jueves, 26 de enero de 2012

Es agradable notar que el viento sigue soplando y que ya no hay lágrimas que deba secar sobre las mejillas. Es agradable salir adelante y ser feliz de una manera rutinaria, no interrumpida por la ansiada perturbación amorosa, pero suficiente si tenemos en cuenta los meses que cargo a la espalda. Es agradable no tener prisa y sí mucha paciencia; anhelar ahora alguien a quien amar no sería el camino adecuado para curarme, y la obcecación en encontrar a esa persona de nuevo sólo puede acabar siendo ridícula y desproporcionada. Es agradable sentirme íntegra desde que así lo decidí, y no traicionar mis principios ni darme al desaliento que deteriore mi imagen externa e interna. Es agradable tener gente a mi lado que atiza el fuego de mi sonrisa, que me presta sus manos y me lanzan sus palabras para que las atrape y construya los castillos que antes erigía, pero con otros arquitectos. Son agradables los días desde que aprendí a vivirlos, a calmar mis adentros y a convertir la tristeza en fortaleza, la angustia en la plenitud de mi espíritu, que poco a poco volvió, fuerte, tal como vaticiné.

No es el tiempo quien nos cura sino nosotros mismos. Conseguir sacudirnos las lamentaciones, inanes, y marcar desde ellas un sendero que nos conduzca a un lugar seguro. Un lugar que no reside más que en nosotros, pues pasamos toda la vida nutriéndonos, en mayor o menor medida pero siempre, de nosotros mismos. Consiste en despertar, afrontar, hallar, reflexionar, mostrar. En muchos verbos que conducen al mismo punto: tú. Tú y tu supervivencia como alguien firme o como un ser que se aferra a algo que hace meses que se fue.

jueves, 19 de enero de 2012

Alguna vez, todos, hemos soñado con grandes historias. Hemos movido los mecanismos de nuestras mentes que dibujan imágenes, nos convierten en protagonistas de esos sucesos. Fantaseamos con historias de amor, con esa big love story que nos vaya a ocurrir solamente a nosotros. No es más que el reflejo de un ansia, un anhelo que llevamos pegado a la piel incluso si no queremos admitirlo.

Pero el que alguna vez ha estado ahí lo sabe. Cuando ocurre, no es grandioso. No se dan grandes números ni citas románticas que no olvidarás nunca. Claro que no lo olvidarás nunca, pero no por el lujo o la originalidad o los detalles de película. Cada momento se convierte en el guión de una historia pensada y creada para que sea especial.

Se nos hincha el pecho al saber que tenemos a una persona a quien querer y quien nos quiere. Que esa persona nos está viendo crecer y está moldeando ese crecimiento con el sencillo -y uno de los más grandiosos que poseemos- sentimiento de amarnos. Es cuestión de matices. Nos cambia la mirada, la sonrisa, hasta el más visceral latido del corazón terrenal se torna diferente. Tener a alguien es sentirnos completos, cobrar el sentido que nos falta cuando nos hallamos solos. Y no es negativo, solos somos como vinimos al mundo, pero amar es un sentimiento primigenio que nos hace afortunados sean cuales sean el resto de nuestras condiciones.

Es un matiz mínimo y sustancial. Un capítulo añadido de una historia que de repente no controlamos sólo nosotros. Es imprimir un nombre a nuestros actos, uno que no es el nuestro, dedicar inconscientemente cada respiración a una figura ajena pero que sentimos parte de nuestro ser. Es conocer que has querido, pero no de esa manera. Escapa a nuestro control, y probablemente a nuestro entendimiento.

Soñamos con grandísimas historias. Es uno de los daños colaterales de la literatura, el cine y tantas otras multiplicaciones de la realidad. Soñamos con unos ojos en los que se refleje ese sentimiento tan humano y diferencial, esa ternura sorda que, atenta, nos cuida porque si falla fallaremos los dos. Una complementariedad cruel, pero única. Algo que todavía muchos no conocen, y algo que los que ya lo hemos conocido confiamos en recuperar un día. Amar, en sí mismo, es ya una gran historia. Una big love story.

sábado, 14 de enero de 2012

¿Existe la autenticidad? ¿Hay en este mismo momento algún territorio descontaminado, intacto? Hay quien dice que las ideologías caducan: mienten. La sangre se marchita, vuelve a la tierra de donde salimos, pero los ideales no palidecen. La soledad aquí no tiene cabida. Siempre hay alguna otra mente inquieta que sobrevive, lo perpetúa, lo hace eterno. Sé que la determinación que llevaba a mi abuelo a cruzar el Ebro a nado con la pistola debajo de la boina para acudir a las reuniones clandestinas de la CNT no se ha evaporado. Lo veo en los ojos furiosos de mi tío, y en el espíritu paciente y más calmado de mi padre. A su manera, los dos conservan ese ideal de sangre.

