sábado, 20 de abril de 2019

El día que volví a Skogafoss y estaba sola y me sentía bien

Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss. Pero esta vez lo hice sola, sin ninguna compañía. A pesar de ello, el lugar estaba salpicado de turistas, como es habitual en este sobrecogedor rincón de Islandia que, además, había vuelto a salir en Juego de Tronos, concretamente en el primer capítulo de la octava temporada.

Esta vez traía los deberes hechos y me había traído un chubasquero. Era rojo, no sé por qué. Bajé del coche y me fui aproximando al terreno llano a los pies de la cascada, mientras el sonido se iba volviendo más y más ensordecedor. Comencé a notar las salpicaduras salvajes de agua en la cara y en ese momento decidí desabrocharme el chubasquero, me remangué y apenas unas gotitas se empezaron a deslizar también por mis brazos.

Caminé haciendo eses, de un lado a otro de la cascada, mientras todo el mundo hacía fotos o simplemente se quedaba maravillado mirando hacia lo alto del monumento natural. Me paré en el sitio y me respiré a mí misma, sintiendo cada rincón de mi cuerpo, reconociéndome para poder afirmar que me sentía inmensamente bien. Conectando conmigo. No sé cuánto rato estuve allí.

Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss, sola, y sintiéndome bien.



jueves, 11 de abril de 2019

Resulta extremadamente difícil escribir sobre el miedo. Supongo que porque en ese hecho está implícito el intento de definir esta emoción, y eso es precisamente lo que no es posible hacer con esto. Definirlo sería controlarlo, y el miedo no deja de ser una conmoción que nace de la falta absoluta de dominio.

En verdad, no tememos aquello que podemos controlar.

Nos hemos acostumbrado a obsesionarnos tanto relacionando poder con bienestar que en cuanto algo se escapa de nuestra mano lo que nos aflora de una manera lacerante es el pánico, el pavor, la inseguridad, el desasosiego y el sufrimiento inevitable que va con todo lo anterior. Encapsular las emociones entre palabras es una forma de desahogarse con el fin de volver -una vez más- a controlarlas. Hablar de un sentimiento, ser capaz de acotarlo y explicarlo, significa en parte sobreponerse.

Por eso, supongo, no me veo capaz de escribir sobre el miedo más allá de dar un par de rodeos que rozan el sinsentido y que no acaban apagando este frío en las manos y estos nervios en la tripa.