. Parajes inconclusos de la fiebre adolescente, los suspiros que se pierden, el estar sin estar.

Añoro morirme; de frío, de pasión que estalla, de soledad profunda. Morirme o que me hagan morir de cualquier manera, ahora, ¡justo ahora!, pues me está llamando y añoro tanto que me rindo al destino y soy suya.

Añoro los parajes que todavía no he visitado porque me siento libre y capaz de verlos si así lo quiero, añoro mi París soñado, cada rincón del mundo, cada lugar mágico que un día, tal vez no mis pies, pero sí recorrerán mis ojos. Añoro llegar hasta ellos porque quiero, porque así lo deseo. Como también deseo dejar de añorar tu olor entre mis sábanas, mis propias sábanas, entre paredes naranjas, pues todavía no hemos conseguido materializarnos mientras soñamos y nos vemos a escondidas, con la noche eterna y el alma joven. Aun así no añoro tus brazos, porque en parte los siento, locura infinita, o hambre desgarradora.

Añoro mañana, el estremecimiento de ser otra, la duda de si gustaré, de si lo conseguiré, de si mi piel volará por fin porque ya no seré yo sino aquella que marcaban las frases subrayadas. Añoro gritar por dentro porque soy feliz así y lo sería el resto de mi vida.

Ah, me llama y me hace añorar equívocamente porque no puedo añorar si no lo he sentido. Pero es engaño, nada más, porque a quien de verdad añoro es a ella, que sin saber por qué se aleja, se me va, se escurre entre mis pensamientos. Aunque todavía vuelve, muy de vez en cuando, y no me escucha, no me atiende cuando le digo no te marches, Inspiración.