No obstante, no existe la caducidad pero sí el desgaste. Y me asusta. Nos creemos fieles pero acabamos mintiendo, entrando en el juego. ¿Es lícito si perseguimos un fin noble que creemos merecer? La única respuesta que tengo es la incertidumbre. Criticamos la manipulación pero imploramos silencio cuando somos nosotros los que la practicamos. Nos creemos, desde nuestra más primigenia humanidad, con poder para ello, libres de hacerlo. Débiles de hacerlo.

sábado, 7 de enero de 2012

Sólo los cobardes huyen de sus problemas. Cuando algo va mal, echar a andar hacia el lado contrario sólo trae dificultades. Más problemas. Y al final huir de tanto se convierte en una odisea. Se deben enfrentar, por ellos: para que no te superen; por ti: por el respeto que te debes a ti mismo y que ignoras para poder escapar.

Él lo sabe. Se ha cansado de estar a su merced, y ya no puede más amándola y siendo maltratado por el mismo motivo. El tiempo le ha demostrado que no estaba a su favor, que esperar para ver si las cosas mejoraban sólo le ha traído más vejaciones y manipulaciones feroces. Mientras camina evoca su rostro y los ojos se le llenan de lágrimas. ¿Por qué ha de tornarse tan difícil lo que otros consiguen tan fácilmente? La sencillez siempre ha sido la mejor manera de resolver las cosas. Pero no lo escuchaba... Y él no quería verlo.

Tiene las manos congeladas. Ha salido a la calle sin abrigo porque sabía que si se paraba a ponérselo iba a cambiar de opinión. Tiene que hacerlo; es ahora o nunca.

Se cruza con una pareja que camina de la mano hasta que a ella se le engancha el tacón en una alcantarilla, él se para a ayudarla y ella lo besa suavemente en los labios. Observa ese gesto, ese gesto tan sutil y trascendente, y no logra entender por qué hay personas que tienen que sobrevivir a base de colocarse por encima de los demás. Se responde a sí mismo que es por desoír sus miserias, que así se creen alguien. Pero las respuestas no le sirven. En ocasiones tu personalidad no excusa la crueldad. Hasta el ser humano tiene sus límites, y uno de ellos es el que se ubica en las personas que te rodean: irrumpir en su vida es salirte de tu propio terreno, lo que te obliga a actuar en consecuencia.

Ya está cerca. Si no llega pronto sus entrañas se contraerán y estará atrapado para siempre. No quiere seguir esclavizado, aunque sea lo que más ame en este mundo. Por fin llega, llama al timbre y le hace subir. Le abre la puerta y se encuentra con esos ojos impenetrables, cobardes, artificiales. Podría haberte hecho ver cosas maravillosas, piensa. Se muerde los carrillos. Respira. Recuerda. Determinación.

-Vaya cara que traes... Das hasta asco.

El primer golpe. Esta vez sonríe. No se esperaba menos.

-Tú, sin embargo, estás preciosa. Como siempre.

-Eso no hace falta que me lo digas tú.

Ella se muere por que él la abrace, le susurre cuatro cosas y comience a desnudarla. Pero no puede salirse de su papel, de su fachada eterna, y tiene que aparentar que es una persona diferente, una que le ayude a tapar todos sus miedos. Él, como si le leyera el pensamiento, se acerca lentamente y posa sus manos en sus hombros. La mira, pero ella sigue fingiendo desinterés, aunque tiembla ligeramente.

-Perdóname por esto.

-No te voy a perdonar. Ni siquiera me importas para tener que perdonarte por nada- dice ella. Ni siquiera sabe de lo que está hablando. Él suspira mientras cierra los ojos y se arrepiente de haber depositado una última esperanza en ella.

-Te quiero-. Y le roza delicadamente los labios.

Ella va a responder que se calle, que se deje de sentimentalismos. Pero algo se lo impide. Un sonido sordo, una quemazón en la ropa, una bala en el estómago que la deja sin respiración. Jamás ha sentido tanto desconcierto. Él la mira consumirse y deja que su cuerpo se precipite al suelo. Le cierra los párpados, bebe de esa mueca de estupefacción y se queda inmóvil unos segundos. Ahora sí está llorando. Por fin es libre.

viernes, 6 de enero de 2012

Una de las cosas más bonitas que te puede decir alguien la mañana de Reyes es que le ha decepcionado tu regalo. Irónicamente hablando. Una de las cosas menos afortunadas que me pueden decir cuando he pasado un año como el que he pasado, en el que sostener a los demás se ha convertido en mi única motivación que merecía la pena, y hacerles sentir bien. Una de las cosas más dolorosas cuando ayer terminé de trabajar y en cinco días empiezo los exámenes, y no sé ni cómo he sacado el tiempo suficiente para pensar, elegir, comprar, envolver, preparar. Así que he de aferrarme a uno de mis cinco propósitos de Año Nuevo o, tal vez, a dos.

Supongo que es normal, que a veces pasa, pero no sé qué manía tiene el Universo con que las cosas me ocurran en el momento más inadecuado. Cuando duelen más.